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Perdió la visión a los nueve años. Lo recuerda no como un quiebre, sino como una nueva forma de mirar la vida. En su casa, en Tarma, el fútbol era una constante: partidos en la calle, pelotas desgastadas y su hermano gemelo como socio inseparable. “Mi hermano fue un apoyo bastante grande para adaptarme de nuevo a la vida”, cuenta. Cuando llegó a Lima, se topó con la existencia de un deporte que no imaginaba: el fútbol para ciegos. Desde entonces, el balón volvió a ser brújula, refugio y destino.
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En 2018, su talento lo llevó a la preselección nacional. Era el inicio de una carrera que lo convertiría en uno de los jugadores más destacados del país. Con el tiempo, su nombre cruzó fronteras. Desde hace cuatro años, Brayan compite en la liga de Brasil, una de las más competitivas del mundo en esta disciplina. “Gracias a Dios me mantengo jugando allá”, dice. “Eso me da otro tipo de peso, porque mantenerse en Brasil no es fácil. Ellos son muy nacionalistas con su fútbol”, confiesa con un orgullo disimulado.
Su equipo actual, el MAC de Mato Grosso do Sul, le ofrece lo básico: pasajes, estadía, alimentación. El resto corre por su cuenta. “Es un pago simbólico, pero no como para mantenerte”, explica. Brayan no se queja; entiende que en el fútbol adaptado el esfuerzo pesa más que el dinero. Su vida se divide entre las temporadas en Brasil y sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: “El fútbol no es para siempre. Por eso sigo con la universidad, porque cuando el fútbol acabe, necesito algo que me sostenga”.
El sueño del perro guía
El tono de su voz cambia cuando habla de independencia. Ahí aparece el otro sueño que lo desvela: conseguir un perro guía. “Siempre busqué mejorar mi independencia como persona con discapacidad visual”, confiesa. “Uno de los pasos para eso es tener un perro guía”, agrega. No hay escuelas de entrenamiento canino en Perú, así que debe buscarlo en el extranjero. Brasil, Argentina, Colombia o México. El problema es el costo: entre cinco mil y seis mil dólares.
“Antes había apoyo para conseguirlos de manera gratuita, pero eso ya no es posible”, lamenta. “Las escuelas que los preparan ahora los venden. Lo han monopolizado”. Su meta, entonces, es reunir el dinero por su cuenta. “Lo que necesito es apoyo para poder obtener ese perro guía”, repite con serenidad. El animal no solo será un compañero: será su libertad: “El perro está entrenado para ayudarte a cruzar calles, moverte solo, no depender de otra persona”.
La idea de la autonomía lo emociona. “Depender de otra persona a veces se vuelve una carga, aunque uno no lo diga”, confiesa. “Con el perro guía dependería solo de mi compañero, que en este caso sería el perro”. Brayan sabe que su independencia no se mide solo en pasos sin tropiezos, sino en la posibilidad de moverse con dignidad por un país que aún no comprende del todo las necesidades de las personas con discapacidad visual.

El proceso de obtener el perro no es inmediato. “No es que tenga el dinero y vaya directamente a obtenerlo”, explica. “Primero, los instructores preparan al perro durante cuatro o cinco meses, según las necesidades del usuario y la sociedad donde vivirá. Después viene una adaptación de dos o tres semanas con el animal”, explica. En ese tiempo, ambos aprenden a confiar uno en el otro: un vínculo que trasciende el entrenamiento.
La ayuda que necesita
No existen escuelas de perros guía en Perú. Quienes los tienen, los han obtenido en el extranjero. Brayan ha buscado alternativas: México, Argentina, incluso Estados Unidos, donde el costo es aún más alto. En su investigación descubrió que algunas escuelas norteamericanas trabajan en convenio con el Club de Leones, lo que podría reducir el costo o incluso hacerlo gratuito. “Pero no conozco a nadie del club”, dice. “Les escribí por correo, pero nunca me respondieron”.
Ni la Federación Peruana de Fútbol ni la Asociación Paralímpica lo han podido ayudar. “Ellos solo ven el tema deportivo, no el social”, lamenta. La universidad, por su parte, le ha brindado alojamiento en la residencia estudiantil, un cuarto individual que le permite vivir solo en Lima. Pero el apoyo económico para su proyecto personal no es posible. “Yo lo que busco es conseguir el dinero para poder lograr mi independencia total”, dice con una mezcla de esperanza y cansancio.
Su historia es una de persistencia silenciosa. En el campo, Brayan es pura intuición: escucha el sonido del balón sonajero, el eco de las paredes, la respiración de los rivales. En la vida, se guía por algo más profundo: el deseo de no depender de nadie. Mientras muchos lo comparan con Messi, él prefiere pensarse como un estudiante que juega por pasión y que sueña con caminar solo por la calle sin temor. “El fútbol para ciegos me devolvió la vida”, dice. “Ahora quiero vivirla con mis propios pasos”.

A finales de agosto regresará a Brasil para jugar la Serie A, la principal competición del país. Luego, en septiembre, viajará con la selección peruana a México para un torneo internacional con seis países. Su calendario es una prueba de resistencia: entre entrenamientos, clases de Derecho y viajes, apenas tiene tiempo para descansar. Pero en su voz no hay queja, sino orgullo. “Mantenerme en la selección y en la liga de Brasil es un logro enorme”, afirma.
En Lima, cuando no entrena ni estudia, Brayan dedica las noches a planificar cómo recaudar los fondos para su perro guía. Ha pensado en rifas, colectas, contactos. No busca caridad, sino oportunidades. “Ojalá que alguna empresa pueda interesarse en mi caso”, dice. “No pido dinero para mí, sino para poder valerme por mí mismo”. Su pedido no es un lamento: es una declaración de independencia.
En su habitación universitaria, las paredes están cubiertas de sonidos: el rebote del balón, las voces de los compañeros, la risa de los amigos que lo acompañan a los entrenamientos. En una esquina, sobre la mesa, guarda las medallas que ha ganado con la selección peruana. Las toca una por una, reconociendo su forma, el relieve del escudo, el frío del metal. “Cada una de ellas tiene una historia”, dice. “Y la próxima quiero ganarla caminando junto a mi perro guía”.
A veces imagina cómo sería su primer paseo con el perro: el ruido de la ciudad, el viento en el rostro, la confianza absoluta en un compañero que no necesita palabras. “El perro guía sería mi libertad”, dice con voz firme. Su historia es una metáfora del país que todavía no aprende a ver a sus héroes más silenciosos, los que conquistan la cancha sin mirar, los que caminan con la esperanza como única luz.
Brayan Bartolo no necesita que lo comparen con Messi. Su grandeza no está en los goles, sino en la fe con que enfrenta la oscuridad. Juega, estudia, compite y sueña. Sueña con un perro guía, sí, pero también con un Perú donde la inclusión no sea una excepción, sino una costumbre. Porque, al final, la verdadera visión no está en los ojos, sino en la forma en que uno se atreve a mirar la vida.
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