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Pero, claro, Cueva nunca hace lo que se espera de él; siempre sale por algún otro lugar, tanto dentro como fuera de la cancha. Y es precisamente por su capacidad de ser impredecible que hoy medio país discute si, en la situación en que se encuentra –sin club, sin ritmo de competencia, lejos de su mejor estado físico– ‘Aladino’ debería ir o no a la Copa América.
He oído en los últimos días argumentos a favor y en contra de la inclusión del jugador en la comitiva que viajará próximamente a Estados Unidos, y he notado que se amasa demasiada teoría especulativa, dejando de lado el contundente principio de realidad. Nadie niega que Cueva sea una presencia vital para el ánimo de la selección, pero aún está lejos de su mejor rendimiento. Apurar su regreso sería un error.
Ahora, bien, es rotundamente cierto que el vacío en la conducción del equipo de Fossati es clamoroso, y que Piero Quispe, siendo muy talentoso, no tiene el repentismo ni el panorama ni la confianza de un diez de jerarquía, pero Cueva no es la solución hoy. A Cueva le toca esperar y al equipo lidiar otra vez con su ausencia. Sería tristísimo ver a Aladino frotar la lámpara y que el genio no asome la cabeza.
Creo que es importante que Cueva viaje a la Copa y se mantenga cerca del grupo, pero al margen del torneo. Con él ocurre lo mismo que con ciertas exparejas que en el pasado se portaron mal: una cosa es perdonarlas; otra, muy distinta, volver a su lado. Un reencuentro impaciente garantiza una segunda ruptura. Y esa puede ser definitiva.
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