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No solo eso: hicieron de la marca blanquiazul el hazmerreír de las redes sociales (hasta organismos públicos como la Sutrán o el Jurado Nacional de Elecciones se sumaron a las burlas) y pusieron al club en el mapa mundial del ridículo.
En un largo artículo que llegó a estar entre los más leídos de su sitio web, el diario británico “The Guardian” escribió: “Mezquino. Inmaduro. Hilarante. Llámenlo como quieran, Alianza Lima produjo un segmento glorioso para nuestro departamento de diversión en partidos de Sudamérica, después de perder ante Universitario por el título de la liga peruana”.
Artículos del mismo talante se multiplicaron en diversas plataformas digitales alrededor del mundo. Cuando se razona con cerebro de barrabrava, no hay billeteras gruesas ni MBA que valgan. Un solo clic bastó para manchar un escudo de 122 años de existencia.
Es que hay apagones que oscurecen historias e iluminan otras.
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Un gran campeón
A diferencia de la soberbia de bacancito millonario que mostró su compadre victoriano, a principios de temporada la U se dio cuenta de que patalear por plata no servía de nada y era mejor optimizar su monedero. No fue fácil. Se cayó varias veces, pero supo levantarse. Armó un plantel largo en número, justito en calidad, con nombres clave en cada línea (Carvallo; Riveros; Ureña; Quispe) y - tras el paso en falso con Compagnucci- un peso pesado en el banco: Jorge Fossati.
A los 70 años, don Jorge no tenía nada que demostrarle a nadie. Campeón con Peñarol, dueño de la Sudamericana con Liga, alguna vez técnico de su selección, cuando la llegada de Bielsa a Uruguay era un rumor, Sergio Markarián declaró que era el único a quien veía con posibilidades de competirle el puesto. Por ese entonces, Jorge Barraza dijo con aires premonitorios: “Ojo que Fossati va a la U por la gloria”. Y así fue.
Su condición de peso pesado la confirmó cuando a las pocas horas de su llegada no solo cambió las caras largas que encontró en el vestuario, sino que convenció a Corzo que podía jugar de stopper y a Polo de carrilero. Esa noche ante Cienciano, el 3-5-2 se estrenó con brillos. Fue 2-0, pero la sensación que se respiró en las graderías de Ate era que esa crema de movimientos rápidos y presión alta, jugaba a otra cosa. Había aroma de modernidad.
La U fue imbatible en el Monumental, aunque falló mucho cuando le tocó jugar lejos de casa, sobre todo en el Apertura. ¿Mi hipótesis? Una sobredosis de ansiedad alimentada por los fracasos iniciales y lo bien que arrancaron Alianza y Cristal. Expulsiones tontas y derrotas inclasificables. ¿En qué momento cambia todo? Cuando las lesiones y las indisciplinas empiezan a descalabrar la interna victoriana, y la irregularidad toma del cogote a los rimenses. Creció el control emocional y mientras en Ate se hablaba de los pases filtrados de Ureña, en La Victoria eran noticia los ligamentos de Cueva y los choques de Távara.
Y si hace cinco años metió la frente junto a Denis en el 1-0 sobre Huancayo, esta temporada el hincha ayudó con su aliento para empujar los goles del Orejas o esas curvas insólitas salidas de los botines de Urruti. Sin esos 40 mil o 50 mil locos que las tardes del domingo o las noches del lunes inundaron la Javier Prado, la U del ‘Tarzán’ Riveros, el ‘Tano’ Di Benedetto, el querido José Aurelio, el ‘Tunche’, el Faraón, Álex, Murru, Emanuel, Anca, Bolívar, Yuriel, el incomprendido MPG y los demás no estaría celebrando esta nueva estrella, la 27, la por tantos años perseguida, esa que la poquedad de unos irresponsables hinchas de oficina, hooligans de cuello y corbata, quiso oscurecer.