Nadie cree que Diego Maradona pueda tener un lugar en el primer mundo futbolístico. Se le ve como un posible embajador emérito, como un ídolo en apuros o, en el peor de los casos, como una lección o una fábula. Y de pronto, una noticia estremece las redes: Gimnasia Esgrima La Plata lo ha fichado como entrenador. Aunque la relación de Argentina con sus íconos es peculiar y excede en radiación y voltaje a cualquier otra forma de fanatismo latinoamericano, el periodista deportivo debe hacer lo posible por retener el acontecimiento en las páginas de su sección. Y falla. La vida de Maradona como entrenador no ofrece ninguna pista para justificar la elección, pero fuera de ella todo cuadra.
Como director técnico, el ‘10’ ha sido, como mucho, mediocre, el opuesto perfecto de su carrera en el césped. Decepcionó en cada cargo que tuvo, de la selección albiceleste al Dorados de Sinaloa, y dejó en ese curso una galería de excesos, exabruptos y disparates difíciles de olvidar.
Diego Maradona. (Foto: AFP)
Mientras el fútbol camina a la especialización y a la sofisticación táctica (Klopp, Guardiola), cuesta creer que existan clubes de primera división que piensen que basta contratar a un motivador para resolver estrategia y banquillo. Pero claramente ese no es el propósito. Con la sola noticia, la escuadra platense ganó dos mil socios, otros tantos se pusieron al día en la cuota, vendieron camisetas con el apellido del crack (con el añadido de que la marca de los polos –Le Coq Sportif– es la misma que la del 86), y tienen súbitamente una cantidad enorme de auspiciadores para elegir. Baje o no a segunda, Gimnasia tendrá las cuentas en azul a fin de año. ¿Se necesitan más condimentos? La expresidenta Cristina Kirchner, hincha del club en plena campaña política, ha dado ya su bendición a la fiebre.
¿Pero qué gana Maradona a cambio? La oportunidad de reinventarse. Su peso específico en la vida argentina es tan grande que fuerza a que todo gravite a su alrededor. Boca y River pasan a un segundo plano. El mundial de básquet, a un tercero. Incluso la dura crisis económica parece ceder, ante la llegada de Diego, cierto protagonismo en las primeras planas.
Un equipo que necesita ser salvado y un salvador se reúnen mágicamente sin que haya entre ellos historia previa, solo necesidad narrativa. Nada extraño en un país obsesionado con el cuento como Argentina.
Esta historia podrá ser efímera, catastrófica, épica o ridícula. Pero lo que sí sabemos es que será entretenida y rentable. De Maradona incluso ignoramos si puede hablar o caminar con propiedad, pues su salud es desde hace mucho un misterio que oscila entre el silencio y la precariedad, como se aprecia en sus intervenciones públicas; pero de que dará show y frases para el titular podemos estar seguros.
Lo que ha hecho el Lobo no es otra cosa que populismo a costa de exponer a un viejo ídolo a gente nueva. Pero nada de eso importa si hay ganancia comercial, mediática y anímica. A veces la diferencia entre una comedia y una tragedia es solo si hay final feliz.