Hace unos días una amiga fue de vacaciones a un hotel de playa y decidió iniciar una vida saludable yendo a la clase de yoga frente al mar. Así que puso su despertador y el 2 de enero a las 7 am ya estaba lista para iniciar su carrera de yoguini. Una hora después, tras presenciar un hermoso amanecer, la clase había terminado sin muchas dificultades, el problema fue al día siguiente cuando mi amiga amaneció con una dolorosa contractura en el hombro que requirió de relajantes musculares y analgésicos para curarla. Al parecer la maestra solo se había dedicado a dictar la clase y a hacer las posturas, sin poner atención a la correcta alineación de las asanas de sus pupilos fugaces.
Hay que recordar que aunque el yoga se ha convertido para muchos en una oferta más de fitness de la mayoría de los gimnasios, la mayor parte de las posturas implican posiciones corporales demandantes y fuera de lo habitual para la anatomía humana, por lo que hay que estar muy pendientes de su correcto armado para evitar lesiones.
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El caso es que hoy en día casi cualquiera puede convertirse en instructor de yoga. Con solo 200 horas de entrenamiento, bastante alejadas de los antiguos 12 años que el discípulo pasaba con su maestro para poder empezar a enseñar, uno puede adquirir un flamante certificado de instructor de yoga pero eso, de ninguna manera, hace a un verdadero maestro.
La figura del Gurú en la tradición yóguica es no solo importante, sino fundamental. El Gurú Guita o el Canto acerca del Maestro en la estrofa 17, describe al Gurú como el que disipa la oscuridad o ignorancia. Un verdadero Gurú es un maestro divinamente iluminado que ha superado toda limitación y realizado su identidad con el espíritu omnipresente. Tal maestro está singularmente capacitado para guiar a otros en su viaje interior hacia la perfección.
En tiempos de espiritualidad al vapor, encontrar a un maestro que se acerque a lo que propone este texto sagrado sería una bendición resultado de muy buenas acciones realizadas en el pasado. Lo cierto es que sí hay algunas características que cualquier instructor mortal tendría que cumplir para ser considerado un buen maestro yoga.
De entrada, aunque es necesario tener una formación como maestro que incluya conocimiento anatómico, de órganos, del sistema energético, de las ásanas —sus beneficios y contraindicaciones— y de la verdadera esencia espiritual del yoga, tampoco es garantía. Dicen mucho más por ejemplo, los años de experiencia del maestro dando clases.
Un buen maestro de yoga cuida y muestra su técnica adquirida durante su práctica personal, para después atender, corregir y ayudar en la correcta alineación de las posturas de los alumnos.
Un buen maestro de yoga promueve la compasión con sus alumnos y con él mismo, lo que evita extralimitaciones que causen dolor por ejemplo y puedan generar lastimaduras. Al mismo tiempo es humilde y sabe mostrar sus propias debilidades como oportunidades y sabe cómo transmitir la confianza que hace que el alumno se atreva a probar cosas nuevas, que salga de su zona de confort y supere sus limitaciones mentales.
Un buen maestro de yoga conoce y practica los ocho senderos del yoga, y no se limita a la ejecución física de las asanas.
Un buen maestro de Yoga debe cultivar la perseverancia en los estudiantes, construir su poder de voluntad y también impartir el conocimiento de dónde enfocar su atención y con cuánto esfuerzo.
Finalmente, aunque como dice el yogui Sri Dharma Mittra, todo es perfecto y cada alumno tiene el mentor que necesita, un buen maestro de yoga no tiene que ser un santo, pero sí debe tener congruencia con lo que predica para poder transmitir al menos, cierto nivel de conciencia que haga a los alumnos querer ser mejores seres humanos más allá del cuerpo y la mente.