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Mucho de la mística de la ‘U’ en los noventa se debió a la inspiración de estos dos hombres, porque, como dije antes, no solo transmitían carácter dentro de la cancha, sino también fuera. La foto de ‘Chemo’ tocando el bombo en la Trinchera es para los hinchas una postal emblemática, como emblemática es la lealtad del Puma con el club, una militancia incondicional sin dobleces: vivió bajo las gradas del Lolo Fernández, nunca vistió otra camiseta (salvo la de la selección) y ya sabemos el efecto que sus declaraciones provocaban (y siguen provocando) en el rival de toda la vida.
Mientras estuvieron en actividad, para los hinchas era muy significativo verlos juntos, saber que eran amigos e imaginar que su complicidad en el mediocampo se extendía más allá del vestuario y llegaba a impregnar las fibras de la vida diaria. Esa familiaridad y cercanía los hacía ídolos con un arraigo aún más indestructible.
Por todo eso, la noticia de su reconciliación –después de un distanciamiento de al menos un par de años– ha sido para el hincha de la ‘U’ como quitarse al fin una molesta espina que hubiésemos traído clavada en el talón. No solo eso. Que dos símbolos de su relevancia retomen su amistad con un abrazo en la misma semana que el equipo vuelve a la punta del torneo, y en el año del centenario, es una coincidencia que toca festejar. Estoy seguro de que en el próximo partido, en cada situación decisiva, la imagen del Puma y de Chemo juntos se reproducirá en la mente de más de un jugador. El abrazo que se han dado podría ser, ojalá, un vaticinio del bicampeonato.