LEE: Alianza Lima, el club que se hizo campeón de la Liga de Vóley desde el latido de hincha de cada una de sus jugadoras | OPINIÓN
“Fue como jugar en Matute”, nos dice una emocionada Esmeralda Sánchez en medio de la celebración, luego de caer al piso de rodillas para abrazarse con Maricarme Guerrero tras el punto final. Lleva el escudo aliancista impregnado en el corazón, por eso no duda en tirarse de cara para salvar alguna bola, como tampoco dudó en irse en esos años en los que el equipo de vóley no tenía dónde entrenar y lo hacían en un campo sintético. Llegó desde Iquitos hace diez años, cobijada por el exentrenador Carlos Aparicio, con un único sueño: ser campeona con Alianza, el club de sus amores, y siendo capitana. Ayer lo logró. Por eso abraza el trofeo y no lo quiere soltar. Incluso hace el ademán de querer llevarse a casa. El hincha le celebra esos gestos, le aplaude ser la capitana del equipo, la que alienta dentro del campo a sus compañeras. Ha entrado en la historia de su Alianza, lo sabe, es consciente de ello y llora de alegría. “Ya no me importa nada, ya no me importa nada”, repite con una sonrisa de oreja a oreja.
A unos metros de Esmeralda está Aixa Vigil, quien no puede frenar sus lágrimas. Abraza a Maeva Orlé, le agradece y mira al cielo. Ella, así como la capitana, sobrevivió a las tres finales perdidas de manera consecutiva. Pero nunca dejó de luchar, ni cuando estuvo tres meses lesionada, mucho menos después del primer partido que perdieron. Jugó, según nos cuenta, con cierto temor de volver a recaer de su lesión, por eso llevaba vendas en su hombro derecho -su bendito hombro derecho que le permitió realizar ese mate final para el punto del título-. “Lo soñé. Lo juro. Lo soñé”, le dice a las cámaras. “Hoy, en la mañana, le dije a mi mamá que seríamos campeonas”, añade.
Maeva Orlé y Clarivett Yllescas no se separan ni un solo instante. Clarivett no solo es su traductora, es su novia. Y no deja de abrazarla felicitándola por haber sido elegida la mejor jugadora del torneo. En septiembre del año pasado, Maeva decidió dejar su natal Francia para venir al Perú por Clarivett, quien tenía todo cerrado para jugar por Regatas. Un día antes de que firmara por el club chorrillano, Cenaida Uribe, jefa del equipo de vóley aliancista, la llamó y le propuso contratarla a las dos. Aceptaron sin pensarlo. Se complementan dentro y fuera del campo. Si Orlé siempre pide armados largos para su mate potente, Yllescas casi siempre elige “la coja” como jugada o se inventa alguna pirueta para levantar al público. Es el primer título juntas y no dudan en festejarlo. Firman autógrafos, se toman fotos y declaran a la prensa. Se besan y celebran que el amor también triunfó en el Polideportivo.
Marina Scherer fue elegida la mejor armadora del certamen. Cuando fue a recibir su premio, detrás suyo, a unos metros, su hermana Simone, atacante de la San Martín, no podía dejar de llorar. Ha perdido la final, pero la sangre es más fuerte. Está viendo triunfar a su hermana. Brasileñas ambas, Marina es la calma del equipo. Cuando Esmeralda salta, grita y pide aliento, ella se lleva los dedos a la cabeza para decirle a sus compañeras “hay que pensar”. Cuando el hincha se impacienta, ella pide tranquilidad. “Lo hicimos por nuestra gente”, dice y reconoce a la hinchada blanquiazul que fue hasta Matute al mediodía de este domingo histórico para despedirlas antes de que empiece su trayecto rumbo al Polideportivo. El banderazo no las sorprendió, pero sí las emocionó. Si necesitaban un último aliciente, ese era. Salieron a matar desde el primer punto. Y Marina fue crucial: en el armado, en el bloqueo y en algunas defensas en las que estuvo casi siempre bien posicionada.
En los ojos de Ysabella Sánchez se notaba sed de revancha. Fue a quien más le chocó lo sucedido en la primera final, tras la victoria del equipo santo y la riña que terminó con el castigo al profesor Rafael Petry. Con la manga derecha de su polo remangada, ‘Chabelita’ solo tuvo un objetivo: derrotar al rival. Lo demostró en cada mate, cada celebración. Y en las lágrimas que brotó tras la final. Una de las más queridas por la hinchada, elevó su rendimiento en las finales, así como Maricarmen Guerrero. Las dos igual de importantes que las demás. Las dos que de rato en rato se miraban para preguntarse si era real lo que estaban viviendo, si de verdad habían salido campeonas nacionales.
Detrás de ellas está el profesor Gaspar Vicuña, el “portavoz del comando técnico”. Fue el elegido para comandar tras la suspensión de Petry. Y en él se posan algunos puntos cruciales, sobre todo en el saque. Siempre hablando con la jugadora que le tocaba sacar, viendo para dónde debería mandar la pelota. El hincha en el coliseo corea el nombre de Rafael Petry, pero no deja de aplaudir la labor de Vicuña, el entrenador de las últimas dos finales, de los dos triunfos blanquiazules.
El Polideportivo fue Matute por una noche. Vestido de azul y blanco, con el “Corazón Alianza Lima…” entonado a cada momento y con el aliento de ese jugador número siete que ha sido fundamental en esta consagración, en esta noche histórica para la historia del Club Alianza Lima.