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La historia de Renato es la misma que se repite con cada peruano que alista maletas para irse al extranjero por un mejor futuro, a hacer patria. Él con un balón, otros con distintas herramientas. Cada uno valorable y plausible. El volante se fue en 2013, luego del Sudamericano Sub 20 en el que la selección casi clasifica al Mundial con Daniel Ahmed como técnico. Había cumplido apenas la mayoría de edad, pero ahí estaba subiéndose a un avión en el Aeropuerto Jorge Chávez para cruzar el océano Atlántico y llegar hasta Enschede. En ese pueblo que, en pleno 2022, aún conserva rastros de la Edad Media, queda la sede del Twente FC, su primer club en Europa.
Renato luchó para quedarse y consolidarse en una liga que sirve como trampolín para dar el salto a la élite. Jugar en el Viejo Continente cuesta. Para codearse con los mejores cracks del planeta hay que estar a la altura y eso demanda sacrificios. Hay que meter, pegar y correr más de lo acostumbrado. El peruano lo supo desde un inicio y así lo hizo. Se quedó en el Twente hasta 2016. Luego fichó por el Feyenoord hasta 2020, con un breve paso por el Willem II. Y ahora está en el Celta de Vigo de la Liga de España en la que un fin de semana marca a Benzema y al otro debe frenar a otro ‘monstruo’.
Durante todos estos años, el ‘Cabeza’ debutó con la selección mayor -el mismo día que Ricardo Gareca se estrenó con la Bicolor, en 2015-, llegó a un Mundial con 22 años, disputó una final de Copa América y se proclamó como uno de los abanderados de la era del ‘Tigre’ con 75 partidos jugados, como el capitán sin cinta, el ‘Capitán del futuro’.
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