Tres rivales tendrá la selección peruana: los nervios, la confianza y Australia. Vamos en orden.
Sobre lo primero, debería ser un problema atenuado por el profesionalismo y la experiencia. El cuadro peruano es un equipo cuajado, con un promedio de edad maduro (poco más de 29 años), con un comando técnico que, desde el 2015, lo ha hecho rendir ahí donde antes flaqueábamos: en los partidos importantes. Los duelos sensibles en Eliminatorias y Copa América, el repechaje previo ante Nueva Zelanda, el debut mundialista 36 años después en Rusia, son experiencias que han construido una reserva emocional suficiente como para gestionar ánimos de cara a un partido de todo o nada en tierra ajena.
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Lo segundo, la confianza, es más preocupante. La selección tiene un bonito récord contra camisetas de la Confederación Asiática de Fútbol en partidos oficiales y amistosos. Técnicamente el jugador peruano es superior al australiano. Las casas de apuestas nos dan como favoritos. Les venimos de ganar en Rusia… ¡Cuidado! Todo lo que ocurre antes de un partido es historia, anécdota y señal, pero de nada sirve si se convierte en subestimación. En el campo la confianza deportiva solo tiene dos expresiones: el sudor y la fortaleza mental. Perú es una selección competitiva justamente porque sufre, es decir, todo le cuesta. El aficionado no se debe preparar para un baile, sino para la guerra.
En tercer lugar, Australia. Podemos desarrollar un poco más. Es un equipo duro que no luce pero suma cuando alcanza orden. Esto implica juego físico, fricción, ningún temor al despeje, al pase largo o a la pelota dividida. Tácticamente son predecibles: buscarán la espalda de Trauco o López y harán presión sobre Cueva; si fallan, se replegarán a esperar. Es la manera conservadora de un equipo consciente de sus limitaciones y de su pegada, que viene de hacer una campaña muy floja en una clasificatoria sencilla en términos sudamericanos.
En su versión 2022, los ‘canguros’ no cuentan con grandes figuras -pero ellos dicen lo mismo de nosotros-, a diferencia de otras épocas en las que era posible encontrar a cracks como Harry Kewell, Mark Viduka, Tim Cahill o Mark Bresciano. Quien más se acerca a ellos es Hrustic, un volante campeón de la UEFA con el Eintracht Frankfurt, versátil y de buena pegada. Mooy también es interesante; tuvo un paso digno en Premier League, pero su transferencia a la liga china le ha hecho perder brillo y ritmo. Ryan, el arquero, supo ser el guardameta suplente en Arsenal y hoy defiende a la Real Sociedad, pero no le llega al talón a Mark Schwarzer. Finalmente Boyle, el extremo derecho, un escocés con doble nacionalidad, es correlón y fino de cara al arco, con un récord de gol destacable para quien no es un delantero de área (0.28 goles por partido).
¿Cómo ganarles? Poniendo la bola al piso, con precisión en el pase entre líneas. Con cambios de ritmo y desborde. Con posesión en campo contrario, hasta desgastar las defensas y crear espacios. Con finalización. Este es el partido ideal para Cueva y Lapadula, pero también para Tapia, quien debe ser ancla pero también un tiempista, porque el reloj es un adversario más junto al calor catarí y a la presión del cupo en juego.
Algunos duelos previsibles: Boyle sobre Trauco o López; Yotún y Tapia sobre Hrustic; Carrillo sobre Behich y Lapadula contra Rowles y Wright, los arbóreos defensas centrales. Cueva debería ir suelto, pero eso ya es labor de Gareca. A los demás nos toca encomendarnos a Lolo Fernández, Nene Cubillas y Valeriano López, que es lo único que se puede hacer a 14. 416 km de distancia, el trecho que separa Lima de Al Rayyan y nuestros sueños.
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