Ni bien la pelota descubre que tiene vida propia, el técnico de un equipo pasa a ser un agente pasivo de lo que ocurra en adelante. Deja de ser una influencia directa en el resultado y delega sus intenciones tácticas a los jugadores. Se dirige, principalmente, al capitán y a los que tienen un carácter deportivo más notorio. Son aquellos que, en un supuesto, irían a ‘la guerra’ por su entrenador de ser necesario. En la selección, en el Feyernood, en el Twente o en los once amigos de Morondanga, Renato Tapia ha sido siempre uno de esos hombres.
Su caso representa el epítome de la superación personal. En cuanto apareció en el Esther Grande de Bentín, la prensa advirtió en él capacidades muy superiores al promedio del jugador peruano. Markarián mismo señaló sus virtudes en varios medios. Pero a Renato, contra todo pronóstico, las cosas nunca se le dieron fácil. Pese a su categoría de refuerzo estrella de la Sub 20 de Daniel Ahmed, no alcanzó a cuajar una actuación sólida en el Sudamericano 2013 junto al inefable Max Barrios. Y ambos fueron sustituidos por Miguel Araujo y Marcos Ortiz. ¿No que era tan bueno?, nos preguntábamos algunos.
Renato Tapia, ahora lo sabemos, no es de los que se adapta de inmediato a nuevas circunstancias. Él degusta de a pocos sus nuevos contextos y va haciendo ajustes hasta encontrar su espacio. Eso ocurrió en cada lugar que estuvo. Es de los modelos cuya producción va in crescendo en cada partido. Lo suyo es una permanente oda al esfuerzo. “En tiempos de jugadores millonarios, encontrar un amateur así es hallar oro en la calle”, ha escrito Miguel Villegas, haciendo referencia a una intención de crecimiento poco común en nuestras latitudes.
Sin embargo, hubo un momento, hace un par de años, en que la duda se instaló entre muchos de nosotros. No era titular en Holanda y su rendimiento en la selección, siendo el correcto, no lograba descollar. No entendíamos las loas desmedidas de alguna prensa. Es cierto que cumplía, pero hasta ahí nomás. ¿Acaso vislumbraban lo que se venía?
El fin de semana en el fútbol holandés intentó quitar una pelota en lugar de despejarla, y el precio a pagar significó el gol del rival de turno, el Ado Den Haag. Igual, jugó en un muy buen nivel. El miércoles, cuando uno pensó que ese episodio sería un escarmiento, siguió haciendo de las suyas. Lo que le nace le crece. Y frente al PSV, cómodo líder de la Eredivise, pero por la Copa Holandesa Renato fue reconocido como mejor jugador del campo. Sus quites y su trato del balón fueron formidables. Es puntal de la defensa del Feyernood que solo ha recibido 8 goles en sus últimos 14 partidos.
De a pocos, lo que se le criticaba, el que tomara riesgos en salida, se está convirtiendo en una de sus principales fortalezas. Renato tiene una gran lucidez para salir desde atrás con la pelota bien jugada. Eso, en los Países Bajos, una nación que entiende la estética como forma de vida, es fundamental. En Holanda ponderan más el buen pie de Krol antes que la rigidez de Stam. Por eso lo quieren a Tapia, porque trata la pelota con cariño.
Acá, en cambio, no es solo su elegancia lo que nos seduce. Renato emigró joven, pero ni por un segundo ha olvidado sus raíces. La distancia no lo ha separado del Perú. Hay que ver cómo canta el himno patrio.