“¿Cómo le explico al chico que vende periódicos o a la señora que barre la esquina que yo también me angustio, que la espera inquieta, que hace semanas duermo poco y mal, que ya quiero que sea el día del partido? Pero no puedo, aunque quisiera me es imposible, esta profesión saturada de convencionalismos me obliga a ser ecuánime, a tratar de ser objetivo, a ser periodista siempre”. Un colega hace de su confesión un desahogo e internamente uno repite como eco sus palabras, “que el tiempo pase volando”. Tiene razón, este feliz insomnio del posible viaje a Rusia, ahora que se acerca el momento decisivo, se ha tornado agobiante. Ante tanta expectativa, conservar la calma es necesario pero no es una tarea simple que puedan aliviar el agua de azahar o la valeriana. ¿Cómo es que se hace, entonces?
Una dosis moderada de adrenalina es saludable para el individuo, ya que lo pone en marcha y lo ayuda a estar alerta frente los inconvenientes que entorpecen sus metas. El problema ocurre cuando estos pensamientos anticipatorios afectan las emociones de la persona, poniéndolo tenso y, a veces, como contra Colombia, obnubilándolo. En el caso del hincha la ansiedad cederá cuando ruede la pelota, en el de los jugadores, en cambio, es imprescindible que desaparezca mucho antes. Por esa razón, es fundamental trabajar en la cabeza de los seleccionados para que el 10 y el 15 de noviembre sus pensamientos ayuden a sus emociones a desdramatizar la importancia de ambos
Lo primero que tiene que entender el futbolista que nos represente es que en casi todos los rubros de este proceso se ha procedido con eficacia.
La federación y los clubes han hecho su parte. Se han subordinado a los intereses de la selección, entendiendo claramente que el Mundial puede ser el revulsivo que el país necesita para tener, por fin, un fútbol formal y competitivo. Los jugadores han sido cedidos al comando técnico con anticipación y sus miembros no se han arriesgado participando en el torneo doméstico.
La prensa deportiva, tan propensa al sensacionalismo en el Perú, esta vez no se ha excedido en elogios ni ha sido lapidaria en sus juicios. En términos generales, ha criticado constructivamente y ha respetado, a diferencia de otros países, las decisiones del entrenador.
El aficionado peruano tantas veces visceral e inestable comprendió el mensaje de Gareca y apoyó al grupo mayoritariamente pese a la anemia inicial de resultados. Se ha pactado una tregua tácita en busca de un bien superior: el cariño por la selección debe estar por encima de la camiseta del club que se ama.
El comando técnico jamás se descorazonó. Inclusive en las más álgidas situaciones la prédica de Gareca permaneció inalterable. El técnico confió en su grupo e hizo los correctivos necesarios para optimizar la armonía dentro del plantel. La disciplina, como él dijo e hizo bien, la manejó internamente. Además, recuperó el viejo fútbol de toque que enamora al peruano, adaptándolo a la modernidad que exige el balompié actual.
Finalmente, este grupo debe entender que hay razones para confiar. Ha sabido lidiar con la adversidad antes y no va a ir a Wellington a naufragar en la orilla. Ni la intensidad de los vientos, ni la corpulencia de los rivales, ni los 32 años de abstinencia mundialista van a impedir que salgan a jugar el juego que mejor juegan y que más les gusta. Son favoritos porque se lo ganaron en la cancha. Le empataron a Argentina de visita, sometieron a Paraguay en Asunción y triunfaron en Quito. Anularon a la dupla Suárez-Cavani y superaron a Bolivia con goles de antología. Vienen de competir en la Eliminatoria más dura del mundo y tienen jugadores de élite como Cueva, Farfán y Guerrero. Hace mucho que juegan juntos y son un grupo solidario. Además, hay un pueblo que apuntala la ilusión con su apoyo incondicional. Y ellos lo saben. Así que, como decía Cabral, “libérense de la ansiedad y piensen que lo que debe ser, será y sucederá naturalmente” que para eso han trabajado muy duro.
Es tiempo de disfrutar este repechaje que tanto costó conseguir. El equipo está listo. Durmamos tranquilos.