Decir adiós nunca es fácil, sobre todo cuando eres una de las máximas figuras de tu profesión.
Tras más de 30 años de carrera, el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza se despidió de la Ciudad de México como parte de su gira en la que deja gran parte de su vida.
“La decisión de retirarse no es fácil porque amo la profesión, me lo ha dado todo, pero uno se hace un planteamiento de vida y cuando amas tanto la profesión decides que para ser agradecido con ella te tienes que ir en el mejor momento y cuando todavía gozas esa sensación de ganas, de pasión, de querer darlo todo. Irte en un momento en el que gente todavía te va a extrañar y, sobre todo, que tengas una edad en la que puedas disfrutar de cosas que hasta ahora no he podido disfrutar”, reveló Hermoso en entrevista con MILENIO-La Afición.
Una difícil decisión
Tomar la decisión no fue fácil, incluso, después de años de insistencia de su madre y esposa.
“Fue una decisión que la fui compulsando con todos ellos, era curioso cómo reaccionaba cada uno de ellos. Mi mujer, Miren, llevaba muchos años diciéndome que me retirara pronto porque no era solo la fatiga que yo tenía y el sufrimiento que conlleva una vida profesional tan longeva como la que he tenido y con tanto festejo por todo el mundo, sino también lo que le imprimía a la familia; los miedos que tenía mi mamá siempre, los miedos que mi esposa también tenía, entonces ellas dos estaban soñando con ese retiro”, rememora.
Pero no todos estaban de acuerdo.
“Cuando se lo dije a mi padre, todo lo contrario. Me dijo: ‘cómo es que te vas a retirar, tú no te puedes retirar, tienes que seguir adelante dando la cara y dándolo todo en las plazas”, agrega.
Su hijo y Cagancho
Sin embargo, Hermoso no se irá del todo, pues ahora acompañará a su hijo Guillermo, quien heredó de él su amor por la fiesta brava.
“Una parte importante ha sido la carrera de mi hijo Guillermo al ver que el legado sigue a nivel artístico con una continuidad por parte de la familia, es algo que sé que me va a regalar el poder vivir la fiesta a través de él acompañándolo, montando a caballo, preparándolos, y eso hace que la despedida será una mini despedida”, revela.
Es imposible hablar de Pablo Hermoso de Mendoza sin mencionar a Cagancho, un caballo que se convirtió en parte de su familia. Los ojos del rejoneador se humedecen al recordarlo.
“La llegada de Cagancho fue para mí como un resorte que me impulsó al estrellato porque fue un caballo con tanta personalidad que todo el mundo venía a verlo y eso me hizo subir como la espuma. Me atrevería a decir que fue un compañero de vida, que vivió hasta los 30 años, que son como 100 en una persona. La gente de mi pueblo venía a verlo, a traerle unas manzanas, unas zanahorias”, añora.
Ésa fue otra de las despedidas más difíciles que vivieron él y su familia.
“Fue una enseñanza también para mis hijos. Fue el primer duelo doloroso que tuvieron que afrontar mis hijos y fue una lección para después cuando han venido pérdidas en la familia muy queridas”, confiesa.
Rituales
El rejoneador español tuvo muchos rituales durante más de esas tres décadas en las que salió al ruedo, pero últimamente prefería portar algo que lo acercara a los suyos, lo que siempre estuvieron y con los que ahora estará de lleno.
“He tenido muchísimos en la vida, algunos impuestos casi por la profesión porque los vas aprendiendo del equipo de trabajo que está contigo, de banderilleros mayores que tú que actuaron contigo, y de repente me plantee que me iba a quitar todo eso, que me iba a quitar todos los fetiches y todos los amuletos.
“Simplemente ahora llevo alguna medalla, alguna estampita, que me da gente cercana y eso de alguna manera me representa el cariño y la fe de todos los míos que son los que me impulsan y que me cuidan”, revela.
Físicamente se siente como para continuar haciendo historia, pero sabe que ser rejoneador le exige estar al cien por ciento.
“He tenido una preparación después de los dos años de pandemia, en los que me he ocupado de tener una preparación física un poquito más atendida porque indudablemente los años pasan, y aunque me encuentro bien, para aguantar la vorágine de corridas, los viajes, entrevistas y demás; hay que estar fuerte.”, reconoce.
Hoy, queda en el recuerdo aquella tarde de agosto de 1989, en Tafalla, cuando tomó la alternativa.
“Aquella tarde todo estaba centrado en que era el segundo toro que lidiaba en toda mi vida, que aquello era una aventura en la que me había embarcado complicadísima porque tenía muy poquitos caballos, acababa de perder a uno de los mejores y hacer frente a eso era para mí todo un reto. Cuando aquello salió bien y salí en hombros con mi padrino Manuel Vidrie, que para mí era un dios del toreo, otra vez me abrió sensación de que podía seguir creciendo. Aquel momento fue cargado de emoción y que solamente existía eso para mí”, precisó.
AVV