En un sector del periodismo de hoy existe una tendencia que choca con la historia y con la razón: comparar a dos figuras de diversa época y distinta trascendencia universal en el mundo del fútbol: Alberto Spencer y Antonio Valencia. Ambos tuvieron (Valencia transita ya el prerretiro) nombradía internacional, pero la dimensión entre lo que cada uno consiguió difiere rotundamente.
Valencia se destacó desde marzo del 2005 jugando para la Selección en las eliminatorias para Alemania 2006. Ese año pasó a Villarreal y luego a Recreativo de Huelva, en España. De allí al Wigan inglés y finalmente, en 2009, al Manchester United, en el que estuvo diez temporadas y llegó a ser capitán. Su puesto habitual era el de volante ofensivo, pero no pudo sostenerse en esa ubicación y debió convertirse en marcador lateral. Así terminó su campaña en Inglaterra.
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En el fútbol de hoy los marcadores de punta no alcanzan el relieve de años atrás. Para llegar al Olimpo en el que moran los dioses del balón hay que ser un goleador o un constructor de juego. O las dos cosas. ¿Ejemplo? Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Andrés Iniesta o Andrea Pirlo. Como volante Valencia no tuvo destaque. Al ser llevado a su nuevo puesto de marcador perdió una de sus facultades: el potente y colocado lanzamiento al arco contrario con el que marcó dos goles a Paraguay en 2005 y que lo llevó a los primeros planos. Como defensa, pese a su larga permanencia en el Manchester, es imposible que los cronistas actuales en el mundo lleguen a compararlo con Nilton Santos, Djalma Santos, Junior, Silvio Marzolini, Paolo Maldini, Paul Breitner, Roberto Carlos o Giacinto Facchetti. Total, luego de 339 partidos en Europa, nunca llegó a ser una estrella de dimensiones universales.
En la década de los 60, Uruguay era una potencia mundial. En 1966 Inglaterra se llevó la Copa del Mundo jugada en su casa, pero al único equipo al que no pudo ganar fue a Uruguay. A ese país arribó en 1960 Spencer. Llegó a ser campeón uruguayo de 1959, 1960, 1961, 1992, 1964, 1965, 1967 y 1968. Fue el máximo goleador uruguayo en 1961, 1962, 1967 y 1968. Fue campeón de la Copa Libertadores de América en 1960, 1961 y 1966. Es el máximo goleador de la Copa con 54 goles. Logró con Peñarol la Intercontinental (hoy Mundial de Clubes) dos veces: 1961 y 1966, y es el segundo goleador de ese torneo con 6 anotaciones, superado solo por Pelé que hizo 7.
Fue con Peñarol campeón de la Supercopa Sudamericana de 1969. Entre 1960 y 1971, en su periodo con la divisa peñarolense, marcó 343 goles en partidos oficiales. Su enorme clase le permitió el honor de ser llamado a vestir la camiseta de Uruguay en amistosos ante Inglaterra, Checoeslovaquia, Austria, Unión Soviética y Perú en dos ocasiones. El 6 de mayo de 1964 puso el gol ante Inglaterra en el mítico Wembley, marcado a Gordon Banks, que fue hasta 199o el único gol charrúa en ese escenario.
Los que van en contravía de la historia arguyen que Valencia es el único jugador ecuatoriano que ha triunfado en Europa. Ese embuste no sirve para comparaciones. En los años 50 y 60 a ese continente no iban muchas estrellas que no fueran Alfredo Di Stéfano, Juan Alberto Schiaffino u Omar Sívori. En los últimos años va cualquiera y al menos el 70 % regresa por no dar la talla. Según ese concepto, Valencia es mejor que Pelé, Gerson, Tostao o Garrincha que no jugaron en Europa. A Pelé y a Spencer los pidieron clubes italianos y ofrecieron un millón de dólares (equivalentes a 60 millones de hoy), pero Santos y Peñarol no aceptaron. ¡Spencer no se vende!, gritó Gastón Guelfi, presidente del club, como lo anota el Libro de Oro de Peñarol.
El Peñarol de Spencer es considerado uno de los 20 mejores equipos de todos los tiempos. Así consta en la Enciclopedia Océano del Fútbol, y así lo incluyó el diario español Marca en una encuesta sobre la cual todavía se está votando.
El United en el que jugó Valencia por diez temporadas no está en ninguna de esas nóminas. Entre 2009 y 2019 fue un equipo discreto que solo alcanzó dos coronas de la Liga Premier y dos Copas de la Liga, entre otros trofeos menores. Apenas llegó una vez a la final de la Champions (2010-2011) y fue derrotado por Barcelona.
Las más importantes plumas del planeta escribieron excelentes notas sobre Spencer. Esto dijo el francés Francoise Thibaud, director de Miroir du Football, tras vencer Peñarol al Real Madrid por la Intercontinental de 1966: “Es el único jugador que me hace recordar, por sus cualidades y su estilo, al formidable Pelé. Tiene la misma desenvoltura, la potencia, las increíbles posibilidades de aceleración, el sentido que le permite esquivar los golpes, la técnica sin fallas. También un extraordinario juego de cabeza. Su inteligencia para el fútbol colectivo es superior a la de Eusebio”.
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La emblemática revista argentina El Gráfico publicó en 1967 una entrevista de Juvenal. En un fragmento dice de Spencer: “Metió la mayoría de sus goles de área penal. Lo hizo rematando con el pie, de volea, de sobrepique o desviando con un toque justo la trayectoria de esa pelota que cruzaba frente a los palos adversarios. O de cabeza, como se produjeron sus conquistas más espectaculares. Aquel tercer gol para Peñarol contra River, en la final de Santiago de Chile de 1966, fue mucho más que un frentazo. Fue un verdadero penal de cabeza. Un cañonazo que sacudió la red por encima de la cabeza de Amadeo Carrizo”.
Spencer, incomparable, vive y vivirá siempre en la memoria de los aficionados de todo el mundo. De los que disfrutaron de sus piques electrizantes que dejaban una estela como los aviones a chorro y a los defensores clavados al piso como postes; o de sus saltos de trampolinista que iba más alto que las manos de los arqueros, las que quedaban como implorando a Dios que la mágica cabeza del artillero errara la diana. Pocas veces Dios les hizo caso, esteta puro que se deleitó siempre con las conquistas del hombre al que su infinita bondad le otorgó el don divino del gol: Alberto Spencer. (O)