En 1984 viajé a Uruguay y a Argentina en compañía de Miguel Martín Ycaza y Jacinto Landázuri con una doble finalidad: la primera fue asistir al partido por la Copa Libertadores de Nueve de Octubre, que en calidad de subcampeón del fútbol ecuatoriano debía medirse con Nacional, monarca uruguayo, en el Centenario. La otra, terminado ese partido, ir a Buenos Aires con el propósito de visitar radio Rivadavia, que por esos tiempos era la emisora más popular de Argentina; no había quien la supere en deportes. La idea era conocer su funcionamiento, en vista de que en Guayaquil estábamos por poner al aire radio Caravana.
Jacinto Landázuri, por sus excelentes relaciones con José María Muñoz, más conocido como el Gordo o el Relator de América. Muñoz era famoso por haber instaurado gran cantidad de expresiones al relato, términos que hoy muchos narradores repiten; por ejemplo: “Cómo tiembla el cemento”, “aroma de gol”, “peligro de gol”. Su sello único era la manera de narrar un gol, que consistía en un canto con escala de sonidos ascendentes y descendentes cuando repetía gol, gol gol, gol. Luego, por cortesía, Muñoz invitó a Landázuri para que lo acompañara en su cabina para compartir relatos del partido Huracán-River Plate, un domingo en el estadio de Parque Patricios, como efectivamente sucedió. Debo reconocer que me sorprendió la obsesión de Muñoz por los detalles en la narración y la velocidad y ritmo que puso Landázuri. Esta inolvidable experiencia, que duró los últimos 15 minutos de aquel partido, se complementó cuando el famoso Muñoz nos presentó a un joven periodista, que era informador de campo de radio Rivadavia: Marcelo Tinelli.
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Y para cerrar ese día lleno de acontecimientos, al regresar al hotel en el taxi conversábamos de todo lo sucedido. Al escucharnos, el conductor nos interrumpió con esta frase: “¿Che, quién de ustedes es el ecuatoriano que narró con el Gordo?”. Con el pasar del tiempo comprendí la importancia en el fútbol de un buen narrador radial, todo lo que puede generar y convocar por esa influencia popular que generan sus palabras.
Cuando se profundiza sobre las escuelas reconocidas en la narración del fútbol en Sudamérica, es indiscutible que sobresale la colombiana. También la argentina, alimentada por varios relatores uruguayos de gran jerarquía, pero la ecuatoriana no se queda atrás. Hubo destacados relatores radiales que dejaron un legado reconocido, muchos dentro y fuera del país. Entre los más destacados están Ralph del Campo, quien desde los años 40 se adueñó de la audiencia guayaquileña con un timbre de voz con carácter. En la capital, Alfonso Lasso Bermeo, más conocido como Pancho Moreno; Carlos Rodríguez Coll, Carlos Efraín Machado, Édgar Villarroel Caviedes, Fabián Vizcaíno, todos destacadísimos relatores deportivos. Ecuador Martínez Collazo, entre los años 50 y 70, impuso en Guayaquil su registro para hacer de la narración un imaginario continuo, hasta culminar con su particular canto del gol, fraccionándolo las veces que la importancia exigía. Con esos maestros la calidad en la sucesión estaba asegurada con una generación dorada de narradores, entre los que incluimos a Rudy Ortiz, Petronio Salazar, Alfonso Chiriboga, Pepe Murillo, Jacinto Landázuri, Jaime Antonio Alvarado, Alfonso Lasso Ayala, Roberto Omar Machado, Fabián Gallardo, Gerardo España, Guiford Trujillo, Duval Zedeño, Patricio Jarrín, Patricio Edmundo Mantilla, Walter Ruiz y por supuesto Paco Álvarez y Rodolfo Piñeyro.
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En estos días, por diferentes razones, lamentablemente Paco y Rodolfo dieron un paso rumbo al más allá, ahí donde comienza la inmortalidad. Piñeyro, uruguayo de nacimiento, vivió en nuestro país por más de 40 años. Se sumergió en la idiosincrasia ecuatoriana y se hizo querer; lo llamaban Tata, por su particular manera de cantar el gol. Hizo una carrera respetable y fue reconocido por su alto grado de responsabilidad. Como padre ejemplar conformó una familia que superó momentos de angustia cuando en un accidente de tránsito, en la vía a la costa, el él y sus pequeños hijos resultaron con lesiones de consideración. Rodolfo sufrió severos traumatismos que pusieron en peligro su vida.
Ese accidente y sus secuelas las superó con la tenacidad con que enfrentaba las adversidades de la vida. Y con ese mismo temple sobrellevó la última parte de su existencia, cuando una grave enfermedad no le quitó nunca la esperanza ni la sonrisa, hasta que el designio superior le quitó el aliento para siempre. Rodolfo Piñeyro Zibechi hoy ya descansa en paz.
Días antes la ciudad se conmovió cuando se conoció que había fallecido otro periodista deportivo, también relator: Francisco Álvarez Moreira, la Voz de Oro del Ecuador. En la narración era dúctil, versátil, formidable, en un vaivén de palabras con que acaramelaba la acción de lo que sucedía en el campo de juego. Se caracterizaba por su permanente afán de que el oyente comprendiera lo que sucedía en el escenario deportivo. Describía la temperatura, estado de la cancha, la agitación de las barras y si algo no era de su agrado, sin tapujos criticaba al que le toque, así sea el más encopetado.
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Tuve la oportunidad de compartir con Paco muchas transmisiones de tenis y ahí también mostraba su pericia. Álvarez, nacido en Manabí y radicado en Guayaquil por su profesión, falleció el 10 de enero anterior luego de soportar una silenciosa enfermedad que lo postró y lo aisló de su actividad. El relato deportivo de nuestro país ha perdido a dos referentes, tanto Paco como Tata demostraron que en su especialidad tenían gran conocimiento, precisión, capacidad para improvisar y para describir, facilidad para generar con su voz imágenes en la mente del oyente. El éxito de los dos, y por lo que serán siempre reconocidos, radica en su originalidad, fervor y estilo auténtico. Nunca impusieron su criterio ni con prepotencia ni vulgaridad.
Fioravanti (Joaquín Carballo Serantes, 1911-1989), uno de los más reconocidos periodistas uruguayos, se convirtió en uno de los mejores de todos los tiempos de la narración en radios argentinas, entre los años 50 y 60. Él explicaba que el objetivo principal del relator era que el oyente no pierda el ritmo ni el sentido, que quien escucha y no podía estar en el estadio creyera y se convenciera de que estaba presente. Creía que para conseguirlo se debía explotar al máximo nuestro idioma –tan rico porque hay palabras distintas para decir lo mismo– y eso lo transporta al oyente, a esos espacios donde la imaginación reina.
Álvarez y Piñeyro cumplían con las sugerencias de Fioravanti con mucha facilidad. Hoy quedan sus testimonios en redes sociales para que las futuras generaciones constaten sus virtudes. Mientras tanto, a los que hemos compartido sus narraciones nos queda por siempre el pensamiento de Gabriel García Márquez: “Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para quien tiene corazón”.
Paco y Rodolfo confirmaron la verdad que escribió Hernán Rivera Letelier: “Un gol o una buena jugada, como cualquier asunto importante en esta vida, no está completo si no se relata, si no se cuenta, si no se narra y recrea con la magia de las palabras”. (O)