Crónica de El Gráfico 1994
→ Los rojos están de vuelta olímpica, la decimotercera del ciclo profesional, y también el fútbol está de vuelta, luciendo en todo su esplendor de fiesta inigualable, después de la tristeza que vivimos hace pocos meses en USA ’94.
Vale el mal recuerdo del pasado cercano para valorizar doblemente esta hermosa realidad que nos regaló Independiente en su consagración.
A través de la aplastante demostración de poderío y armonía que brindó frente a Huracán, revive todo un ayer glorioso e inolvidable. No sólo de la divisa que se enriqueció con figuras como Antonio Sastre, Ernesto Grillo, Chirola Yazalde y Enrique Bochini, sino de ese juego criollo que todos llevamos en el corazón.
DIGNO DE UNA GRAN FINAL
Independiente y Huracán se jugaron el título del Apertura en el último partido del Torneo. Semejante acontecimiento merecía ser vivido como una auténtica fiesta del fútbol. Realmente fue así. Y para que nada le faltara, contó con el apoyo de un impecable arbitraje, el de Javier Alberto Castrilli.
No es la primera vez que debe ser elogiado por su sobriedad, criterio y sentido de autoridad. No será, seguramente, la última. En este caso, el aplauso se hace más fuerte por la magnitud del acontecimiento y la consiguiente responsabilidad que encerraba el partido.
Independiente volvió a demostrar en el encuentro decisivo, al que llegaba un punto abajo y en que necesitaba Ineludiblemente la victoria, que lo bello no está para nada en la vereda de enfrente de lo efectivo. Que un equipo puede ofrecer un fútbol estéticamente espléndido y a la vez contundente. Como para gozarlo con los sentidos y con el intelecto, porque hace bullir la sangre, deleita la vista, alegra el espíritu y engorda la red con goles.
El conjunto de Miguel Brindisi ratificó lo que ya sabíamos, porque pudimos vivirlo con Independiente cuando lo dirigían Solari o Pastoriza. Que el afán por luchar puede ir del brazo y por la cancha con la alegría de jugar.
Cuanto hace que no veíamos a los rojos en la instancia de tener que jugarse el campeonato en los últimos noventa minutos de la campaña? Hagamos memoria. Desde la noche del miércoles 10 de enero de 1979, cuando definió contra River el torneo Nacional de 1978. Fue allí mismo, en la hirviente caldera del estadio de las dos viseras. Aquella vez, ganó con dos goles que Bochini le metió a Fillol en ese mismo arco donde marcaron Usuriaga y Garnero para poner en marcha la última victoria. EL GRAFICO saludó aquella conquista con un título que le calzaría justo a esta nueva consagración: “Independiente sacó campeón al fútbol”.
Porque ahí estuvo lo más atractivo, lo más elogiable y lo más reconfortante de este triunfo. El Campeón no se limitó a ganar. Lo hizo de una manera brillante, aplastando al Globo de una punta a la otra del partido, como para que no quedaran dudas, y además, adornó su actuación con pasajes de tanto virtuosismo individual y de tanto afiatamiento colectivo, que más que un partido de fútbol admirablemente jugado, nos ofreció una sinfonía.
Un partido no basta para definir a un equipo ni certificar los merecimientos de una campaña. Aunque se lo juegue tan bien como lo hicieron los rojos ante Huracán. Pero cuando un equipo cierra el campeonato goleando y brindando espectáculo -cuatro a Banfield, cinco a Gimnasia, cuatro a Huracán; contra Boca sólo empató, pero mostró pasajes brillantes- esas evidencias se tornan abrumadoras.
Este Campeón está en la línea estilística y conceptual de los otros Campeones que tuvo Independiente en su historia. Es compacto, ordenado y hasta puede ser vibrante como fuerza colectiva. Pero es, fundamentalmente, el producto aritmético de los futbolistas que lo integran. Es así, jugó así y ganó así porque tiene a Daniel Garnero. Que maneja muy bien la pelota, le pega seco y justo, tiene el panorama de la cancha clavado entre ceja y ceja, sabe elegir cuándo tenerla y cuándo la debe pasar, juega y hace jugar a los demás. Es así porque tiene a Gustavo López. Que directamente la rompe, tiene un pincel en el pie zurdo y cuando acelera, para detenerlo hay que voltearlo. Es así porque tiene a Diego Cagna. Que es la rueda de auxilio dinámica e inteligente para todo compañero comprometido, atrás, en el medio o adelante. No es simplemente un correcaminos. Baja, marca, recupera, pero cuando la consigue, juega. Es así porque cuando llegó la fiebre de importar colombianos, acertó al traer a Usuriaga, el más peligroso de todos, porque su tranco largo puede complicar a la defensa adversarla -a Corbalán lo volvió loco durante los 45 minutos iniciales, desequilibrando de paso a Couceiro- y puede definir, pero también se brinda con acertadas devoluciones al despliegue ofensivo de los suyos. Es así porque Sebastián Rambert, todavía desparejo en su producción, es un buen proyecto de ese fútbol agresivo, punzante, que es patrimonio de Independiente. Y es así porque allá atrás, Rotchen, Serrizuela y el Luli Ríos -regresado de lo que pareció un injusto exilio- tienen el vigor y la determinación que caracterizó a los defensores rojos, desde los tiempos de Hacha Brava Navarro, David Acevedo, Pipo Ferreiro, el Chivo Pavoni y Hugo Villaverde.
Entre los trece vencedores del domingo, seis surgieron de las inferiores del club: Ríos, Rotchen, Garnero, Gustavo López, Rambert y Desio. Quienes arribaron de otros pagos, asimilaron fácilmente la idiosincrasia de los rojos, como Cagna, Perico Pérez, Tiburcio Serrizuela, Ricardo Gareca, el mismo Palomo Usuriaga, porque llegaron para hablar el mismo idioma de fútbol. Así se construyen los grandes equipos. Esa es la mejor base estratégica para aplicar un planteo táctico inteligente: intérpretes preparados para ejecutar sin dificultades la partitura que el técnico coloca en sus atriles.
Una noche del verano de 1992, cuando los dirigía Bochini, los juveniles integrantes de un bisoño Independiente perdieron con River en Mar del Plata. Después del partido, Passarella estuvo con Gallego en el vestuario de los rojos para dejarles su felicitación y su voz de aliento: “Arriba ese ánimo, pibes, la seguir metiendo...!’’ Uno de los pibes que recibieron ese mensaje era Garnero que había jugado un partidazo-, otro era Gustavito López, otro era Desio...
Los pibes de aquella noche festejan hoy un campeonato y nos dieron la alegría de traer de vuelta al fútbol.@