Este 20 de abril el futbol argentino perdió a uno de sus personajes más carismáticos: Hugo Orlando Gatti falleció a los 80 años en Buenos Aires, Argentina. Pero su legado, más allá de los títulos y las atajadas, también incluye episodios que rozan la leyenda. En más de 700 partidos oficiales, El Loco solo tuvo dos oportunidades de jugar como delantero.
La más recordada de ellas ocurrió el 17 de septiembre de 1984, en el estadio de la Universidad de Ratcliffe, en Fresno, California. Boca Juniors disputaba un amistoso ante el Atlas de Guadalajara. El club atravesaba una profunda crisis económica y había viajado con un plantel corto. Cuando José Berta, único delantero disponible, se lesionó a los 28 minutos del segundo tiempo, el técnico Dino Sani miró al banco. No tenía más cambios. Entonces le preguntó al suplente de arquero, Hugo Gatti, si quería entrar.
Gatti, que estaba bronceándose al costado del campo, aceptó de inmediato. Se puso una camiseta número 14 prestada y lanzó una frase que quedaría en la memoria:
“Atención, troncos, que entró el maestro”, recuerda El Gráfico en una nota que reconstruye aquel partido.
Jugó como delantero durante los últimos 17 minutos. No hizo goles, pero puso a la defensa rival en aprietos y colaboró con el ritmo ofensivo del equipo. Boca ganó 2-1 con goles de Fernando Morena y Carlos Mendoza. El Loco no necesitó marcar para robarse el show.
Ocho años antes, el 11 de agosto de 1976, en un amistoso en La Bombonera, Gatti ingresó como delantero con la camiseta número 9. Aunque no marcó goles, cumplió el sueño de jugar en ataque, una concesión del cuerpo técnico para complacer al excéntrico arquero de Boca, relata Clarín.
Dos partidos. Ningún gol. Pero sí una historia que refleja el espíritu rebelde de Hugo Gatti, ese jugador que no se conformaba con su lugar en la cancha y que parecía disfrutar del juego como un pibe.
Porque más allá de las atajadas, los títulos o las polémicas, Gatti se fue como vivió: jugando. Incluso, cuando el futbol le propuso salirse del libreto, él se animó. Cambió el arco por el área rival, se puso una camiseta distinta, y corrió como si la infancia aún lo habitara.
Hoy, el balompié lo despide con el mismo asombro con el que lo vio reinventarse dentro de la cancha. Y quizás, en alguna cancha de cielo abierto, vuelva a gritar:
"Atención troncos, que entró el maestro."
MAOJ