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Veintiséis años después del famoso apodo ‘Maestrito’, una breve descripción sobre el talento que tenía Ñol en el pie derecho, Luis Advíncula le rinde homenaje con su titularidad en el mismo equipo difícil, al que le piden la Libertadores como si fuera comprar un choripán: es uno de los cinco fijos en el once desde hace dos temporadas, sea por Ibarra, Almirón y ahora Martínez y es tan querido que, cada tanto, la Bombonera lo ve y se pone de pie. Ya fue el primer jugador peruano en marcar con esa camiseta en la Copa. Hoy juega su sexto clásico como titular en Argentina y el club, ese club que ama a muy pocos, le puso hace unos días en Twitter este mensaje enamorado: “Quédate a vivir en Boca, Pichón”. Ni Meléndez. Ni Solano. Ni Zambrano, el ‘León’. A Lucho Advíncula.
Debemos acostumbrarnos ya a sus exagerados movimientos, que mezclan atletismo con capoeira; a sus trancazos, que mezclan kung fu con salto de vallas; a sus goles fuera de contexto, como aquel que le hizo a Ayacucho jugando por Cristal en 2010, un sprint maradoniano que luego definió matándose de la risa: “Yo corría nomás”. O ese puntazo para poner el 2-1 a Alemania, post Mundial de Rusia, cuando la banda era más de Corzo que suya y luego de ello no se la sacaron más. O los tres que hizo en Boca el 2023 por la Libertadores, que lo elevaron al pedestal donde hoy está.
Es Luis Advíncula. Su presente es la prueba de que el aprendizaje nunca termina. Si hoy postergamos cualquier plan por quedarnos prendidos a la TV y al clásico River-Boca es por él.