¿Sería injusto pedirle a esta Sub 23 más de lo que ofreció ante Argentina? Vayamos a los hechos. La bicolor salió a la cancha con un planteamiento defensivo y una pauta similar a la que mostró contra Chile. Había que aguantar en campo propio, defender con eficacia y esperar el momento de atacar. Seamos sinceros: renunciar al protagonismo del juego fue parte del libreto, pero también estaba esa sensación de que era posible hacerle daño al rival. Esta Argentina no pareció una selección descollante ni intensa. Llamaba la atención por tener figuras como Thiago Almada o Valentín Barco, y no por el juego que proponía frente a la selección.
Una diferencia abismal
Pero la diferencia entre ambos fue abismal. Perú jugó el 80% del partido metido en su cancha, aislado de toda conexión con el fútbol e imperceptible de la realidad. Argentina, con sus limitaciones (porque también las tiene), tomó posesión de la pelota y presionó alto para complicar a los nuestros. Nunca nos sentimos cómodos, tampoco pudimos dar más de cuatro pases seguidos y perdíamos rápidamente la posesión. Diego Romero apareció a los 12′ para evitar el primer gol argentino y salvar a la bicolor de una catástrofe. Puso las manos abajo para detener el remate de Santiago Castro y colocar los cimientos de su propia estatua de héroe.
No pasó mucho para que Argentina vuelva a llevar con peligro, pero Romero volvió a responder como ante Chile. Dentro de todo lo malo, mantener el cero en el primer tiempo fue celebrado casi como un triunfo. Si había que aguantar como sea, irse 0-0 al descanso era como sumar tres puntos más. Sin embargo, la situación cambió en el complemento. Un error en salida hizo que el ‘Colo’ Barco pisara el vértice del área y fuese derribado por Álvaro Rojas. El árbitro pitó el penal y Almada agarró el balón. El ‘10′ y capitán argentino cruzó el balón al lado derecho de Romero y colocó el 1-0.
Muchas ganas, poco fútbol
Lo que vino después fue la historia conmovedora de un Perú que trató de jugar con ganas y sin fútbol. Fue una mezcla de esfuerzos intrascendentes y rebeldía ausente, una suerte de impotencia esperada al saber que no era posible revertir un marcador adverso. No había manera de hacerle daño a Argentina y lo peor de todo es que Chemo lo sabía. ¿Cómo hacer para sacar adelante un partido sin tener recursos en el bolsillo? Ni siquiera los ingresos de Adrián Ascues y Víctor Guzmán cambiaron la historia de lo que ya era una muerte anunciada. La bicolor no presionó, ya no corrió y dio la impresión de que sobró tiempo. Pero había que seguir quizá esperando el milagro del balón parado o de la suerte aislada.
Hasta que llegó el segundo de Argentina y toda esperanza se esfumó. Esta vez, apareció Almada para hacer la pausa en el área peruana y asistir a Luciano Gondou, quien solo tuvo que empujar la pelota para batir al ya vencido Romero. El 2-0 fue el epílogo de un libro de terror. Perú ya no hizo más a partir de allí y aceptó su derrota. Sin embargo, lo paradójico del fútbol es que estamos en la pelea. Los tres puntos sumados contra Chile mantienen viva las posibilidades de clasificación a la siguiente ronda del Preolímpico; pero anímicamente hay que levantarse. El próximo rival será Paraguay y quizá ese será el partido definitivo. Lo que suceda será el fin de una historia ya escrita o la extensión del éxito efímero.
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