ENCUESTA DT: “Hay jugadores que no quieren estar” y “a Sonne lo trajeron para hacer turismo”: el análisis en frío sobre el Perú colero en la Eliminatoria
Quien fuera el futbolista mejor pagado de la Liga 1, se peleara con un club árabe e hiciera noticia por sus indisciplinas, fue el primero en bajarse de las eliminatorias para el próximo Mundial. No necesitó expresarlo en palabras: la elocuencia de sus actos fue suficiente. Cueva pasó la temporada fingiendo ser un jugador activo mientras brindaba actuaciones olvidables con la camiseta de Alianza y se ganaba el desprecio de quienes alguna vez confiaron en su talento. El ‘Cabezón’, en ánimo piadoso, prescindió de sus servicios aludiendo razones médicas. Lo cierto es que, tras la eliminación a manos de Australia, Cuevita -será mejor llamarlo así- ha sido, dentro y fuera de la cancha, lo más parecido a un exjugador.
Alfredo Di Stefano decía que la influencia de un entrenador en el juego no superaba el 10%. Un par de años atrás, en “Clarín”, Ricardo La Volpe subía un poco más la vara: dijo que llegaba al 30%. Porcentajes más o menos, las decisiones del jugador siempre serán determinantes, tenga en el banco a Guardiola o a un remedo de Klopp. ¿Pero qué pasa cuando el compromiso con la camiseta se desvanece, las palpitaciones del corazón se ralentizan y las rodillas se aburguesan?
Las cuentas de este desastre no cierran con Reynoso. Falta añadir a los que se borraron como Cuevita y aquellos que parecen no querer que los llamen más. Ahí están Zambrano, profeta de la rudeza y la prepotencia para disfrazar su lamentable estado físico. Otro es André Carrillo, quien ante Venezuela no solo entregó una de las peores actuaciones que se le recuerde, sino que mostró una indignante falta de actitud, incluso desde el momento en que se puso la camiseta para ingresar al campo de juego.
LEE: Reynoso en el abismo: lo que se sabe sobre su relación con Oblitas y cuándo se define su futuro
El volante del Al Qadisiya no es más el futbolista cimbreante y atrevido que nos hizo enrojecer las manos de tanto aplauso en Rusia 2018. Y exigírselo sería un absurdo. Los años no perdonan y a los 32 se ha reconvertido en una suerte de enganche que se mueve detrás de la línea de ataque. No es eso, empero, lo que se le critica, sino su displicencia irritante, su postura desdeñosa. El martes pareció más preocupado en no perder su cadenita -seguramente muy valiosa- que en generar una jugada de peligro. Prioridades le llaman.
Adorado por millones, el jugador que más gestualiza su estado de ánimo es Luis Advíncula. Mil veces lo hemos visto tomarse del rostro, mover la cabeza, abrir la boca hasta casi tocarse las orejas. En esta eliminatoria, de seis partidos se perdió dos. Ambos claves: ante Brasil luego de una roja tonta con los paraguayos, y frente a Venezuela tras sumar una amarilla por un reclamo absurdo en La Paz. La última suspensión encendió las alarmas de los suspicaces porque le permitió volar a Buenos Aires y jugar por Boca ante Estudiantes por la Copa Argentina.
¿Por qué con la xeneize Lucho puede correr a todo el país por la banda derecha y sorprender con un zurdazo seco y con la blanquirroja es un lateral normalito, que deja huérfana la espalda y apenas intenta el desborde?
Además de experimentado y conocedor de nuestra realidad, el nuevo entrenador de la selección necesita tener las espaldas suficientes para convencer a los jugadores y recuperarlos emocionalmente. No será una labor fácil. Sin embargo, quizás lo más difícil sea otra cosa: prescindir de quienes hace tiempo perdieron el hambre. Dejar de lado a aquellos que se borraron solitos.