ANÁLISIS: Con Polo intrascendente y Gallese desprotegido, el unoxuno de la Bicolor en la caída ante Chile en Santiago
Nuestro país, conocido por su generosidad para albergar a personajes de mala entraña, tiene sobrados ejemplos de esos sujetos.
En el planeta fútbol pasa lo mismo, aunque también hay excepciones. Ricardo Gareca fue una de esas. Sus detractores, que no son pocos, aún le llaman vago y lo acusan de haberse hecho millonario a costa nuestra. Olvidan, claro, que a cambio de esos millones y ese supuesto apego a las siestas largas y el trabajo corto nos clasificó a un Mundial, nos llevó a dos repechajes y nos hizo subcampeones de América.
Sin embargo, yo rescato algo más importante: después de cuarenta años el fútbol nos volvió a unir. Nos pusimos otra vez la blanquirroja. Con orgullo y sin vergüenza. Porque sí, aunque algunos no lo crean (o no lo recuerden) hubo una época en que la camiseta repelía. Nuestros niños preferían la del Madrid o la del Barza. Era más bacán la albiceleste del Diego o la de ese chiquillo llamado Messi. Los polos con la franja roja se acumulaban en los escaparates porque nadie quería usar un traje de perdedores. Con Gareca, nuestros hijos y sobrinos la usaron en los cumpleaños, se la pusieron para ir al nido, los colegios, la universidad o para dormir. Hasta algunos de nosotros la usamos en el trabajo, en la custer o el taxi. Esas historias que contaban nuestros padres, y que los cincuentones como yo apenas recordábamos, de cuando las ciudades se paralizaban repletas de autos bulliciosos, y en las calles sonaban bocinas, se ondeaban banderolas, flotaban papelitos, y todo era jolgorio, alegría y sublime frenesí, al fin las vivimos. A tope. ¿Cuántos cantamos entre lágrimas el Himno Nacional? ¿Cuántos descubrimos la letra del “Contigo Perú”? Que el fútbol haya vuelto a unir por unos días, por unas horas, a este país hecho jirones, que tanto necesita abrazarse, fue impagable. Merece reconocimiento eterno.
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Lo que significa ser defensivo
A Juan Reynoso no le gusta que lo llamen defensivo, aunque lo sea. Cuidar el arco propio antes de mirar el ajeno es una postura legítima y respetable que, por lo demás, le ha permitido forjar su exitosa carrera como técnico. Cuando lo eligieron como entrenador de la selección sabíamos cuál era el librito que traería bajo el brazo.
La herencia que encontró en la Videna no fue la mejor. Recibió un plantel treintón, desgastado y, en más de un caso, en declive, sin el recambio suficiente que asegure un relevo tranquilo. Resulta insólito que la tierra que parió a Lolo y a Perico le prenda velitas a Paolo y ruegue porque Lapadula se ponga fino para los partidos ante Bolivia y Venezuela.
Pero ser defensivo no significa jugar a nada. Y eso fue lo que hizo Perú ante Chile. La selección fue un equipo timorato, mustio, incapaz de hilvanar tres pases seguidos. En lugar de tirar la pelota hacia adelante se sentía feliz retrocediéndola 40 metros hasta los pies de Gallese. Perú ha jugado partidos horribles a lo largo de su historia, incluso con Gareca en el banco, pero no recuerdo haberlo visto tan desvergonzadamente cómodo intentando no hacer nada. A ratos parecía la selección del 87 de Cuéllar o la que armó dos años después Pepe. Incluso la de Chemo, con lo poco que tenía, iba al frente.
Desde que se conoció el fixture, sabíamos que volver de Santiago sin puntos era una posibilidad enorme. ¿Qué es lo que molesta? La forma cómo se perdió. Y no por la supuesta inferioridad chilena (argumento bastante discutible). El pecado de Juan es que con su manera de jugar le está quitando la esencia a un equipo que si algo tiene son jugadores con fútbol. No el mal llamado chocolate o, como se dijo en la conferencia de prensa, “juego bonito”. Hablamos del talento del futbolista peruano para jugar la pelota con propiedad y usar el ingenio para sortear obstáculos en favor de acciones ofensivas.
El hincha odia a los equipos avaros, que no plantan cara. Por eso sostuvo a Gareca, aún en sus peores momentos, porque reconoció que nunca se negó a jugar. Juan necesita entenderlo si es que quiere sobrevivir.