21/11/2024

Jorge Barraza: Cómo nació ‘el jugador número 12’

Miercoles 11 de Septiembre del 2019

Jorge Barraza: Cómo nació ‘el jugador número 12’

Allí donde Boca esté, en Brasil o en Japón, en México o en Rusia, habrá miles de camisetas auriazules acompañándolo (...)

Allí donde Boca esté, en Brasil o en Japón, en México o en Rusia, habrá miles de camisetas auriazules acompañándolo (...)

Buenos Aires -

Llueve y llueve en Buenos Aires, ha caído la noche, no es óbice para que enjambres de impermeables y paraguas amarillos y azules se vayan acercando a la Bombonera, el mítico estadio de Boca Juniors. ¿Si hay un partido importante...? Estando Boca, todos los partidos lo son. Las pizzerías rebosan de hinchas. Ver a Boca y comer pizza es una tradición centenaria. También se llenan bares y oscuros bodegones ya sin fe de convertirse en prósperos establecimientos. Nunca serán coquetos, pero mientras juegue Boca, tendrán días felices. Son parte de este universo tan peculiar que es La Boca. El arrabal más pintoresco de la capital argentina se agita como desde hace un siglo cuando hay fútbol. La simbiosis entre el barrio y su club de fútbol es absoluta. El barrio dio su nombre al equipo, este pagó con fama a la comarca.

En lo alto del cemento retumba el clásico “Dale, Boooo... Dale, Boooo...”. Abajo, un ejército de vendedores de gorros, banderas y cornetas pulula y se mezcla con el humo de las parrillas montadas por vendedores de choripanes, con otros que ofrecen lugar para estacionar el auto. En medio de todo ello, una marea humana entuba las calles enfilando hacia la esquina de Brandsen y Del Valle Iberlucea, el punto de referencia donde se levanta la mole. Esa muchedumbre compone el Jugador Número 12, la mundialmente célebre hinchada de Boca.

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Allí donde Boca esté, en Brasil o en Japón, en México o en Rusia, habrá miles de camisetas auriazules acompañándolo. Boca es sinónimo de aliento, de apoyo y de fe. Lo impusieron los inmigrantes italianos. Los viejos vecinos del barrio relatan que Boca venía puntero del campeonato de 1940. Tenía la valla menos vencida y arrasaba con su clásico estilo de empuje, combate y fervor ilimitado. Le tocó jugar contra Independiente, bicampeón vigente, que tenía un cuadro virtuoso y temible. Su delantera había marcado 218 goles en dos campeonatos, récord absoluto hasta hoy. Y pasó lo que podía pasar: Independiente le propinó una paliza histórica: 7 a 1 y con baile. La peor derrota boquense en sus 114 años de vida.

La preocupación general en la semana posterior se centraba en cómo asimilaría semejante humillación el conjunto azul y oro, si bajaría los brazos y perdería la punta del torneo. Pero el pueblo boquense, esa masa gigantesca que no sabe de renuncios, que hizo del sufrimiento esperanza y de la alegría pasión, no le permitió caerse, le templó el espíritu con su inigualable corriente afectiva. Boca jugaba frente a Gimnasia y Esgrima en la recién estrenada Bombonera. El público xeneize reventó el estadio y apenas asomó por el túnel la primera camiseta auriazul le tributó una ovación estremecedora, que duró minutos.

Era la célebre fidelidad boquense aflorando en toda su dimensión. Los jugadores no pudieron menos que corresponder a tamaña demostración de cariño y ganaron 8 a 2. Boca enderezó el rumbo y conquistó el título.

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La anécdota describe con nitidez el sentimiento boquense. Boca nació pueblo, aunque su notable popularidad se extendió a todo el país con la gira de 1925. Cosechó una hilera de triunfos resonantes en Europa y su fama se propagó como un incendio a lo largo y a lo ancho del país. El diario Clarín editó en el 2005 un libro del centenario y en su portada no puso a ningún jugador estrella. Ni siquiera a Maradona o Riquelme. Es una foto de los hinchas agitando banderas. Ese es el verdadero símbolo del club, su hinchada, que siempre estuvo por encima de todo. Boca es su camiseta, sus colores, su barrio y su gente.

La Boca fue el primer puerto de Buenos Aires, allí desembarcaron millones de italianos, muchos de los cuales se afincaron ahí mismo y se emplearon como estibadores, obreros de los astilleros, carbonerías, talleres y fundiciones del lugar. O bien como marineros. Como toda zona portuaria, La Boca tiene un sabor particular. Los italianos, en su mayoría genoveses (de allí proviene el apelativo de xeneizes, que significa justamente genoveses en ese mismo dialecto), confirieron a la zona una fisonomía totalmente distinta a la del resto de la ciudad. Casas de hasta tres pisos con paredes y techos de chapa y pisos de madera, todas de distintos colores. Las pintaban con los sobrantes de pintura de los barcos que se reparaban. Un color no alcanzaba para todo, entonces una pared era roja, otra azul, otra amarilla... Al conjuro de los italianos fueron creciendo las cantinas y las pizzerías, de cuyos interiores surgían sones mezclados de tarantelas y tangos.

El diario Clarín editó en el 2005 un libro del centenario y en su portada no puso a ningún jugador estrella. Ni a Maradona o Riquelme. Es una foto de los hinchas agitando banderas.

La República de La Boca es la musa inspiradora de poetas, pintores y artistas plásticos. Su aire bohemio estimula la creatividad. La celebérrima calle Caminito dio origen al tango homónimo. “Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar...”.

Lo de República no es tan simbólico. En 1882, los italianos se rebelaron por un conflicto laboral y declararon constituida la República Independiente de La Boca, informándolo al rey de Italia e izando la bandera genovesa. El presidente Julio Argentino Roca, en persona, fue al barrio y desarticuló la protesta. Pero el nombre quedó para siempre asociado al lugar.

Anes de cada partido, la grey boquense despliega una monumental bandera que en letras mayúsculas reza: “Podrán imitarnos, igualarnos jamás. Jugador número 12”. El célebre apelativo nació en 1925, durante la exitosa gira de Boca por Europa. Ya entonces viajó con la delegación un hincha, Victoriano Caffarena, Toto, muchacho del barrio, hijo de italianos como casi todos en La Boca, aunque con una diferencia importante: era escribano y de una familia que había progresado. Toto aportó para la gira, pagó su viaje y acompañó al equipo en aquella aventura. Salía al campo vestido como un lord inglés y posaba con el equipo. No eran tiempos como los actuales, en que hay auxiliares para todo. Y Toto, un auténtico dandy, pero sencillo, daba una mano haciendo de utilero, llevando bártulos, cebando mate, alentando. Por eso los futbolistas le tomaron cariño y lo presentaban como “nuestro jugador número doce”. Así quedó tipificado el simpatizante azul y oro, cuyo aliento es como jugar con uno más.

Un año después, Caffarena mandó a componer el himno del club, que se canta hasta hoy: “Boca Juniors, Boca Juniors… / ¡Gran campeón del balompié! / que despierta en nuestro pecho…/ entusiasmo, amor y fe. / Tu bandera azul y oro / en Europa tremoló…/ como enseña vencedora / donde quiera que luchó...”.

En 1955, el presidente Alberto J. Armando entregó a Caffarena una plaqueta y lo designó oficialmente “el Jugador Número 12”. Luego, el vocabulario futbolero lo universalizó. (O)

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