Hay un mirlo blanco, un unicornio azul, un gamusino, un arca perdida, un yeti, un monstruo del lago Ness, una cerveza que no engorda en la NFL. Un bicho mitológico que de tanto en cuanto es nombrado pero que rara vez ha sido visto: un quaterback estrella joven que llega a la agencia libre. No hay manera de ver uno porque los equipos de esta liga se dividen en dos, a saber, los que tienen un QB franquicia y los que lo están buscando. Pues bien, por primera vez en eones estamos ante la posibilidad de observar tamaño espectáculo natural porque Russell Wilson, pasador de los Seattle Seahawks, es en sí mismo tan extraño que hasta las leyes de la gravedad de la NFL pueden ser desafiadas. Magia pura. Una tormenta se acerca a los actuales subcampeones y no pueden hacer gran cosa por evitarlo.
Esta liga es la que más poder concede a los equipos sobre los jugadores en la mesa de negociación. Se dan todas las circunstancias para que esto sea así. La principal es la tremenda rotación de cuerpos que tienen las plantillas. Al ser un deporte tan físico es fácil que la mayoría de las piezas sean reemplazables y que aparezcan chicos nuevos capaces de hacer lo mismo que los veteranos en el caso de aquellos que no son estrellas. Además, la posibilidad de una lesión grave que acabe con la carrera de los atletas es muy estimable, y eso implica mucho miedo que se traduce en coger el dinero que les ponen delante sin pensárselo mucho. Unido a que los contratos no están garantizados, pues es algo que el sindicato de jugadores siempre olvida mencionar en las negociaciones colectivas al suponer una impopular caída de los salarios, nos genera un escenario en el que el equipo siempre tiene las de ganar.
Pero Russell Wilson es diferente.
Para empezar, fue tercera ronda. Eso significa que el equipo no puede ampliarle el contrato de rookie por un quinto año. Ahí tenemos a un QB ganador de una Super Bowl, y finalista en otra, cobrando 1,5 millones de dólares, menos que la mitad de los suplentes de la NFL en el puesto y un 14%, por ejemplo, del salario del rookie Jameis Winston. Sin embargo, su estatus le hace ganar mucho dinero con anuncios y campañas de marketing varias, lo que significa que no tiene presión alguna por coger la primera oferta que le presenten.
Tan importante como eso es que su forma de pensar no es la común, como demuestra su fe en Dios. Es difícil meter presión a un tipo así que, además, tiene la posibilidad de emprender una carrera en el mundo del béisbol, deporte que adora, y donde podría encontrar una forma de vida sustanciosa en lo económico.
De esta pasión se deriva otro grave problema para los Seahawks: el agente de Wilson es Mark Rodgers, prácticamente desconocido en la NFL pero una autoridad en la MLB. Y eso son palabras mayores. En las grandes ligas de béisbol la voz cantante en las negociaciones de nuevos contratos las llevan los jugadores y es muy común que los grandes acaben pisando la agencia libre a menudo. Ejemplos recientes como el de Max Scherzer, Albert Pujols o, más atrás, Alex Rodríguez, indican que en el béisbol no hay miedo a cambiar de equipo ni a presionar a las franquicias.
Wilson, por como es, y su agente, por como negocia, están demostrando una enorme sangre fría y una paciencia inusual en la NFL. Y eso está poniendo nerviosos a los dirigentes de los Seahawks. Para sorpresa de estos, el QB está dispuesto a jugar sólo por ese 1,5 millón de dólares de salario esta temporada. Y no pondrá reparos a ser jugador franquicia la temporada que viene, por una cifra que rondaría los 25 millones de dólares. A partir de ahí, y en caso de no llegar a un acuerdo a largo plazo, los Seahawks deberían pagar, si siguen haciendo al QB jugador franquicia, más de 30 millones la siguiente temporada y casi 40 la de después... todo ello contando integramente contra el espacio salarial y sin opciones de ingenieria financiera que aliviase la carga.
La norma en la liga es que eso aterre a quienes quieren un contrato a largo plazo que limite el riesgo de una lesión devastadora que acabe con su carrera, pero eso no es lo que siente Wilson, por su carácter y su forma de ver la vida. Cuanto más tiempo pasa sin acuerdo más cómodo se siente en su posición negociadora. Y también su agente. Van a pedir la luna, y a Seattle no le va a quedar más remedio que dársela, o arriesgarse a crear un unicornio azul en la NFL: un QB franquicia joven que sale al mercado.