La mirada penetrante de Édgar Cuenca se llena de lágrimas cuando recuerda los tiempos difíciles… ese rostro duro, curtido en los barrios más peligrosos de Iztapalapa, se suaviza al admitir que antes de intentar ser un boxeador profesional, eligió el camino de la delincuencia. Sí, vive con arrepentimiento y también con ganas de salir adelante de manera honesta.
Hace unos meses saltó a la fama cuando debutó a los 34 años –edad en la que la mayoría de boxeadores ya va pensando en el retiro– y este sábado está a las puertas de su segunda pelea profesional frente a Daen Alexis, con ganas de extender su racha a dos victorias sin derrota. Se entrena en un modesto gimnasio y camina por las calles de toda la vida, ahí en el barrio de Predio Degollado, agradecido por la nueva oportunidad que le ha dado la vida.
“Pues crecer en el barrio es duro, ¿no?, porque realmente tienes dos opciones: o eres de los débiles, de los que se dejan robar, de los que se dejan patear, de los que se dejan escupir, o eres de los fuertes. Yo me incliné, pues, a ser el malandro, porque cuando eres el malandro, cuando tienes un equipo, no se meten contigo. Entonces eso es crecer en el barrio de lado maligno o de lado turbio” confiesa en entrevista con MILENIO-La Afición.
Y sí, las circunstancias de su vida lo orillaron a delinquir, pero una señal –que considera, fue de Dios– lo hizo tocar fondo y reaccionar a tiempo. “En el mercado San Ciprián, íbamos sobre una persona y cuando lo íbamos a robar pues venía el convoy de policías, y todo eso mismo me hizo tener miedo y pensar si verdaderamente quería ir al reclusorio; desde que salí a robar, yo sabía que ese día iba a pasar. Hoy sé que era Dios el que me decía que algún día todo se va a acabar, entonces eso fue lo que me orilló a dejar de hacerlo (robar)”.
Édgar sabía que si llegaba a caer preso, prácticamente sería su sentencia de muerte: “Yo sabía, y creo que Dios también sabía sin temor equivocarme, de qué en el momento de que yo cayera en el reclusorio me iban a matar. Yo desde el principio había decidido ser de los fuertes, de los aferrados, de los aguerridos; entonces, no me iba a dejar matar, nos íbamos a matar y sé que en el reclusorio pues no tienes más opciones, no hay nadie quien te ayude como en la calle. Sabía que una vez entrando al reclusorio iba a dejar de existir”.
El boxeador afirma que siempre hizo lo que hizo por sus hijos, por darles lo mejor, aunque fuera de la manera incorrecta. “Dejo de robar y dejo de trabajar. Dejo de generar hasta 3 mil pesos diarios; cuando empieza ya la persecución más intensa sobre mi persona, ya nada más iba una vez por semana, pero trataba de que fuera de 3 mil o 4 mil pesos; entonces dejé de generar completamente. y la que era mi suegra pues le llevaba comida a mis hijos, y yo nada más veía como comían, pues prefería que ellos comieran a que yo no. Entonces fueron tiempos de hambre muy duros”, señaló.
Un nuevo comienzo
El cambio de Edgar Cuenca empezó a través de una señal divina, pues en sus tiempos donde robaba adoraba a la Santa Muerte; sin embargo, un cuadro le cambió la percepción de su vida. “Había un cuadro de la Última Cena en mi casa y en medio el señor Jesucristo, cuando lo volteo a ver, me arrodillé, le pedí que me ayudara porque tenía hambre; me arrepentí por toda la gente a la que le había robado, por todo lo malo que había hecho y le dije que me ayudara, que me diera un trabajo, que estaba arrepentido. Le dije ‘no tengo nada, soy un drogadicto, soy un ratero, un convicto, he hecho muchas cosas malas’, me confesé con él”.
Cuenca agradeció la confianza y la oportunidad que su entrenador Ricardo le brindó, pues no lo juzgo como los demás lo hacían.
“No hay personas buenas y menos quieren ayudar a alguien como yo, siempre que salgo de mi casa la gente se echa a correr, voy caminando por las calles y van saliendo de sus casas, cierran piensan mal, siguen juzgando por lo que ven, entonces para mí alrededor no hay buenas personas, hay pocas y una de ellas simplemente es mi entrenador. Todo lo que el Box tenga para mí lo voy a compartir con él. Espero que el al ver esto que está pasando, pues que no se equivocó eso es algo bueno para mí, que no se equivocó al darme la oportunidad, como las otras personas que me cerraron la puerta que me gritaron, tú nunca vas a ser profesional en mi gimnasio, o como las personas que se burlaban”.
Frases
“Sigo siendo el mismo, vivo en el barrio, el otro día me iban a asaltar, seguimos en las mismas, picando piedra”
“Mi familia no creía en mí, pensaban que yo boxeaba pero para seguirle pegando a la gente, o para retomar mi carrera delictiva”
CLAVES
SU PASADO
Edgar fue vendedor de dulces en los camiones, no obstante, se ha ido alejando poco a poco, y ahora planea vivir del boxeo, donde ya comienza a dar clases.
MGC