El COVID-19 ha puesto a prueba al fútbol en su máxima expresión y lo hizo entrar en una cuarentena que sofocó las economías de las federaciones y los clubes más poderosos del mundo. El coronavirus demostró que el balompié es una industria que necesita actividad, pero que también es frágil.
La Federación Ecuatoriana de Fútbol no solo ha sufrido los embates de la pandemia, en cuanto a que los ingresos por taquillas por eliminatorias y por la participación en la Copa América no han sido conseguidos, sino que también está sumergida en una crisis interna de incalculables proporciones y que todavía no tiene fin. También hemos sido testigos de decisiones ambiguas como la de Conmebol, al desestimar la denuncia sobre la violación del artículo 59 de los estatutos de la FIFA, que claramente señala: “Queda prohibida la vía del recurso ante los tribunales ordinarios, queda excluida igualmente la vía ordinaria, en el caso de medidas cautelares de toda índole”. Decidir en términos legales “no hacer lugar” a la denuncia presentada por los seis miembros en contra de Francisco Egas por haber acudido a un tribunal de justicia ordinaria el 30 de abril, demuestra claramente la violación a norma expresa de la FIFA. Esta resolución exige al menos solicitar que se conozcan los fundamentos del porqué no “hace lugar”, porque en caso contrario, con la anuencia de la Conmebol, se patentaría la licencia para acudir a la justicia ordinaria cuando algún organismo de funcionamiento o la propia Federación produzca alguna resolución.
Es indispensable que la FIFA se pronuncie de una vez por todas sobre quién es el presidente definitivo de la FEF: o es Estrada o es Egas. No creo que nuestro fútbol merezca seguir viviendo un desgobierno de tal magnitud, aprovechado por los que desertaron. Me refiero a Antonio Cordón y a Jordi Cruyff, que produjeron un hecho inédito en nuestro fútbol, embarcando a la FEF en un gasto por más de $500 000 en una desventurada novela que tuvo muchos capítulos y poco trabajo. Sería imprudente que a estas alturas del conflicto los actuales dirigentes, por riesgo propio, tomen decisiones importantes, tales como contactar y peor contratar nuevo técnico de la Selección, sin tener una idea cabal del estado real de las finanzas de la FEF. Y además, y con mayor razón, sin conocer todavía el criterio de la FIFA de quién deba ser el máximo dirigente del fútbol nacional. Que tengan presente los dirigentes actuales que cualquier resolución de esa trascendencia, como lo es la de contratar al nuevo cuerpo técnico, desconociendo la resolución de la FIFA, traerá nuevos conflictos dentro del directorio. Mucho le costará a la FEF recuperar el lucro cesante y sobre todo retomar la estabilidad interna que tanto requiere nuestro fútbol. La FEF está obligada a resignificar, porque su pasado próximo es oprobioso y su futuro incierto.
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Todos conocemos que los dirigentes de la Ecuafútbol son elegidos por mayoría del Congreso del fútbol profesional, que les otorga el mandato de acuerdo al estatuto. Es por esa razón que los directores de la FEF tienen la obligación de manejar los destinos de la institución respetando los principios de la buena gobernanza, cumplir los planes establecidos buscando el progreso de nuestro fútbol. Los estatutos también contemplan que pueden ser sometidos al juicio de conducta por sus actos. Todo aquello es reglamentario, pero también es importante que tomen en cuenta lo válida que es la percepción general del ciudadano común y corriente, que observa, analiza y saca sus propias conclusiones sobre la calidad dirigencial.
En otro orden, contraria a todas las expresiones lógicas emitidas por el Gobierno, el COE nacional ha retardado en demasía autorizar el regreso a la actividad del fútbol profesional. El COE siempre debió tener en cuenta la multiplicidad de sectores que participan, como son clubes, futbolistas, árbitros, concesionarios, publicidad, propietarios de derechos de audio e imágenes del campeonato, periodistas, medios de comunicación, etcétera. Todos ellos han demostrado suficientemente que la industria es amplia y requiere atención inmediata. El fútbol, como industria, ha estado sobreexpuesta al control de protocolos, a la supervisión de entrenamiento de todos los clubes. También se realizó un partido como simulacro, en el que se verificó el cumplimiento estricto del protocolo de bioseguridad. El fútbol ha sido la empresa más controlada en tiempos del COVID-19, separando por supuesto de este análisis el hospitalario, el de fuerza pública y profesionales de la salud. El fútbol demostró con el simulacro a las autoridades del COE que sus protocolos no son solo teoría, sino que todos sus actores lo cumplieron a cabalidad. El juego Barcelona-Guayaquil City no solo confirmó que el protocolo funcionó, sino que futbolistas y organizadores estuvieron a la altura de las exigencias.
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Siempre hemos sido respetuosos del criterio de las autoridades. Es imposible estar en oposición a las últimas versiones de Rommel Salazar, voz autorizada del COE, cuando decía “responsablemente hay que pensar en la vida de las personas, aparte de lo deportivo y económico”. Nadie puede dudar de aquello, pero también deben entender las autoridades del COE que el fútbol regulado expondrá 220 actores como mucho, con traslados debidamente organizados, protocolos aeronáuticos y viales y el testeo del COVID-19 cuando corresponda, por supuesto en escenarios sin público. Con estos antecedentes, ¿qué otra industria ha estado sometida a tantos controles y protocolos? Ninguna, así de sencillo. Si la preocupación nace en que puedan ser los aficionados quienes violen las prohibiciones –como también lo expresó Salazar cuando dijo: “El fútbol despierta sentimientos y pasiones, pero también factores negativos como las concentraciones de personas libando en las calles”–, son las autoridades municipales, militares y policiales las que deben imponer el orden. Los medios de comunicación han dado un ejemplo en campañas permanentes para inducir un adecuado comportamiento de la población en este tiempo de la pandemia.
El retorno del fútbol profesional es una muestra de que existen organizaciones que pueden asumir la responsabilidades. Las autoridades siempre debieron entender que este deporte no solo se trata de 22 pateadores de una pelota, también es una arquitectura como cualquier otro sector productivo. No es solo lúdico lo que prima, sino el derecho del ser humano de superarse y sobrevivir. Por eso siempre se necesitó que las decisiones no se compliquen por la política. Por todo lo antes mencionado, el aficionado espera con ansias que el campeonato nacional de fútbol levante el telón y se reanude la función. (O)