En Fórmula 1 hay victorias que son solo números y otras que saben a resurrección. Lo de Max Verstappen en Bakú fue lo segundo. No solo ganó: aplastó, hizo Grand Slam (pole, vuelta rápida y victoria liderando cada vuelta) y recordó a todos que, cuando Red Bull le da un monoplaza competitivo, el resto debería temblar. McLaren lo sintió en carne propia: Oscar Piastri, retirado tras un choque en la vuelta 1; Lando Norris, séptimo, perdido en estrategia. El campeonato, que parecía un duelo cerrado entre los de papaya, ahora tiene un intruso con licencia para incomodar.
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¿Puede Verstappen remontar? Matemáticamente, sí. Tras Bakú, está a 69 puntos de Piastri y 44 de Norris, con siete carreras por delante. Deportivamente, es más complicado: Monza y Bakú favorecieron al nuevo suelo aerodinámico de Red Bull, pero Singapur, con su alta carga aerodinámica y curvas lentas, podría exponer nuevamente las carencias del RB21 en circuitos revirados. Sin embargo, en la F1 no todo es ingeniería; la presión manda. Y ahí, Piastri y Norris son aprendices. En Bakú, Piastri pagó caro un error que lo relegó al fondo del pelotón y lo sacó de la carrera; Lando, aunque sólido, perdió terreno superado por Verstappen en la salida. Son pilotos con talento desbordante, pero sin experiencia sosteniendo un Mundial. Verstappen, en cambio, ha domado el caos: cuatro títulos, 67 victorias y una frialdad que convierte cada error ajeno en oportunidad. Cuando un campeón huele sangre, la cacería es inevitable.
La ironía es que el “juez del título” al que muchos daban por descartado puede terminar dictando sentencia. Andrea Stella, jefe de McLaren, lo admitió con resignación: “¿Sigo considerando a Verstappen un contendiente? Absolutamente. Escríbanlo en mayúsculas”. Y lo es. Porque Verstappen cambió el discurso. Antes negaba sus chances; ahora dice que no piensa en el título, pero ya no lo descarta. Ese giro mental es más importante que cualquier mejora técnica: Max volvió a creerse candidato.

La historia de Red Bull alimenta el relato. En 2013, Sebastian Vettel remontó 66 puntos en nueve carreras, ganando las últimas nueve consecutivas. ¿Puede repetirse? Difícil, pero no imposible. Sobre todo porque Laurent Mekies, jefe de RB, transformó la dinámica del equipo secundario: menos simuladores, más escucha al piloto. En Monza, Max pidió menos alerón, lo tuvo y ganó. En Bakú, pidió una estrategia conservadora, lo escucharon y arrasó. Ese cambio hace pensar que Red Bull, por fin, orbita nuevamente alrededor de su campeón.
Mientras tanto, la otra novela roja y azul se cuece para 2026: ¿Tsunoda, Lawson o Hadjar como escudero? Es la eterna telenovela de Red Bull: tres actores secundarios peleando por un rol junto al protagonista. Yuki Tsunoda, con un sólido sexto puesto en Bakú y varios top-10 esta temporada, ha elevado su juego. Liam Lawson, luchando contra un historial irregular, busca su redención. Isack Hadjar, vicecampeón de F2 en 2024 y piloto de RB en 2025, se perfila como la próxima apuesta francesa. La pregunta no es solo si Max puede robarle el Mundial a McLaren; es si alguno de estos nombres podrá estar a la altura de un piloto que, en modo resurrección, convierte cada domingo en un exorcismo. En Bakú, Verstappen dejó claro que no se rinde. Y eso, para McLaren, es la peor noticia: el campeón que dabas por muerto, ha vuelto.
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