Morant y Edwards están hechos con la misma madera. Son la revolución 3.0 de la NBA: estrellas que juegan encima del aro, que despiertan admiración en sus seguidores y temor en las defensas.
Ja Morant y Anthony Edwards devuelven la NBA a su modo diversión extrema. Corren, saltan, vuelan. Cada travesía a tierra de gigantes es poesía en movimiento. Conforman, a su manera, una nueva rivalidad hecha de reels, stories y posteos en Instagram.
No son los más altos, tampoco los tiradores más adiestrados, ni siquiera son -al menos por ahora- los mejores jugadores de la Liga. Sin embargo, son los favoritos de las nuevas oleadas de fanáticos. Porque hacen cosas que los demás no pueden. Porque provocan suspiros en cada una de sus incursiones a la pintura. Porque son, a su manera, los dos jugadores más espectaculares de toda la NBA.
¿Puede, entonces, abrazarse la ilusión que significan ambos con la gloria de conquistar un campeonato?
El futuro les pertenece. La Liga empieza a despedir una era con cracks que son y serán inolvidables. Pasada la belle epoque de LeBron James, Stephen Curry y Kevin Durant, son los Morant y Edwards los que tendrán que mantener encendida la llama del básquetbol estadounidense. En la NBA y en los torneos internacionales. Porque el traspaso de mando ya no es entre hombres de un mismo país. Porque la NBA (National Basketball Association) ya le dio paso a la WBA (World Basketball Association). Los mejores vienen de distintos lugares del planeta tierra. Véase Nikola Jokic, Giannis Antetokounmpo, Luka Doncic y Shai Gilgeous-Alexander.
Morant y Edwards son, a su manera, parecidos. Por cómo juegan y por los desafíos de liderazgo que acarrean. Tanto los Memphis Grizzlies (17-8) como los Minnesota Timberwolves (12-11) comparten el factor común de no haber ganado jamás un título NBA. Tanto Ja (25 años) como Anthony (23) fueron comparados con el mismísimo Michael Jordan por su estilo de juego agresivo, desafiante, con piernas de elástico para quebrar defensas. Pero el punto que surge para hacer una comparación más seria tiene que ver con la mentalidad: ¿Acaso alguno de los dos tiene la suficiente personalidad para guiar a su tropa al triunfo? Ese es el gran interrogante que merece respuesta.
La temporada pasada, Morant jugó solo nueve partidos. Primero, tuvo una suspensión de 25 encuentros por problemas de conducta fuera de la cancha y luego una lesión en el hombro lo marginó del resto de la temporada. Sin él, Memphis literalmente desapareció del mapa. Su desafío, entonces, es la redención. De su equipo como grupo y de él como atleta de élite: concentrarse en el juego y volver a creer para conducir a los Grizzlies a los primeros planos del Oeste, algo que está ocurriendo porque figura segundo en la difícil Conferencia Oeste.
La meta de Edwards es distinta: tras la salida de Karl Anthony-Towns, necesita convertirse en el Sheriff de su propio equipo. Nadie duda de su talento y proyección, pero aún confunde su comportamiento. Por momentos luce inmaduro y fuera de lugar. El liderazgo se ejerce desde el ejemplo y no desde la queja sistemática. Tiene tiempo para corregirlo.
Ocurre algo extraño con ambos: en la escala de valoración, están entre los mejores de la Liga, pero nadie los pone en el Top 5. Para ingresar a ese grupo selecto, primero hay que ganar. Romper una barrera, derribar la pared que separa los humanos de los semidioses del juego. 21.7 puntos, 8.5 asistencias y 4.4 rebotes por juego son los números de Morant en esta temporada, en la que alcanzó un máximo de carrera de 85% desde la línea de libres. Gran noticia para un jugador propenso a recibir faltas. De todos modos, lo significativo en el mundo Grizzlies es el equilibrio para absorber protagonismo y ceder. Más allá de Jaren Jackson Jr. o Desmond Bane, el novato Jaylen Wells, el veterano Marcus Smart y el polifuncional Brandon Clarke ganan protagonismo y espacio por la sobrecarga a su estrella primero y por la decisión de ceder después.
Un ejemplo de confiar en el otro es el pasado partido ante los Wizards: Memphis ganó sin Morant, registra nueve triunfos en los últimos diez partidos jugados y tienen un récord de 7-4 sin Ja en cancha. Como se puede ver, demasiado mucho es tan perjudicial como demasiado poco.
El caso de Edwards es el de alguien que obligado por su talento y circunstancias no ve más opciones que dar un paso al frente. Su cambio de una temporada a la otra está en el tiro de tres puntos. Pasó de lanzar 6.7 por encuentro en 2023-24 a 10.5 en el curso actual. Ant-man, además, toma 20.3 tiros por noche, lo que habla a las claras de las responsabilidades adquiridas. Los tiros que eran de Towns, ahora son también de él: 26.4 unidades, 5.4 rebotes y cuatro asistencias por partido son los fantásticos números en su planilla personal. Quizás la deuda pendiente esté en el clutch: por momentos Edwards se esconde en las definiciones de partidos y su cambio de piel llegará cuando empiece a tomar decisiones importantes en momentos clave de los juegos.
¿Minnesota? Aún es un equipo muy irregular. Sin Towns, la estructura que llegó a Finales de Conferencia en 2023-24, parece ser otra. Recomponer con Donte DiVincenzo y Julius Randle en sus filas es la misión para poder dar el siguiente paso. La temporada para los Timberwolves empezará después del All-Star Game, cuando la postemporada esté más a la vista. "A nadie le gustó cómo terminó la temporada pasada. Necesitamos llevar ese sentimiento para motivarnos a ser mejores ahora. No podemos ser un equipo que esté contento solo porque llegó a las Finales de Conferencia. Necesitamos ser los que estén listos y decididos a dar el siguiente paso. Sé que ese sentimiento está dentro de nosotros, pero tenemos que mantenerlo vivo", dijo Ant-Man el pasado 14 de noviembre, en medio de una crisis de resultados que por fortuna para ellos llegó a su fin.
Morant y Edwards están hechos con la misma madera. Son la revolución 3.0 de la NBA: estrellas que juegan encima del aro, que despiertan admiración en sus seguidores y temor en las defensas. Que corren los límites siempre un poco más allá de lo esperable. Que aún no ganaron y como consecuencia de eso conservan la voracidad de los tiburones que huelen sangre y atacan: la única misión en el desafiante futuro que se les presenta es alzar el trofeo Larry O'Brien. Que la espectacularidad se abrace con el objetivo fundamental de este deporte. Que la forma se hermane con el contenido.
Conformar equipos, solidificar grupos, liderar desde el ejemplo a edades tempranas. Todas las grandes figuras de esta Liga, a lo largo de la historia, transitaron la misma ruta plagada de espinas para abrazarse a la gloria. Ni ayer ni mañana: la misión campeonato es ahora.
Solo cumple sus sueños quien resiste.