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-¿Qué fue lo primero que pensaste al terminar de descender del Picchu Picchu y darte cuenta de que habías cerrado esta trilogía?
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Cuando terminé el reto y llegué a la base del Pichu Pichu, supe que lo iba a lograr. Claro, estaba sufriendo bastante, pero en ese punto lo más difícil ya había quedado atrás. Había pasado la parte más larga y desgastante, así que estaba convencido de que lo lograría. Y cuando finalmente alcancé la cima, fue un gran alivio. Pudimos disfrutar los últimos rayos de sol antes de iniciar el descenso hacia el punto donde nos esperaba el carro. Todavía quedaban un par de horas de bajada, pero ya mucho más tranquilo: sabía que había cumplido el objetivo. Esa parte la disfruté más, sin el mismo nivel de estrés, pensando que pronto estaría de regreso en Arequipa, con mi familia y amigos, listo para ducharme, comer y descansar.
La verdad, esas 30 horas parecieron mucho más. En este tipo de retos se viven tantas emociones que el tiempo se vuelve difícil de percibir. A lo largo de mi vida he enfrentado desafíos de muchas horas de esfuerzo, pero en esta trilogía, en particular, la percepción del tiempo se me hizo muy confusa. Sobre todo entre el cruce del Misti y el Pichu Pichu: en un momento sentía que había pasado una eternidad y recién eran las 8 de la mañana. La falta de comida y agua también influyó; por momentos me sentía un poco perdido en el espacio. Al llegar al final, tuve la sensación de que había pasado casi una semana desde que empecé, aunque en realidad habían sido solo 30 horas. La intensidad de las emociones lo hizo difícil de asimilar.
-En menos de 30 horas subiste tres volcanes, caminaste más de 90 kilómetros y acumulaste 5.500 metros de desnivel. ¿Cuál fue el momento más duro de esta travesía?
El clima no ayudó mucho y eso hizo que todo fuera bastante más difícil. Correr dejó de ser cómodo porque la neblina se metía en mis ojos, me dolían bastante y ya no podía ver bien. Después, entre el Misti y el Pichu Pichu, tuve que enfrentar un tramo de unos 35 kilómetros donde prácticamente no existía camino. Yo había estudiado imágenes satelitales de la zona para calcular por dónde podía pasar, pero sabía que no había ruta marcada y que tendría que improvisar. Incluso amigos alpinistas de Arequipa, que conocen bien los volcanes, me habían dicho que nunca habían cruzado por ahí y que no sabían si realmente había paso.
Aun así, confié en la información que había revisado y avancé. Ese fue un momento realmente duro: sin camino, con la visibilidad muy reducida, sin haber comido ni bebido por varias horas y con las piernas ya cargadas de dolor. La motivación bajó bastante y seguir adelante no fue nada fácil. Yo diría que ese fue el tramo más difícil de toda la travesía, aunque, claro, hubo varios momentos complicados.
-Lo hiciste todo sin asistencia: sin un carro que te acerque ni un equipo que te espere con agua. ¿Por qué decidiste hacerlo completamente solo?
Algo que diferencia mi reto de lo que se ha hecho antes en estos mismos volcanes o en otros lugares es que yo no utilicé ningún vehículo para trasladarme de la base de un volcán a otro. Eso lo hemos comunicado a través de las notas y en la película que lanzamos justo ayer. Decidí hacerlo a pie porque para mí es la forma más pura de moverme en la montaña: no dependo de un carro ni de alguien más para avanzar, todo se sostiene en mi propia fuerza. Además, saber que nadie lo había hecho de esa manera fue un impulso más para atreverme. Yo paso mucho tiempo entrenando solo en las montañas, y desde el inicio tuve claro que este proyecto también lo haría en solitario. No es que lo decidí de un momento a otro; simplemente sabía que no iba a buscar un compañero. En proyectos de este tipo no es sencillo encontrar un partner: se necesita haber compartido antes expediciones pequeñas, conocerse, ir al mismo ritmo. Y no todos tienen la misma velocidad, la misma experiencia. Por eso prefiero enfrentar estos desafíos solo. Aunque, claro, no estuve completamente solo. Mi familia y amigos me esperaban en algunos puntos a los que podían acceder en carro, y el equipo de filmación también se ubicó en lugares estratégicos, incluso varias horas antes de mi llegada. Así que, aunque el reto lo corrí en solitario, de alguna manera también estuve acompañado por ellos.
-¿Qué sentiste al ver por primera vez tu esfuerzo convertido en imágenes en la pantalla?
De hecho, las primeras imágenes que vi fueron las del tráiler, que fue lo primero que compartimos. A lo largo de los últimos meses había podido ver algunas tomas sueltas, pero recién hace poco tuve la oportunidad de ver el documental completo por primera vez. Y la verdad es que había escenas de momentos que no recordaba con claridad. Fueron tantas emociones y situaciones intensas que resulta difícil asimilarlo todo.
Ver el documental me permitió volver a vivir esa experiencia, casi como regresar a esos instantes. Está muy bien capturado: los momentos difíciles, la exigencia, las sensaciones… Al ver esas imágenes, fue como estar ahí otra vez, recordando cosas que, por lo intensas, a veces uno mismo no logra retener del todo.
-¿Hay alguna escena de esta filmación que aún te erice la piel cuando la recuerdas?
Hay escenas de noche mientras corro que me parecen muy interesantes y muy fuertes, porque muestran claramente cómo estoy conectando los volcanes a pie. También están las tomas desde la cima, con atardeceres y amaneceres que son realmente hermosos.
Sin embargo, las imágenes que más me gustan son las de los momentos duros. Las del atardecer son espectaculares, sí, pero en esos instantes no estaba sufriendo tanto. En cambio, las escenas que reflejan el esfuerzo y la dificultad me resultan más especiales, porque transmiten con mayor fuerza lo que significó el reto.
-No todos los días un joven de 22 años protagoniza su propia historia en la montaña. ¿Cómo fue tener una cámara siguiéndote incluso en momentos tan íntimos?
La verdad es que estos días también he pensado en lo afortunado que soy de tener un documental en el que yo soy el protagonista. No conozco a mucha gente de mi edad —o incluso mayor— que haya tenido esa oportunidad. Ha sido un esfuerzo enorme, sobre todo del equipo de filmación, que tuvo que grabar en lugares muy difíciles. No es un set de cine, donde una toma se puede repetir muchas veces. Muchas veces había solo una oportunidad: si salía bien, genial; si no, había que ingeniárselas.
Por otro lado, destaco la capacidad que tuvieron de no solo mostrar el reto, sino también mi vida alrededor de él, y cómo lograron unirlo todo. El trabajo del equipo de Víctor fue realmente especial. Aprecio muchísimo que se haya hecho este documental, porque más allá de mostrar el proyecto, también se convierte en un recuerdo invaluable de esta experiencia.
-¿Qué te gustaría que sienta o piense alguien que vea la trilogía de los volcanes, incluso si nunca ha pisado una montaña?
La verdad es que me interesa mucho conocer los testimonios de las personas, porque yo tengo una perspectiva distinta del documental. Primero, porque yo lo viví. Entonces quiero saber qué piensa alguien que no estuvo ahí, que lo ve desde afuera. Obviamente, a mí me encanta la película, más allá de que sea la mía. Y creo que alguien que no esté tan conectado con la montaña o con los deportes de aventura también puede inspirarse al verla, motivarse a buscar su propia forma de conectar con la naturaleza. Mi idea con este documental no es que todos se animen a hacer cosas extremas o a plantearse objetivos que nadie haya hecho antes. Más bien, se trata de que cada persona encuentre un reto que sea significativo para sí misma. La trilogía, al inicio, fue un desafío personal. Después me enteré de que nadie lo había hecho de esa forma, y claro, eso fue un impulso, pero no fue la razón principal. Lo hice porque yo quería hacerlo.
Eso es lo que me gustaría transmitir: que cada uno busque su propio reto, sin importar si para otros parece común. Si para ti es difícil y logras cumplirlo, ya significa un gran avance.
-¿Recuerdas la primera vez que subiste a una montaña y qué sentiste en ese momento?
Las primeras montañas que subí fueron aquí en Perú, las que rodean mi casa. Una que guarda un significado muy especial es el nevado Chicón, que está justo detrás de ella. También recuerdo con cariño el valle Unarraju, en la Cordillera Blanca.
Subí al Chicón cuando tenía 10 u 11 años, fue un regalo de cumpleaños. En ese momento sentí que era la montaña más grande del mundo para mí, mi máximo desafío. Hoy he vuelto a subirla tres o cuatro veces, y ya no me parece tan difícil. Pero en ese entonces me moría de miedo; fue lo más extremo que había hecho en mi vida.
Y ahí está justamente lo importante: cada persona tiene sus propios retos. Con el tiempo uno puede volver a sus inicios y darse cuenta de cuánto ha evolucionado. Ahora, con más conocimiento y experiencia, esa montaña ya no me parece tan complicada como antes. Es una sensación difícil de describir, pero que me llena de admiración por el progreso vivido.
-A los 10 años, ¿cómo nació la idea de hacerlo? Si bien estabas cerca de tu casa, ¿qué fue lo que te motivó a intentarlo a tan corta edad?
Desde muy pequeño pasé mucho tiempo en la naturaleza y siempre quise ir más allá de los valles. Soñaba con llegar a las cimas, con buscar lo más alto. Desde niño veía los nevados y le decía a mi papá: ‘quiero ir allá arriba, quiero subir esos nevados’. Él pudo haberme dicho que no, que era peligroso o que tendría que esperar unos años más. Pero no fue así: me dijo ‘vamos’. Creo que estaba feliz de que yo tuviera esa iniciativa y le pidiera hacer cosas fuera de lo común. Tanto él como mi mamá me apoyaron desde ese momento; nunca me pusieron la condición de esperar a ser mayor. Fue más bien un ‘ok, hagámoslo’. En ese entonces nadie sabía si esa pasión iba a durar tanto. Podía ser que después no me gustara y lo dejara. Pero al final, 12 años después, sigo aquí, con la misma motivación, mejorando y buscando nuevos retos.
-¿Se podría decir que el montañismo es tu prioridad, aquello que sustenta tu vida y tu día a día? ¿De eso estás viviendo actualmente?
Bueno, actualmente tengo 22 años. Terminé el colegio y el Bachillerato Internacional en 2021, y en ese momento me puse a pensar: “¿Qué voy a estudiar? ¿Será ahora o quizá dentro de unos años?” En algún momento pensé: voy a tener que irme de Cusco, estudiar en una universidad, y no quería hacerlo. Soy de la montaña y no me imaginaba yéndome a una ciudad para dejar atrás ese mundo. No fue una decisión planificada, pero empecé a trabajar con mis padres en turismo en Cusco y poco a poco me fui involucrando más en ese negocio familiar. Paralelamente, estoy estudiando para ser piloto de helicóptero; de hecho, me falta solo un examen para terminar. Me gustaría desarrollar esa carrera en Perú, especialmente en las montañas, quizá en rescates. Así que llevo todo a la par: trabajo en turismo, estudio para ser piloto y sigo mi camino como deportista. Dentro del deporte, llevo más de 12 años dedicado al montañismo. No solo subo montañas, también corro a través de ellas, como en este proyecto de conectar volcanes corriendo. Participo en competencias de montaña y, desde hace cuatro años, soy piloto de parapente gracias a mi papá. He tratado de combinar el parapente con el montañismo: para mí lo más divertido es subir una montaña —no necesariamente la más alta— entrenar, llegar a la cima y descender volando. Es como el premio después del esfuerzo. Mi objetivo dentro de estas tres disciplinas es tener siempre proyectos únicos que me motiven. Algún día me gustaría ser el mejor del mundo en alguna de ellas, aunque sé que es muy difícil. Pero sí busco seguir creando desafíos como la trilogía. Quizá no soy el hombre más fuerte que pudo haber hecho la trilogía, pero un reto así no depende solo de la fuerza física, sino también de la fuerza mental y del conocimiento de estos volcanes. Algunos me han preguntado si era la primera vez que subía el Misti o el Chachani. Y no: para llegar a este reto ya había subido el Misti cuatro veces y también el Pichu Pichu. Todo eso fue parte de la preparación para lograrlo.
-Algunos lo llaman deporte, otros lo ven como una aventura o incluso como una experiencia espiritual. Para ti, ¿qué significa realmente subir montañas?
La verdad es que subir montañas no es solo un esfuerzo físico, sino también mental y de conocimiento. No se trata únicamente de mover las piernas, sino de saber por dónde subir, qué ruta elegir y cómo superar los momentos difíciles. En un reto de 30 horas, hay instantes en los que te sientes muy bien, pero también otros en los que quieres abandonar, y ahí está el verdadero desafío: aprender a sobreponerte. Por eso, no es solo cuestión de fuerza, es toda una aventura en sí misma que requiere preparación. Muchas veces me preguntan cuánto tiempo me he preparado, y yo siempre digo que no son solo meses: es la suma de todos mis años de experiencia los que me han permitido enfrentar un reto de esta magnitud. La trilogía, en ese sentido, no es un final, sino parte de un camino. Estoy convencido de que ha sido preparación para algo más grande que vendrá en el futuro, aunque todavía no sepa exactamente qué será.
-Si tuvieras que explicarte en una sola frase, ¿dirías que eres alpinista, parapentista, ultramaratonista… o algo más?
La verdad es que esos son mis tres pilares principales, pero en el documental también aparecen algunas escenas de otras locuras que he hecho en las montañas, como montar monociclo. Incluso lo he llevado a otro nivel: hacerlo en terrenos de montaña. De hecho, casi siempre lo tengo conmigo. Es cierto que no siempre es fácil encontrar espacio para todo, pero como dices, el parapente, el alpinismo y el trail running son las tres disciplinas en las que he logrado encontrar un equilibrio que me permite practicarlas y disfrutar de cada una. Claro que, a veces, también tengo que elegir y alternar proyectos, porque no siempre se puede hacer todo al mismo tiempo.
-¿Cuál es el próximo volcán, la próxima montaña o ese nuevo “imposible” que quieres ir a buscar?
La verdad es que tengo varios proyectos en mente. Hablando de retos inmediatos, mañana mismo correré una carrera de 100 km aquí en Cusco. En cuanto a volcanes, la zona de Arequipa me atrae muchísimo. En junio subí el Ampato con el objetivo de convertirme en la primera persona en descender volando en parapente desde su cima. Es la décima montaña más alta del Perú y, hasta ahora, nadie ha logrado volar desde allí. Lamentablemente, por las condiciones climáticas no pudimos despegar, así que ese reto sigue pendiente. Además, llevo un tiempo pensando en una “Trilogía 2”. No sé aún si será este año o el próximo, pero la idea de repetir el concepto con una nueva versión, quizá más corta y distinta, me motiva mucho. Este proyecto me ha abierto la puerta a imaginar posibilidades diferentes. Por ahora no quiero revelar demasiado, porque todavía estoy definiendo cosas, pero lo que sí puedo decir es que siempre habrá proyectos en camino.
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