Cuando corres un kilómetro, quieres correr uno más y muchos más. El año pasado participé en la mi 10K de la Maratón Lima 42K y la experiencia fue increíble, desde la activación en la entrega de los kits de competencia hasta la multitudinaria partida. Cómo se vive la competencia te enseña que la adversidad solo está en tu mente y que se puede lograr lo que se propone. Llegar a esa meta fue el inicio de la carrera de este domingo 19, en la que competí en los 21K.
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La partida fue nuevamente en el Parque Kennedy con más de 18 mil personas que han encontrado en el running una forma de superarse día a día, no solo por la mejora del estado físico, sino también por cómo cambia tu ánimo. Correr te quita el estrés, aseguran los médicos. Y es cierto.
El reloj marcaba las 4:00 de la mañana y las principales están repletas de corredores y de sus familias que están presentes para apoyarlos con arengas y carteles. La llovizna no fue impedimento para que los amantes del running calienten previo a la competencia.
Uso la pulsera roja, por lo que mi punto de inicio de la carrera es en la Avenida Diez Canseco, a dos cuadras del arco de partido, donde inicia la cuenta de tu tiempo de carrera. Al costado mío calentaba un corredor de Piura, quien comenta que hasta 60 personas de dicha provincia llegaron a Lima para ser parte de esta fiesta deportiva.
Otro grupo de corredores se abrazan en círculo y uno toma la palabra para motivar a sus compañeros. También rezan, un acto de religiosidad para encomendar su cuidado a Dios. Luego, una arenga, gritos y aplausos y todos listos para correr.
Otros corredores prefieren los selfies o las videollamadas. Quieren compartir su momento con sus allegados y les muestran cada detalle. También veo banderas de Venezuela, Brasil y Bolivia, mientras los atletas que los representan conversan mientras siguen calentando.
En running es un deporte individual, pero que se vive en familia. Sea corriendo con alguien al lado -amigo, familiar, compañero-, o con los seres queridos del lado de la ruta arengando cada paso.
Llega las 6:10 de la mañana, aún la ciudad no se ilumina con la luz natural y se da el inicio a las 21K de la que soy parte.
La preparación
Para dar cada paso en una carrera se han dado muchos antes, en cada entrenamiento. Para ser parte de la 21K me preparé con mucha anticipación. En el último año acudí a un gimnasio privado con rutinas intensas, incluso con días de doble turno.
Los domingos también fueron de entreno, con vueltas a un parque cercano a casa. Ayudó a esa práctica usar zapatillas hechas para runners, que son muy versátiles y son útiles también para evitar lesiones. La gran recomendación es esa, usar zapatillas para correr. Ayudan mucho.
Antes de entrar en el mundo running, pesaba 133 kilos. Luego del trabajo, la preparación para correr los 21K, llegué a los 118. Bajar 15 kilos hizo que esté más ligero y más activo para las diversas actividades de mi vida. Incluso puedo dormir ocho horas de corrido.
El gran cambio se dio en una conversación con mi buen amigo Roberto Carlos Tapia: “Hermano, ya es momento de dejar las salidas de comida y enfoquémonos en nuestro cuerpo”. No entendí, pero cuando me comentaron de la posibilidad de correr en la Lima 42K, entendí lo que era enfocarse en el cuerpo de uno mismo. Una semana después ya estaba entrenando en un gimnasio municipal en el Cercado de Lima. Luego pasé a uno privado y aumenté la intensidad del trabajo.
Los 21K, una prueba de resistencia y fuerza
6:10 de la mañana y Lima oscura brilla por sus runners. Los primeros tramos por la Avenida Arequipa de la 21K los corrí a ritmo bajo para irme adecuando en cada metro que avanzaba. Me rehidraté en Juan de Arona luego de tres kilómetros de carrera, y pese a las dificultades de la ruta, los baches y subidas, seguíamos avanzando metro a metro.
“Sigue a tu ritmo, hijo”, me dice una voz desde el lado de la pista, antes de cruzar el puesto Javier Prado. “Vamos, Vamos”, arengan otras voces. Imposible rendirte con ese marco.
Avanzamos por la Avenida Garcilaso de la Vega, Paseo Colón y hubo que hacer una pausa en busca de ese segundo aire. “Corre, ya te falta poco”, me dice un corredor tomando mi hombro. Tampoco se rendía Luz María, una corredora de edad que iba a mi lado. Ambos aceleramos el paso. Una nueva parada para la rehidratarse en el cruce con Angamos.
Cada kilómetro es una fiesta y uno se encuentra con una persona disfrazada de Elmo, a otro de dinosaurio y padres con el coche de sus bebés. Todos quieren ser parte de la Lima 42K, también quienes desde el costado de la ruta te alientan a llegar a la meta.
Así, entendía lo que significa el running. Es una manera de vencer las adversidades y llegar a la meta es el objetivo en cada metro que avanzamos, una analogía a la vida misma. Completar la prueba no solo es para colgarse la medalla, sino la confirmación de vencer cada obstáculo.
Y uno corre con seguridad pese a que las piernas tiemblan. Hay ambulancias en vario puntos, lo que da cierta tranquilidad. Pero no pienso detenerme. Aún hay ruta por delante y con el aliento de la gente no hay más que seguir corriendo.
Cuando uno ve el arco de llegada, un nuevo aire ingresa a los pulmones. Quizás los músculos no responden pero el corazón empuja. También quiero superar a dos corredores que van por delante mío y en los últimos metros lo pude hacer. Terminar la prueba fue tan satisfactorio como agotador.
Así se completaron mis primeros 21K, con el convencimiento que el deporte es salud y más que eso, es una forma de vida que te lleva a hacer cosas que antes no te creías capaz y que ahora lo tomas como pequeños logros en busca de algo más grande. El running me cambió la vida y me ayuda a vivir sin estrés ni ansiedad. Como interno de psicología en un hospital del Minsa, el 45% de mis pacientes, van por esos temas, y correr puede ser una buena terapia.