La ansiedad por el día soñado no dejó dormir a muchos, tal vez a la mitad más uno del fútbol peruano. Quizá y por eso los alrededores del estadio Alejandro Villanueva se colmaron de ilusión y expectativa en un mar de camisetas blanquiazules e hinchas risueños que, cada quien a su manera, tenían el nombre de Paolo en sus frases. Mucho resguardo policial pero nada que los cuidara de dejar escapar esa lágrima propia de los anhelos cumplidos.
Matute quedó repleto apenas minutos después del mediodía, hora en que abrieron las puertas y el hincha de a pie se convirtió en hincha de Paolo Guerrero, sentado, de pie, recostado, pero durante tres horas hambriento por llenarse los ojos con una imagen que estuvo esperando por años, en secreto, como un amor que sobrevive al paso del tiempo.
Hasta que el reloj marcó las tres de la tarde y el tiempo se detuvo. También los corazones. Paolo Guerrero, uniformado de Alianza Lima entra al campo en medio de aplausos, gritos y una algarabía que no encontraba calma porque cada paso del Depredador acercándose a una tarima improvisada en el medio del campo y que llamaba a mil y un recuerdos. No era Paolo el que trotaba en el campo luego de persignarse, era la personificación de todos los corazones agradeciendo al ídolo con las palmas. Enorme.
“No hay duda, no hay duda, Alianza es el pueblo, Alianza es corazón y toda la vida vamos a ser Alianza Lima corazón”, son las primeras palabras de Paolo Guerrero una vez encima de la tarima. Su look rasta enmarca un rostro duro, serio, que en cada palabra parece ir bajando la guardia, relajándose y delatar a un futbolista que empieza a sentir como hincha. Una tradición que llevaba en la sangre de su familia.
“Desde que mi tío Caíco me traía al estadio con mi ropita de Alianza Lima”, responde Paolo, muy emocionado, a la pregunta de cuándo se hizo hincha. Sonríe producto de los nervios y las cuatro tribunas aplauden mientras el juego de luces y los efectos especiales intentan estar a la altura de un evento que concilia la exitosa trayectoria del ‘Depredador’ con sus obligaciones pendientes en el equipo al que siempre juró volver.
—La fiesta del pueblo—
“Sé que mi tío está feliz en el cielo”, confiesa Guerrero en una especie de homenaje al gran José Gonzáles Ganoza, el tío al que Paolo quería como un padre y del que no tiene recuerdos porque partió a la eternidad en el trágico accidente del Fokker. Luego le hablan de su madre, doña Peta, y el Guerrero se vuelve de mantequilla, se derrite, se emociona, vuelve a tropezar con el silencio y pide disculpas por la emoción. Aplausos.
Las tribunas repletas y las entradas agotadas en pocas horas han valido la pena. El Guerrero ha dado espectáculo y el show también tuvo orquestas y un ambiente de fiesta. Y para que no queden dudas de que el Depredador está en forma, luego de la presentación aparece el plantel completo de Alianza Lima para simular un entrenamiento y que el noviazgo entre le ídolo y la pelota se reavive.
Antes, claro, un necesario apanado en el que los más chicos y los más grandes del plantel bautizan al goleador histórico. El delantero que finalmente utilizará la número 34 en referencia al título histórico. “Me habían prometido la 84 y la 99, quería elegir algo que sea muy simbólico de Alianza”, añade.
Por ahí andaba su compadre, Jefferson Farfán, el mismo que en noviembre de 2017 le anotó un gol a Nueva Zelanda y celebró con la camiseta de Guerrero hasta las lágrimas, el que fue el gol más importante de su vida profesional porque abrió el camino para el triunfo que nos clasificaría al Mundial de Rusia 2018 y devolvería a Perú a una Copa del Mundo luego de 36 años. A ese nivel está el vínculo entre la Foca y el Depredador.
El broche de oro sería una postal junto a su esposa, sus hijos y claro, Doña Peta, teniendo el arco sur de fondo y toda la hinchada coreando su nombre. Paolo fue un espectáculo y un sueño cumplido en un domingo inolvidable, en el que sobró el aliento y la nostalgia por un delantero que lo merece todo, menos el irremediable paso del tiempo.
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