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La Sub 20 peruana provoca orgullo. Que estas chiquillas hayan dejado de lado tanta opinología maliciosa para cumplir sus sueños resulta conmovedor. ¿Cuántos de nosotros alguna vez hemos encogido el paso por el miedo al qué dirán? Con su valentía están abriéndole el camino a otras mujeres que, quizás por temor, no se atrevieron a dar el salto. A los periodistas deportivos nos suelen acusar de exagerados, pero lo que está haciendo este equipo solo merece un calificativo: es histórico.
El poroto hay que adjudicárselo también a la federación, que entre tanto desmadre eligió a Emily Luna, una profesional de alto nivel y gran gestora de esta revolución. Hace un par de décadas, Perú tenía un equipo respetable a nivel sudamericano; sin embargo ese poderío fue menguando conforme la práctica del fútbol femenino se profesionalizaba y en la Videna y los clubes se instalaba la idea de que meter plata para su desarrollo era un gasto antes que una inversión. En tiempos del Me too y el empoderamiento femenino, la estrategia lanzada por la FIFA en el 2018 fue clave. Las asociaciones empezaron a trabajar con seriedad, activaron sus áreas de scouting (esta selección tiene seis jugadoras nacidas fuera del país) y, como suele suceder, descubrieron que en el horizonte había un apetitoso negocio que no podían despreciar.
Pero como con todo lo que ocurre con el deporte peruano existe un peligro cercano y real: que esta actuación en tierras ecuatorianas termine siendo un soplo de aire aislado, un breve suspiro de otoño. Clasificar al Mundial no hará que nuestro fútbol femenino de primera división deje de ser semiprofesional, que la mayoría de sus integrantes no gane sueldos irrisorios y deba recurrir al recurseo o incursionar en otros oficios para sobrevivir. Hace apenas dos meses los clubes amenazaron con no iniciar la liga porque la federación se quería desatender de una serie de compromisos. Muchos partidos continúan jugándose sin público, en escenarios poco adecuados, lo que limita el crecimiento del interés entre el espectador. Y la posibilidad de que una futbolista quede desatendida tras una grave lesión sigue siendo gigantesca.
No sería la primera vez que el fútbol peruano deje pasar el tren y olvide hacer los cambios estructurales que necesita. Ocurrió en el 2018, con los hombres, cuando junto con la clasificación al Mundial de Rusia había consenso y dinero para efectuar las modificaciones. Es que hacerlo representa una arriesgada apuesta a futuro que implica pisar muchísimos callos que ciertas dirigencias, cómodas beneficiarias del statu quo, no están dispuestas a acometer.