Cuando Jaime Yzaga hizo lo que hizo era 1985 y no había ni internet ni redes para que uno lo viera rápido con el trofeo en mano. Fue un cable de la desaparecida agencia UPI el que le dio cuenta a El Comercio de su triunfo en aquel Roland Garros Junior. Con solo 18 años, ya era nuestra estrella emergente.
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Y si bien como profesional Yzaga ganó un poco menos -igual fue 18 del mundo- sí logró un “campeonato paralelo” significativo: el de ser ejemplo y referencia de siguientes generaciones. El niño crece frente a un modelo alcanzable, y si ese modelo gana, el efecto es multiplicador. Por ello, es válido decir que si hubo un Horna es porque antes hubo un Yzaga. Y si se fuerza la idea del eslabón, podríamos decir que si hay un Varillas hoy es porque antes hubo un Horna.
A diferencia de otros deportes de cracks más frecuentes, en el tenis las figuras salen muy de vez en cuando. El promedio de un jugador-top cada 15 años desde los años 90 en tenis masculino peruano no es ideal ni por asomo, pero en mujeres es aún más espaciado. Desde el retiro de Laura Arraya (14 del mundo) el femenino no ha tenido peso en la WTA (Wommen’s Tennis Association).
La falta de una política de promoción y sponsoreo real de los tenistas cuando desean ingresar al profesionalismo luego de ser exitosos juniors es uno de los males endémicos. Varias carreras se frenaron ahí y de alguna forma ello explica por qué somos buenos regionalmente hasta los 15 o 16 años pero luego perdemos jugadores (y jugadoras) que prefieren una carrera universitaria que el estilo de vida más azaroso de ir como gitano al ATP o la WTA.
Lucciana, como Yzaga en el 85, ha jugado la final del Junior de Roland Garros. Nada menos. Tiene el talento y nivel de los elegidos. Pero debe sumarle en su paso a profesional la evolución en el resto de aspectos para también competir en la jungla de los adultos. Que sea el eslabón siguiente a Laura es lo que queremos todos.