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EL QUEDADO ESPECIAL. Los que no vamos a la Copa.
“Pero caaada mañana despierto... Con una ilusión... De encontrarla en cada mañana... Y darle mi amor... Y darle mi amor”. Es la noche turca del 4 de noviembre del 2020 y Christian Cueva, el futbolista símbolo de la era Gareca, canta nostálgico este himno de Leo Dan. Saluda a El Agustino, a Puente Piedra, a Comas, que lo saludan a través del celular mientras se activan los me gusta del Instagram Live que acaba de arrancar. Rápido son 400, 800, 2 mil: es la nueva versión de una conferencia de prensa (sin prensa). Perú jugará en una semana exacta con Chile y Argentina pero la noticia no es la selección, sino un seleccionado. No es un peruano, es un italiano. Gianluca Lapadula ha sido convocado por el técnico Ricardo Gareca, luego de un reality que incluyó su trámite de DNI en Migraciones, la arqueología de su álbum familiar y la espera en el aeropuerto Jorge Chávez. Claro, entonces, nadie le tenía fe: en este país nadie tiene fe. Y se inauguró una bastante acalorada discusión sobre la peruanidad de Lapadula, sobre su entrada al equipo, sobre sus costumbres gastronómicas, como si en lugar de convocar a un futbolista a la selección, necesitáramos un pizzero.
Bueno, salvo uno. Y luego otro y otro. Todos desde el núcleo central de la selección. Pero el primero, sí, fue Christian Cueva, la puerta de entrada a Videna y al WhatsApp de Perú, básicamente por su liderazgo futbolístico y su campechana, muy canchera forma de caminar los pasadizos de un equipo que tiene modales de familia. Allí, Cueva es el tipo alegre, el adolescente hiperactivo, el hombre al cual uno se debe ganar para entrar. Consciente de eso, el Cholo Cueva subió el volumen de “Siempre estoy pensando en ella”, de Leo Dan, y le dio la gran bienvenida a Lapadula, mucho antes de la tarde estelar de este martes, cuando Perú venció 2-1 a Ecuador y el ítalo-peruano fue figura. Ante sus 143.252 mil seguidores en IG, dijo: “Bienvenidos todos lo que vengan a sumar a la selección. Eso es lo más importante. (A Lapadula) le vamos a dar una buena bienvenida”.
Y eso hizo.
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En el fútbol, todos son gestos. Son “gestos” técnicos los que permiten una definición certera al gol o un anticipo ideal ante un rival. La cámara poncha a Renato Tapia cantando, gritando el Himno, o los ojos llorosos de Paolo Guerrero en Rusia 2018, y a través de esos gestos nos emocionamos. Miramos a Gareca saludar a la tribuna Occidente y creemos —yo al menos— que me está saludando a mí, o agradeciendo quién sabe qué. Las fotos se vuelven pósters cuando graban determinados gestos: la boca abierta tipo cocodrilo, el sudor que cae y empapa, la vena que hincha el cuello. La selección peruana está construida, además de por su juego y de lo que gana, por instantes breves que eternizan sociedades. Que lo hacen grupo. El de anoche —Lapadula tocando el piano y luego Cueva peruanizando el estilo con Armonía 10— permite intuir lo que ocurre en la selección, aún en esta crisis de resultados: es un buen grupo. Un grupo noble de puertas abiertas para el que suma.
Lapadula lo sabe. En noviembre del 2020, cuando la selección organizó una cena en el Hotel Belmond de Miraflores y fue preciso darle la bienvenida al plantel, la costumbre pedía una cosa: que el nuevo, en este caso Gianluca Lapadula, bailara un ritmo festejo o una salsa elegida a coro por sus compañeros. Sirve para romper el hielo. Algo gritó Cueva que entusiasmó al protagonista. Los pocos privilegiados testigos me cuentan que el delantero del Benevento tomó el micrófono, se acomodó esos bigotitos tan a lo Chorri, parló algo poco entendible y en lugar de bailar, cantó una versión de uno de los clásicos de Frank Sinatra. El grupo estalló en risas. Si algo le faltaba para entrar, era una criollada.
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“Al ritmo de Armonía 10: Lapadula y Cueva celebraron la victoria de Perú frente a Ecuador”. Así se titula la nota de DT El Comercio que resumen cómo fue la musical celebración del equipo peruano tras ganar sus primeros 3 puntos en la Eliminatoria. En el video, publicado por la FPF en Instagram, se percibe complicidad, buen clima y un componente que no es gratuito: lo bien que ha caído Lapadula en el grupo. Alguien muy cercano al directorio de la FPF me explica que el atacante se ha ganado todo el cariño de sus compañeros por su don de gente. “Gianluca es el tipo más bonachón de la selección. Respeta lo mismo a Paolo que a un utilero. Se acerca a la mesa de los directivos a saludar en las comidas. Cuando se va de las concentraciones se despide de todos con un abrazo”, dice. Un trabajador que acompaña a la selección en cada viaje, también me cuenta: “En realidad, Lapadula es un futbolista muy expresivo y se maneja así con todos. Yo vi, por ejemplo, que antes conversaba mucho más con Solís —el arquero— que con otro jugador. Ahora anda mucho con Aquino, o Garcés”.
Y aunque uno podría pensar que Cueva y Lapadula hablan a diario, chatean de Arabia a Italia o incluso concentran juntos -por protocolo las habitaciones son individuales- lo que ha ocurrido alrededor de ellos tras el 2-1 en Quito es un milagro que ya quisieran otros señores, otras señoras, de Miraflores o Tacabamba. Dos peruanos que no se conocen pueden hablar, reírse e incluso abrazarse solamente por el hecho de ser peruanos. Eso se lo debemos al fútbol.
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