La FIFA, que había sido fundada en 1904, no había podido promocionar al fútbol como era su propósito y el objetivo contemplado en sus iniciales estatutos. Los primeros diez años, solo varias asociaciones de balompié de Europa estaban afiliadas. Los temas que entorpecían la consolidación eran el blindaje al fútbol de reglamentos institucionales y de uniformidad en cuanto a reglas de juego y regulaciones arbitrales. Pese a todo aquello, los primeros países más allá de Europa que se afiliaron fueron Sudáfrica (1910), Argentina y Chile (1912), y Estados Unidos (1913).
Luego vino la gran dificultad de la Primera Guerra Mundial, que ensangrentó al mundo. El fútbol fue archivado y las naciones integrantes, por intereses políticos, se dividieron y separaron. Esfuerzos individuales, como la del secretario general de la FIFA, Carl Hirschmann, desde su oficina en Ámsterdam, mantenía correspondencia con delegados de otros países dentro de las mínimas posibilidades. El fin era que esa pequeña luz que todavía resplandecía no se apagara. La comunicación más fluida la tenía con la Federación Francesa (FFF), cuyo presidente era Jules Rimet.
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El 1 de marzo de 1921, Jules Rimet, abogado francés de 48 años, se convirtió en el tercer presidente de FIFA. Rimet, un intelectual y apasionado por su deporte favorito, no solo robusteció a la FIFA, sino que en sus 33 años al frente también debió superar los estragos de la Segunda Guerra Mundial y se dio modos para organizar el primer campeonato del mundo, el de 1930 en Uruguay. Cuando se retiró de la dirigencia, en 1954, en homenaje a su extensa y fructífera carrera deportiva el congreso de 1946 de la FIFA, que ya contaba con 80 países afiliados, resolvió designar al trofeo que se entregaba al campeón del mundo, como la Copa Jules Rimet.
Esta copa hermosa era una obra de arte: diseñada y elaborada por el famoso escultor francés Abel Lafleur, quien en su inspiración incorporó la representación de la Diosa Victoria con los brazos en alto y sosteniendo un aposento octogonal; su silueta ganaba en belleza por las alas abiertas que reposaban en una base de piedras semipreciosas.
La FIFA, en su presentación antes del primer Mundial de 1930, declaró que la Copa premiaría al que consiguiera la gloria de la victoria y que su denominación sería esa también. Manifestó que la estatuilla había sido fabricada en oro macizo, su peso era de 9 lbs. y con 35 centímetros de altura. Representaba a Niké, la diosa de la antigua Grecia.
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Lamentablemente, no cumplió con el anhelo de su idealizador Rimet en su discurso al entregarla a Uruguay, primer campeón mundial: expresó que ese símbolo de la victoria duraría hasta el fin de los siglos, porque el fútbol había sido creado para ser infinito. Don Jules Rimet nunca se imaginó que la suerte de la famosa estatuilla iba a estar envuelta en una especie de fatalismo, una historia cobijada por un drama enigmático por todo aquello que le sucedió. En el transcurso de su existencia, estuvo llena de eventos que podían aclararse, pero aquello no sucedió; así que terminó convirtiéndose en un verdadero misterio, porque sufrió acontecimientos inexplicables, sorprendentes, que quedaron ocultos por siempre.
Una presea codiciada
Está escrito que, en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los nazis y el propio Benito Mussolini estaban tras los rastros de la hermosa obra para incrementar su patrimonio con el arte de los opositores. Se conoce que el Dr. Ottorino Barassi, napolitano secretario general de la FIFA por esos días de guerra mundial, retiró el trofeo, sin que nadie lo conociera, de un banco en Roma donde estaba depositado en custodia y lo escondió en una caja de zapatos debajo de su cama para evitar que los invasores nazis la usurparan. Alguna vez investigado por la SS (Schutzstaffel alemana), declaró que desconocía su paradero y que lo más seguro es que estaba en Milano. Se comenta que, ante las sospechas, Barassi la guardó hasta 1942, para luego entregársela a un amigo de apellido Cevellino que vivía en Bérgamo (Italia), quien la devolvió a la FIFA pasado el conflicto bélico para que se la pudiera entregar al campeón mundial de Brasil 1950.
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Pero la trama misteriosa de la copa Jules Rimet recién comenzaba. El segundo episodio tuvo lugar en Londres. La copa fue exhibida en uno de los eventos promocionales del Mundial 1966, en el salón del famoso Westminster’s Centre Hall, el 21 de marzo de ese año. Al abrir la sala para que entrara el público, se dieron cuenta de que el lugar donde reposaba la copa estaba vacío. La noticia escandalizó al mundo. En las narices de la Scotland Yard se la robaron. La búsqueda era infructuosa. Los investigadores ingleses recibieron dos cartas pidiendo rescate. La eficiencia británica localizó al remitente, de apellido Jackson, quien solicitaba un rescate de 15.000 libras esterlinas. Luego del anuncio, que causó júbilo, llegó la decepción, ya que el tal Jackson ni la había robado ni la poseía. Pasó el tiempo de suspenso hasta que al décimo día de la desaparición se recibió la llamada de un tal David Corbett, quien contaba que su perro Pickles, olfateando un basurero, había ubicado la copa envuelta en papel. Quien la sustrajo la abandonó. De las investigaciones, solo quedaron suposiciones policiacas. El perrito fue declarado héroe de la Corona, el dueño se ganó 6.000 libras de recompensa y también los ingleses pronto levantaron la copa como campeones. En la celebración por el triunfo estuvieron el dueño, el perro y la copa.
Un día como hoy
La FIFA resolvió que quien gane en tres ocasiones la famosa Copa se la lleve para siempre y Brasil consiguió la hazaña: la ganó en Suecia 1958, Chile 1962 y México 1970, y así llegó a las vitrinas de la Confederación brasileña (CBF).
Pero el trofeo sagrado que premiaba a los supremos del fútbol sufrió un nuevo robo, esta vez fatal, un día como hoy, 19 de diciembre, hace 37 años. La copa desapareció del Museo de la CBF, de una vitrina con vidrio blindado pero fondo de madera. Los ladrones brasileños Pereyra, Seta, Rocha y Vieira y el argentino Carlos Hernández declararon haberla fundido, consiguiendo 30 lingotes de oro vendidos luego en el mercado negro.
Solo teorías
La historia fatídica de la copa nunca se cerró ni se aclaró lo suficiente. El misterio se configuró plenamente con base en las siguientes premisas: que algunos historiadores comentan que el italiano Barassi no pudo mantenerla mucho tiempo debajo de su cama y los nazis se la llevaron como trofeo de guerra; que unos años después del robo de 1966, se conoció que quien robó la copa Jules Rimet fue un tal Sidney Cugullere, por propia declaración, pero la Scotland Yard sigue convencida de que el dueño del perrito Pickles fue el mismo que la robó y cobró la jugosa recompensa; y que se tienen datos de que el robo de la copa en Brasil fue un encargo de un coleccionista italiano de apellido Di Lorenzo, quien pagó 100.000 dólares para tener en su poder tan hermoso trofeo.
¿Enigma? ¿Misterio? Hay criterios que confirman que solo dos selecciones levantaron la verdadera copa Jules Rimet, Uruguay en 1930 e Italia en 1934 y 1938; el resto de los capitanes campeones del mundo hasta el año 1970 levantaron una réplica. (O)