Soy el primero que defiende a Paolo Guerrero. Cada vez que recibe la pelota de espaldas, con uno e incluso dos defensas detrás, y gira y le da vida al contragolpe, no puedo hacer sino aplaudir. Esa es su mejor virtud como delantero. Ha aguantado y superado los 84 kilos de David Luiz y los 85 de Diego Godín, por poner dos ejemplos. Gary Medel, un chileno de 1,71 metros y apodado ‘Pitbull’, fue un cachorro a su lado en la semifinal de la última Copa América.
Su definición es precisa; tiene técnica para llevar; disfruta del juego de asociación, por abajo y con paredes; la sabe ‘esconder’ cuando hay que tenerla; va bien en el juego aéreo. Y me quedan claras sus ganas de jugar con la selección. Su frustración y sus lágrimas en las derrotas son las del que está realmente dolido por no lograr un objetivo realmente importante. Es completo. Lo defiendo a muerte. Pero me quedo sin argumentos cuando lo atacan por el lado de su comportamiento.
Su última expulsión, este domingo ante Gremio, lo retrata perfectamente. Va a presionar a un defensa que ya no tenía el balón y le deja el pie. Amarilla bien sacada, pero no, no podía quedar ahí: le dice ciego al árbitro con gestos. Segunda amarilla, merecida también. Pasó el domingo, pero pasó también contra Paraguay en un amistoso, con Once Caldas en la Libertadores, frente a Gremio otra vez, al arquero Sven Ulreich del Stuttgart, lanzó un botellazo a la tribuna de su equipo, escupió a un hincha después de perder con Ecuador y, en la peor de todas, agredió a un árbitro, perdimos 6 a 0 con Uruguay y le dieron seis fechas de castigo.
En su informe, el juez contó que interpretó el gesto del ‘Depredador’ como una burla.
Como me dijo un amigo, no hay equipo donde lo recuerden bien. En Alemania lo apodaron El Salvaje y le tiraron billetes falsos con su cara cuando regresó al Arena Corinthians. ¿Es tan difícil jugar callado?
No soy psicólogo, no he jugado a nivel profesional ni he vivido con Paolo durante su niñez como para saber si hubo episodios que lo marcaron y que repercuten en su actitud dentro del campo. Pero no necesito nada de eso para entender que Guerrero es un jugador de estado de ánimo. Si las primeras jugadas le salen, nadie lo va a parar; si no, la noche se acabó para él. Si no le cobran dos faltas, se la pasará reclamando. No se repone tras los golpes. Se sale del partido. Es mentalmente débil.
Queda reconocer el error, aceptar el castigo y aprender. Por eso, que su técnico en Flamengo lo defienda y diga que “cualquiera pierde los papeles después de recibir tantas faltas y que no cobren”, o que “los árbitros lo están persiguiendo”, no suma. Es como buscarle justificación a la agresión de Carlos Zambrano en la Copa América o al pelotazo de Christian Cueva al ‘Mago’ Valdivia. Simplemente no hay.
Para Oswaldo, expulsão de Guerrero foi decisiva para Fla: "Pior que o gol" https://t.co/CaTqEf0kwe pic.twitter.com/Kzv17uU91V
— globoesporte.com (@globoesportecom) noviembre 2, 2015
Infiero que Paolo, con 31 años, sabe qué está bien y qué está mal. Y con la selección, donde hay más desventuras que alegrías, el autocontrol es fundamental y jugar con diez, un suicidio. Basta recordar la última derrota ante Chile en Lima. Pero si Guerrero sigue así será, más que un futbolista que aporte, un elemento nocivo. Necesitamos sus goles, no sus desequilibrios. Démosle otra oportunidad para que se redima. Debería ser la última.
Por Miguel Morales G.
[email protected]
En Twitter: @7MiguelMorales