Fuegos Artificiales atronadores que duran un buen rato, un gigantesco mosaico rojo con toques blancos, cincuenta mil gargantas que se expresan ensordecedoramente. Decenas de miles de camisetas rojas de distintos modelos, desde la retro de 1984 hasta la actual. Y la alegría, la excitación, la ansiedad por ver otra vez a su equipo en una copa internacional. Y en una final. Eso es Independiente en estado puro, un club que parece predestinado para estas batallas de exportación. Su gente flota de felicidad. Hay miles de padres que llevan a sus hijos para que vean cómo son estas noches mágicas del Rey de Copas y que comprueben la leyenda de los Diablos Rojos, su estilo distinto a todos: jugar el mejor fútbol posible y defender como leones. Es imperativo. No alcanza con dar espectáculo, además hay que ir al frente, poner pierna. Es el mandato que viene de la historia, la presión que metieron los anteriores: Independiente jugó 7 finales de Libertadores y ganó las 7, y nunca pasó una instancia por penales. No son las únicas. Hay Supercopas, Recopas, Interamericanas, Sudamericanas, Intercontinentales… De ahí el orgullo de su gente, que convierte cada noche de copa en una fiesta única.
“Señores, hoy dejo todo... / me voy a ver al Rojo, / porque los jugadores… / me van a demostrar / que salen a ganar, / quieren salir campeón, / que lo llevan adentro… / como lo llevo yo”.
La fiesta está, la gente dejó dos millones de dólares en boleterías, ahora le toca al equipo. Pero el Diablo entra frío y Rever, un gigantón de un metro 92, da un salto magnífico y mete un cabezazo pleno, de frente, y manda la pelota a un ángulo. Apenas se jugaban 8 minutos de la primera final de la Copa Sudamericana y ya Independiente perdía 1 a 0 con Flamengo. En su infierno encantador de Avellaneda. Ese libreto no estaba entre los papeles. Se instala el silencio, apenas enturbiado por el murmullo feliz de unos 400 brasileños que gritan en la bandeja alta. El Rojo tiene que empezar de menos uno. Y además Flamengo muestra un magnífico trato de balón en Diego (el excompinche de Robinho), en Everton Ribeiro, en Lucas Paquetá, en Felipe Vizeu… La mueven con maestría hacia acá y hacia allá. Y va a ser difícil…
Pero si Flamengo es Flamengo, Independiente es Independiente. Y allá se lanza. Empieza jugar, a tocar, a atacar, a buscar huecos, a meter estiletazos. Y Meza, Barco, Benítez, Bustos, los diablos actuales buscan, triangulan, intentan, hasta que en una brillante combinación en velocidad Meza encuentra a Benítez, este engancha para Gigliotti y el “9”, como viene, le pega perfecto abajo, junto a un palo y pone el 1 a 1. “El estadio casi se vino abajo con la igualdad”, escribió Paulo Víctor Reis, colega brasileño del diario Lance. Es barajar y dar de nuevo, empieza el juego otra vez. Y se reenciende la caldera. Y entra a jugar Independiente, respetando a Flamengo, pero respetándose mucho más a sí mismo, a su pasado. Y tiene una media hora de vértigo, lujos y ataques a fondo que enloquecen a sus tribunas. Y a Flamengo, que no hace pie.
El segundo tiempo arranca igual, con el Rojo mandando. Y en una estocada a fondo por la izquierda Barco encara a dos y saca un centro exquisito de zurda; Meza la ve venir justa para él, se prepara, tira el cuerpo hacia atrás, se arquea, la empalma de aire, sin bajarla, y la mete abajo, a donde no puede llegar el muy buen arquero César. Ahora el Diablo gobierna también en el marcador: 2 a 1 y la gente como que carraspea diciendo “esto es Independiente”.
El chico Barco, 18 años frescos, juega posiblemente su último partido en Avellaneda, tras la revancha en Maracaná es casi seguro que se irá al Atlanta United de Estados Unidos por 14 millones de dólares, 12 limpios para Independiente. Que le vienen bien, pero perderá el atrevimiento, la gambeta desequilibrante de Barquito. Y habrá que buscar uno parecido (no igual). Es el destino sempiterno de nuestro fútbol. Hace unos días, en la final de Libertadores, Arthur, el maravilloso volante derecho de Gremio de 21 años nos brindó un festival; a la noche siguiente se fotografió con la camiseta del FC Barcelona, que lo sigue de hace tiempo y se lo quiere llevar. Lautaro Martínez, el completísimo centrodelantero de Racing de 20 años está con un pie en el Atlético de Madrid. Es casi un hecho que ninguno de los tres estará en las copas del año próximo. La fábrica sigue produciendo, pero la oficina de ventas le lleva la delantera.
Ante esa realidad, son vitales hombres como Ariel Holan, el fantástico entrenador de Independiente, que tomó un equipo caído, desvalorizado y sin refuerzos, incluso con la venta de su principal figura y goleador Ezequiel Rigoni en medio de la competencia (hizo el gol de triunfo ante Alianza Lima). De la nada armó esta orquesta roja que intenta jugar bonito y funciona tan bien. Con inteligencia e ingenio. O como Reinaldo Rueda, que desde su llegada a Flamengo a mitad de agosto mejoró a un plantel criticado por las costosas contrataciones y el poco rédito deportivo. Rueda y Holan tienen un punto en común: la seriedad profesional, el trabajo y la capacidad personal, pero ocurre que ahora se llevan también a los técnicos sudamericanos a otros continentes. Ya hay fila de selecciones esperando contratar a Holan. “Paraguay le ofrecerá el triple de lo que le pague Independiente”, dicen los colegas asuncenos. “Si se va Gareca, Perú irá a buscarlo”, dicen otros. A Rueda -lo sabemos- le llueven ofertas permanentemente. Y si quisiera dirigir una selección, solo tiene que exteriorizarlo.
Asistimos a la final; comprobamos una vez más lo fascinante de vivir in situ el clima de fiesta, de acontecimiento. Luego uno vuelve a casa y debe repasar en video todas las jugadas que ofrecieron dudas, que son tantas. Por ello admiramos a los narradores, radiales y televisivos, que deben jugársela en vivo, en el instante. Y tienen un alto nivel de acierto.
El primer capítulo de la final de la Sudamericana alcanzó un brillo que la definición de la Libertadores no mostró. Tuvo más juego. También resultan más atractivos los nombres de los finalistas, su propuesta más abierta y su obligación de ir siempre adelante. Independiente justificó su victoria por su mayor pujanza y búsqueda (también por marcar un gol más), pero no dio como para hablar de superioridad por esos 90 minutos. Tenía que ganar adentro y lo hizo, aunque la ventaja es mínima. El desquite en Río de Janeiro está absolutamente abierto. Será durísimo. Y pinta espectacular. La duda de Independiente: ¿agregar un zaguero y jugar con línea de cinco…? ¿cuidar la ventaja tirándose atrás…? Eso podría ser suicida. De parte de Flamengo: ¿cómo ir a buscar decididamente el gol y ponerle un candado a la velocidad ofensiva de Independiente…? Holan y Rueda se llevaron tarea para el hogar.