Estaba en la gloria. Bicampeón mundial en Helsinki 2005. Al año siguiente, récord mundial, 9,77 segundos en los 100 metros. A los cuatro meses su mundo estalló. Doping. Culpó al masajista. No le creyeron. Había tenido un positivo ya en 2001 y los reglamentos prevén suspensión de por vida cuando hay segundo caso. Pero Justin Gatlin aceptó colaborar con la justicia. A cambio, le bajaron la pena a ocho años. Luego, a cuatro. Igualmente, Nike le canceló el contrato. Tuvo que vender su casa de Carolina del Norte y mudarse a un pequeño apartamento en Atlanta. Vivió con cheques de desempleo y comiendo fideos chinos. Probó en el football americano, pero su velocidad contrastó con dificultades para memorizar jugadas, soportar golpes y bajar de peso. Una tarde pensó en matarse estrellando su auto contra un poste. Diez años después, en la que debía ser la fiesta de despedida del gran Usain Bolt, Gatlin se corona otra vez como el más veloz del mundo. "La trampa -dictaminaron los tabloides ingleses- le ganó al deporte."
El primer positivo había sido en 2001. Restos mínimos de anfetaminas tras correr una prueba amateur. Culpa del Adderall, el medicamento que tomaba desde niño, cuando le diagnosticaron hiperactividad con déficit de atención porque durante un examen se pasó mirando un pájaro en la ventana. Gatlin siguió tomándolo antes de cada examen. Le habían dicho que tres días bastaban para eliminarlo del organismo y por eso ni siquiera informó su consumo en la planilla previa a la competencia, lo que hubiese salvado todo. Un jurado estableció que Gatlin "no hizo trampas ni tuvo intención de hacerlas". Por eso, la suspensión de dos años fue reducida a uno. Gatlin, un fenómeno precoz, venía de ganar seis títulos universitarios. En 2002 se hizo profesional y en 2004, con 22 años, asombró al mundo ganando los 100 metros de los Juegos de Atenas 2004. Cuando Willie Gatlin, padre del atleta, veterano de guerra, escuchó primeros rumores de doping, buscó su pistola para dispararle a Trevor Graham, el entrenador que le había jurado que trataría a Justin como a un hijo. Graham, suspendido de por vida, hombre de Nike, ya venía del caso Balco, el escándalo de doping que castigó a Marion Jones y Tim Montgomery, entre otros. Gatlin lloró toda la noche cuando estalló su caso de 2006. "Mi vida -lo escuchaba Jeannette, su madre- se acabó."
Jeffrey Novitzky, el investigador federal del caso Balco, le ofreció colaborar a cambio de no ser procesado. Gatlin grabó once conversaciones con Graham. "Fue como vivir una novela de espionaje", diría luego. "Necesito estar en paz, estoy completamente roto", se derrumbó ante el pastor Everett Gates, de la Iglesia de Dios. Gatlin comenzó a dar charlas en escuelas. "El tour del perdón", lo bautizó Renaldo Nehemiah, ex atleta célebre, su agente desde siempre. Su "nueva vida" aparece en Rise Again, The Justin Gatlin Story, el documental que él mismo presentó en febrero pasado en un pequeño teatro de Pensacola, Florida, su pueblo de la infancia, donde corría de niño contra sus amigos que iban en bicicleta. Llora en la pantalla cuando habla de su hijo pequeño, que lo dibuja en la escuela en lo alto de un podio. "Me permití perder y gané la principal batalla", dice en otro momento, cuando la imagen lo muestra otra vez derrotado en 2015, pero cada vez más cerca de Bolt.
Dennis Mitchell, su nuevo entrenador, otro ex atleta también suspendido por doping, fue clave. También el biomecánico de Orlando, Ralph Mann. Cuatro cámaras conectadas a cables que graban trescientos fotogramas por segundo. Torso en paralelo al piso. Y luego el número de pasos. Y la longitud de esos pasos. Pasos más cortos, siempre delante del cuerpo, sin desperdiciar tiempo valioso en el aire, mejoraron la aceleración inicial. Igual que el ángulo de impacto y la posición de los músculos en relación con el suelo. Salidas atado o sujetado a trineos pesados. Crear una nueva memoria muscular. Gatlin, dijo Mitchell, cambió su técnica por completo. Dopado, había corrido los 100 metros en 9,77. Casi diez años más viejo pasó a correrlos en 2015 en 9,74. ¡Cómo no sospechar en una prueba en la que casi todos terminaban corriendo cargados? "Llevo diez años respondiendo sobre el doping, ya basta", pidió Gatlin en el Mundial de Pekín 2015. Lloró porque Bolt le ganó allí por 0,01 segundo. Por nada.
El anunciador había presentado el duelo de Pekín como una pelea por el título mundial de los pesos completos. Bolt, claro, era Muhammad Ali. Por su carisma, no por su palabra. Y porque, según dijo días atrás el ex campeón británico Sebastian Coe, ahora presidente de la Federación Internacional, Bolt marcó un antes y un después en la historia del atletismo, igual que Ali con el boxeo. Pero el sábado en Londres "Ali-Bolt" tuvo su Joe Frazier. Coe expresó públicamente su fastidio por el triunfo de "Frazier-Gatlin". Coe fue "inhumano y antideportivo", le respondió ayer Nehemiah, el agente de Gatlin. Apenas cruzó victorioso la meta, Gatlin pidió silencio. A la multitud y a los que llevan años abucheándolo. Acto seguido, se arrodilló ante su vencido. El Rey Usain lo abrazó. Los controles, casi una burla, detectan apenas un uno por ciento de atletas dopados. Bolt jamás estuvo en la lista. Gatlin tampoco está ahora allí.