El mercado de transferencias europeo supera sus montos negociados cada año. Lo curioso es que esta dinámica es ajena a las economías en las que se desarrolla. Mientras en la prensa británica se discuten las consecuencias del ‘brexit’, potencialmente catastróficas, un lateral correcto como Kyle Walker, que ha marcado seis goles en toda su carrera profesional, probablemente inferior técnicamente a Miguel Trauco, se convierte en el jugador inglés mejor pagado de la historia por 57 millones de euros. Será una marca breve, pues solo basta imaginar la evaluación de los verdaderos talentos de los Spurs, como Dele Alli, para anticipar que esta fortuna, en poco tiempo, se verá como centavos. Ya el Chelsea ha ofrecido 100 millones de euros por Higuaín y eso significa que la razón no es una especie que acompaña al calor en el verano boreal.
Más interesante es analizar por qué no existe una correspondencia entre el mercado de pases y la salud de las sociedades en las que estos jugadores trabajan. En el fútbol profesional del primer mundo se pueden identificar tres arbitrariedades correlacionadas: la tasación alcista, la sensación de necesidad y el dinero extradeportivo que ingresa a los clubes que operan como sociedades anónimas.
La tasación de un bien o servicio, según la teoría liberal, regula los precios por oferta y demanda. No hay mucho que añadir: el talento es un bien escaso, y si un jeque árabe está dispuesto a invertir más que un magnate ruso en lo que para ambos es un hobby, pues no hay cómo objetar el dispendio. Con la excepción de que crea dos inconvenientes graves: la distorsión en la valoración de las cartas-pase y la brecha creciente respecto al club tradicional que se financia con recursos propios. Esta es la base que legitima moralmente el ‘fair play’ económico, pero las medidas parecen insuficientes ante el frenesí.
La sensación de necesidad es un síndrome derivado de este esquema. Es decir, la idea de que el club que no compra a precios exorbitantes no está compitiendo en serio, no es parte del ‘big game’. Este síntoma recorre tanto a las élites como a la clase media alta de las grandes ligas y, de igual forma, invade el alma de los jugadores, cada vez más dispuestos al cambio. Así, es posible apreciar planteles descompensados por la compra-venta absurda. El Real Madrid cuenta con mediocampistas impresionantes como Kroos, Casemiro, Modric, Kovacevic, Asensio e Isco, todos posibles titulares y campeones de Europa, pero acaba de contratar a Dani Ceballos del Betis. La única razón que explica esta adquisición es el interés del Barcelona por el sevillano, aunque Zidane argumente la rotación como justificativo.
Se puede ensayar una pregunta: ¿esta exhibición anual de derroche tendrá algún límite? No se vislumbra en el futuro próximo; cada contrato, por más disparatado que suene, parece una inversión segura: el próximo año todo costará más. El efecto es muy parecido al de la burbuja, la trayectoria asemeja a la fuga hacia adelante y el miedo es que en algún momento alguien señale al rey desnudo.