Pudo ser un gran futsalero, paga lo que fuera por buenos palos de golf, pero felizmente lo que lleva en las manos Carlos Alcaraz es una raqueta de tenis. El español tuvo que dejar el fútbol también porque sabía que el juego de red era lo suyo y en solo dos años ya demostró de qué está hecho: “Cabeza, corazón y huevos”, como su abuelo le decía y como amaneció el día publicando en sus redes sociales para motivarse con ese recuerdo.
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