ENTREVISTA: “Jorge Fossati me está enamorando día a día, me estoy volviendo hincha de él”
Así como hay investigaciones que indican que estos eventos producen enormes estallidos de felicidad y orgullo entre los habitantes de los países que lo organizan, también sobran los ejemplos de casos de corrupción -las olimpiadas de Rio 2016 son conocidas como “las olimpiadas de Odebrecht”- o de construcciones que. terminada la fiesta. fueron abandonadas porque no se les encontró uso o resultaba muy costoso mantenerlas.
En nuestro país fuimos felices y lo somos aún más al comprobar de que, pasados los años, los campos y coliseos se usan y siguen intactos. Hubo tino al formar un ente con autonomía que trabajó con el Reino Unido en la construcción de infraestructura y, pensando en el día después, se haya constituido Legado, una organización a la que se le dio la responsabilidad de su mantenimiento. Si bien no es tan cierto que si mañana fueran los juegos “estaríamos listos”, los escenarios apenas necesitan un ‘refresh’ para poder recibir a las competidores.
Hacer que los Panamericanos del 2027 sean tan exitosos como los del 2019 requieren solo tres cosas: primero, repetir la experiencia de trabajar con una organización cerrada, libre de procesos burocráticos envenenados, con libertad para contratar a profesionales de primer nivel que pueda trabajar con un gobierno extranjero que brinde labores de asesoramiento y se encargue de la ejecución de las obras.
La segunda es elaborar un plan que permita que nuestros mejores deportistas tengan una preparación de élite a fin de mejorar los resultados obtenidos en el 2019 y en los recientes juegos celebrados en Santiago. Y hacer de esta iniciativa algo permanente.
Hasta aquí la parte simple. La tercera es tener una visión de ciudad.
Los eventos de esta envergadura ocasionan enormes transformaciones en las urbes que los acogen. No solo se construye infraestructura deportiva nueva, sino que se mejoran los sistemas de transporte o se intervienen espacios públicos. En los Juegos del 2019 no hubo nada de eso. Las obras más visibles que quedaron fueron la Villa Panamericana y el viaducto Armendáriz. El resto fueron remodelaciones de avenidas -algunas muy importantes, sobre todo en el sur- que incluso se terminaron con meses de retraso. Dejamos pasar una extraordinaria oportunidad para reformar el transporte, crear parques o reconvertir malecones; en suma, hacer de Lima una ciudad menos estresante, más amable, más segura, más vivible.
Por lo visto hasta el momento, las cosas parecen ir por el mismo camino. Las propuestas del alcalde de Lima navegan entre motos para los policías, cámaras con inteligencia artificial (‘El Tren de Aragua’, ‘Los Malditos del Cono’ y ‘Los bravos del Gota a Gota’ deben estar temblando) y un sistema de viaductos aéreos que, de acuerdo con diversos especialistas, no mejorarán sustancialmente los traslados.
Los juegos deberían servir también para acelerar obras que caminan a la velocidad de un elefante con sobrepeso como la línea 2 del metro o los accesos al aeropuerto. Una muestra de la tragicomedia permanente en que vive nuestro país es que a fin de este año va a contar con el terminal aéreo más moderno de Sudamérica y probablemente no tenga forma de acceder a él. El Ministerio de Transportes y Comunicaciones ha anunciado la construcción de unos puentes modulares porque de la Vía Expresa Santa Rosa, que uniría el Jorge Chávez con la Costa Verde, no hay aún ni un ladrillo.
Lima 2027 pueden ser unos Juegos bisagra para el desarrollo de nuestro deporte y la mejora de las condiciones de vida de quienes sobrevivimos en esta ciudad. No abusemos, otra vez, de la peruanidad de Dios.