"El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión". La frase que el agente judicial Pablo Sandoval le dice a su superior Benajmín Espósito en la película El Secreto de sus ojos –ganadora del Oscar 2009– bien podría encajar a la perfección en la vida del argentino Martín Gramática, único sudamericano de la historia en ganar el Super Bowl que esta noche vivirá su edición número 51.
A los 9 años emigró a Estados Unidos con toda su familia perseguidos por los problemas laborales que los habían obligado a rebotar de San Isidro a Chaco y desde allí a Olavarría. El pequeño Martín se encontró con un mundo nuevo en el que su gran pasión era una rareza: el fútbol.
La televisión de aquel lejano 1984 repetía imágenes de un deporte extraño de personajes con gigantescos hombros y cascos con una exótica dentadura metálica que sobresalía. Nadie podría osar decir por entonces que Gramática se transformaría 19 años más tarde en el rey de esa disciplina conquistando el Trofeo Vince Lombardi junto con los Tampa Bay Buccaneers.
"Pasó mucho tiempo hasta que me gustó la NFL. A mí me encantaba el fútbol nuestro, yo quería jugar al fútbol. Sí, veía fútbol americano por televisión, pero no teníamos ni idea de las reglas, nada. Al principio pensábamos que era rugby con cascos y protección. Lo mirábamos porque en ese momento no había fútbol por televisión. Era uno de los pocos deportes que se podían ver", advierte el protagonista de la historia a Infobae.
El fútbol se transformó en el motor de su vida aún hasta estos días, con una interrupción de 14 años en los que se dedicó de lleno a ser una estrella de la NFL. Antes y después, la redonda le ganó a la ovalada.
La bifurcación en el camino se dio a mediados de los 90, cuando aquel joven de la secundaria que se había criado en el pueblo de LaBelle partió rumbo a México para afrontar una prueba de fútbol en el Necaxa, equipo que por entonces iniciaba un predominio en ese país. "Fue para ver si podía jugar en otro fútbol. Estuve una semana entrenando y cuando volví empezamos a patear en fútbol americano por una casualidad. Nos pidieron patear en el secundario. Yo hubiese seguido jugando al fútbol, como todo chico argentino. No quería dejar ese sueño de jugar al fútbol profesional", admite.
El fútbol fue su puerta de entrada a la NFL: precisaban un kicker, el encargado simplemente de ingresar al partido cuando hay un kickoff –inicio o reinicio del juego con una patada– o para ejecutar los goles de campo. "Jugando al fútbol americano tenía más opción de tener beca para el colegio. Acepté porque era una temporada, pero después de una de las primeras prácticas vino el entrenador a casa y dijo: 'Este chico es buenísimo. Va a llegar a ser profesional, no tengo dudas'. Y bueno, ahí es donde empezamos a pensar qué hacemos. Viendo videos de cómo pateábamos la verdad es que no éramos tan buenos, es que los que pateaban antes que nosotros eran malos", señala y lanza una carcajada tras aceptar que su desempeño como delantero en las infantiles de fútbol le sirvieron para captar rápidamente la técnica de ejecución.
La señal telefónica se pierde por breves segundos aunque la recepción es buena. Gramática recorre la carretera que une los 135 kilómetros de distancia que hay entre Tampa y Orlando, donde visitará a su amigo Darío Sala, el ex arquero de San Lorenzo, River e Independiente, entre otros, que actualmente se desempeña como ayudante de Gerardo Martino en el Atalanta United. El fútbol americano ya es parte de su pasado. En la actualidad dirige categorías juveniles de "soccer" y el recorrido en el grupo de trabajo del Tata le servirá para absorber experiencia.
"Yo estoy muy agradecido al fútbol americano. Obvio que me hubiese gustado saber si hubiese llegado (a jugar al fútbol). En México tenía 14 ó 15 años y estaba jugando cuando ahí estaba Alex Aguinaga, que para mí era mi ídolo. Acá el único fútbol que pasaban era un canal hispano que era fútbol mexicano –aclara–. Lo seguíamos y el Necaxa en ese momento barría con todos. De mirarlos por televisión, al otro día estaba jugando con ellos. Me encanta el fútbol".
Del otro lado del teléfono no parece estar respondiendo un "Super Bowl Champions", tal es el mote que pesa sobre todos los ganadores del campeonato que mueve millones en el mundo. El que habla es un amante del fútbol, que las circunstancias de la vida le impidieron ser profesional. "Voy a ver la final (NdR: New England Patriots ante Philadelphia Eagles). Pero si se superpone en horario miro Boca-San Lorenzo; o pongo un televisor en otro cuarto y veo cómo van. Hasta mis hijos prefieren mirar Boca-San Lorenzo", asegura y destapa su fanatismo por el Xeneize, aunque tendrá suerte ya que al término del duelo en el Nuevo Gasómetro comenzará el compromiso en Minniapolis .
En aquel enero del 2003 vivió en carne propia lo que es ser actor principal del espectáculo que capta la atención del planeta casi en su totalidad a pesar de que sólo en Estados Unidos es un deporte realmente competitivo. El Super Bowl no es un evento más, es un verdadero show y a eso se le da prioridad: "Para el jugador es muy difícil no solo por la presión del partido, sino porque el show dura mucho. Vos calentás habitualmente 15 minutos, pero en este caso es media hora. Y en el entretiempo lo mismo. Entonces como que tenes mucho tiempo para pensar y enfriarte. Es bastante difícil. Para el jugador es raro porque para la TV es más el show que el partido".
"Aunque se dispute todos los años, ganarlo es como ganar un Mundial. Son muy pocos los jugadores que llegan y ganan. Fijate Dan Marino –histórico quarterback de los Miami Dolphins– que es uno de los mejores jugadores, está en el salón de la fama, pero nunca ganó un Super Bowl. Ganarlo te abre muchísimas puertas, acá todo el mundo te reconoce. Eso te da oportunidades", detalla.
Haber alcanzado el cenit del fútbol americano no le modificó su amor por la redonda. Resistió enamorarse. Combatió contra la seducción. "El deporte en sí es dificilísimo de aprender porque en cada jugada cada jugador tiene un movimiento propio. Hay muchísimas cosas que yo por ahí ni las sé, pero porque no me interesaba aprender porque nunca quise ser técnico de fútbol americano", confiesa. Y advierte la diferencia con la llegada al público: "Para ellos sí es sencillo viéndolo de afuera. Es básico: anotar o no anotar. A la gente le encantan los golpes, los choques, lo físico que es. Es un show".
Gramática volvió pocas veces a su patria desde que se marchó en 1984. Su perfecto castellano parece desmentirlo. No lanza durante más de media hora ni una pronunciación que evidencie sus años en tierras norteamericanas. El mate, el asado y el dulce de leche lo acompañan. También a su esposa y a sus hijos –Nico, Gastón y Emme–, que a pesar de haber nacido en EEUU sienten que son argentinos. "A todo el mundo le dicen que son argentinos, hasta en el colegio. Esto es culpa de Messi, son tan fanáticos de él que dicen que son argentinos. En mi casa se habla en castellano. El más grande anda con el termo y el mate. Quizás ni le gusta el mate, pero como los ve a Messi y Suárez los copia. ¡Copiá lo que hacen en la cancha!, le digo", relata entre risas.
No es una postura el cariño que le tiene al lugar donde nació. El fútbol es un cordón umbilical que nunca se cortó. Actualmente comanda la empresa de construcción de casas prefabricadas que tiene con sus hermanos mientras alterna el tiempo con la conducción técnica de un equipo de fútbol infantil. Y evangeliza a su casa no sólo con el idioma: "Donde uno nace, es su patria. Cuando juegan Argentina-Estados Unidos al fútbol, hincho por Argentina. Hasta mi señora quiere que gane Argentina. Imaginate cómo los tengo". Porque, claro está, uno puede cambiar de país pero no puede cambiar de pasión.
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