“Este ha sido el mejor Mundial de la historia”, enfatizó sin remilgos el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en su conferencia de prensa de ayer, a falta de sólo dos partidos para que caiga el telón. Desde luego, alabando a Rusia 2018 indirectamente tira agua para su molino: en su mandato se disputó la Copa estrella, está diciendo. De todos modos, en una valoración global, debemos ser coincidentes. Un Mundial tiene tres patas: 1) el juego propiamente dicho; 2) la organización; 3) el país anfitrión. Se les podría calificar con 8, 9 y 10, en ese orden. Metidos los tres en una coctelera, puede ser el Mundial cumbre.
El fútbol tuvo un comienzo con clarines y trompetas. En el cotejo inaugural, Rusia venció 5-0 a Arabia Saudita -jugando bien y con hermosos goles-. Al día siguiente, España y Portugal igualaron 3 a 3 en un partido vibrante, de alta tensión, con un Cristiano Ronaldo impresionante. Luego tuvo otros juegos de alto voltaje y fue descendiendo ligeramente el nivel a medida que pasaban los días. Pero eso sucede en los tramos decisivos de todos los torneos, nadie quiere arriesgar demasiado, prima la cautela y se reducen los goles. Brasil 2014 fue un certamen muy atractivo, sin embargo entre los cuatro partidos de cuartos de final y las dos semifinales se marcaron 13 goles, 8 de ellos en el Brasil 1 - Alemania 7. Acá, sin ninguna catástrofe de ese tipo, van 15.
Hubo grandes partidos, como los dos mencionados, y como Francia 4 - Argentina 3, Colombia 3 - Polonia 0 (sólo por Colombia), Suiza 2 - Serbia 1, España 2 - Marruecos 2, Argentina 2 - Nigeria 1, Suecia 1 - Alemania 2, Uruguay 2 - Portugal 1, Bélgica 2 - Brasil 1, Bélgica 3 - Japón 2, Rusia 2 - Croacia 2… Y falta la final. No sería raro que supere las últimas tres finales, que fueron bastante olvidables. Si de Francia-Croacia sale un superespectáculo, el Mundial estará en el podio. Recordemos que las últimas tres finales fueron apenas discretas.
Y hubo grandes individualidades, como Modric, Hazard, Griezmann, Mbappé, Courtois, Lloris, Kanté, De Bruyne… De modo que el juego no defraudó.
El verano ruso es bastante peculiar: suele registrar 24 ó 25 grados, a veces baja a 18 o 19 y en otras un poco más. Como mucho puede trepar a 28 en plena tarde, pero nunca es agobiante. Y dura poco, un mes y medio de calorcito suave, incluso con lloviznas leves. Hay que prevenirse y llevar algún abrigo, por la noche suele estar decididamente muy fresco. Tal vez este clima tan agradable sea una de las razones por las cuales se corre tanto en los partidos y el ritmo sea tan intenso. Que lo diga Croacia, que sumando los tres suplementarios que afrontó, a 30 minutos cada uno, disputó de hecho un partido más. Y a eso debe agregarse el tiempo añadido y dos definiciones por penales, con la tensión nerviosa que estas suponen.
El VAR fue un sello distintivo de esta Copa, y resultó exitoso a pesar de todas las críticas previas. Tanto que, hasta quienes habían sido sus más acérrimos detractores antes del torneo, pedían luego el VAR ante una jugada dudosa. Eso permitió que no hubiera escándalos arbitrales. Se salvaron errores que podían haber cambiado un resultado. Nadie puede objetar eso.
No obstante, el otro Mundial, el de la raya hacia afuera, sí fue rotundamente impecable. Nada falló. En infraestructura (estadios, campos de juego, centros de entrenamiento), comunicaciones, conectividad, televisación, hotelería, transportación interna, logística, seguridad, orden… En cada ítem rozó los 9 ó 10 puntos. Sobre todo, en seguridad y en los servicios que las ciudades ofrecieron porque tienen todo: autopistas, aeropuertos, trenes, subterráneos… No los hicieron para el Mundial, estaban. El Metro lo inauguró Stalin en 1935. Recordamos con nitidez el Mundial de Alemania 2006, un excelente torneo, pero no impactó como esto. En Brasil llegó el día del partido inaugural y entramos al estadio del Corinthians esquivando a los pintores, que daban las últimas pinceladas. Muy tropical. Acá estaba todo listo.
El Fan ID fue una creación que se impondrá desde ahora en los demás megaeventos. Con ese pasaporte de hincha la organización sabía dónde estaba sentado cada espectador y, si producía un incidente, lo iban a buscar al lugar. Eso pasó con un ciudadano brasileño prófugo que vino a ver el Mundial y lo pescaron por el carnet de hincha.
También se sorteó con éxito la barrera del idioma, el ruso no es el italiano o el portugués, que con cincuenta palabras uno se arregla. Es incomprensible por pronunciación y por su escritura cirílica, que dificulta todo entendimiento. Sin embargo, no hubo inconvenientes de ninguna índole. Ayudó el clima cordial que se fue creando durante el torneo. Al comienzo la población rusa, no habituada a recibir tantos extranjeros, parecía un poco a la defensiva. Luego se abrieron y mostraron un rostro más amable. Ayudó mucho el traductor de Google, aplicación que loa visitantes bajaron al teléfono, con lo cual se pronuncia la frase en castellano, el aparato lo traduce al ruso, la otra persona lo escucha, da la respuesta por la misma vía y nos llega en nuestra lengua. Muy práctico, funciona y salva situaciones.
No se reportaron incidentes, nadie informó de robos a turistas o a periodistas en los centros de prensa (un clásico de los Mundiales), tampoco se escucharon quejas a los organizadores de que faltara algo. Acá no se corta la luz ni se cae la señal de Internet. Hasta en el Metro, a decenas de metros bajo tierra, el wi-fi responde perfecto. Los partidos se podían ver incluso en los vagones del Metro. Rusia no buscó hacer dinero con el Mundial, aunque su primer ministro Dmitri Medvédev, informó que el Mundial les dejará una ganancia de unos 11 millones de euros. Pero no habrá pérdidas, como en Brasil y en Sudáfrica. Lo más importante, señaló, será el rédito turístico a futuro.
No hay una persona que este cronista haya consultado, de cualquier nacionalidad, que no dijera la misma frase: “Rusia es un país espectacular, me sorprendió”. No es un destino preferente del turismo internacional; desde ahora lo será. El millón de visitantes, así como la prensa que vino a cubrir el torneo, propagarán seguramente las bondades de esta nación.
“La otra aportación del Mundial es que ha cambiado la mentalidad del mundo hacia Rusia -agregó Infantino-. Se ha demostrado que es un país lleno de gente agradable y con mucha historia. Rusia no es cómo lo habían dibujado los medios de comunicación. Toda la gente que ha viajado a Rusia ha podido disfrutar aquí. Todos los prejuicios que había hacia este país han desaparecido”.
El Mundial será una bisagra para Rusia. Sabía que estaba siendo examinado por el mundo. Y pasó con nota diez.