Aunque las bases de la Liga 1 permiten la utilización del VAR en cualquier momento de la competencia, sorprenden las recientes declaraciones del presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Agustín Lozano, quien señaló el deseo de poner en marcha el sistema en las dos últimas fechas del Torneo Apertura, “como para tener ya un ensayo de lo que va a acontecer en la primera fecha del Clausura”.
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¿Es en serio? ¿Hacer un “ensayo” en las fechas en las que puede decidirse el título, con equipos luchando por el acumulado, sea por acercarse a los de arriba o librarse del descenso?
El VAR es una herramienta cuyo fin es servirle de ayuda al árbitro para administrar justicia. Pero si de su manejo se van a encargar los mismos personajes que han convertido este campeonato en un meme desangelado, en un motivo de la más alta vergüenza, suena imposible que pueda alcanzar tan preciado objetivo.
Los arbitrajes siempre han estado, como señala el viejo cliché, en el “ojo de la tormenta”. El cuestionamiento a sus fallos es consustancial a un juego apasionante, en el que el futbolista usa el engaño como instrumento para sacar ventaja. Eso sucede aquí y en cualquier campo del mundo. Pero es difícil recordar un momento tan oscuro como el actual, con una seguidilla de errores tan groseros. Aunque la tecnología permite hacer evidentes fallas que antes, con un poco de suerte, podían disfrazarse, horrores como el offside previo al segundo gol de Zambrano ante Municipal o el gol anulado a Unión Comercio ante Cristal no tienen justificación.
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Días atrás, Carmen Retuerto, presidenta de la Conar, señaló que ha sido “muy enérgica en conversar con los árbitros para generar una reacción y que su rendimiento mejore”. Si la señora Retuerto cree que una ‘cuadrada’ alcanza para que los jueces eleven su desempeño, quizás sea el momento de nombrar a Natalia Málaga en su reemplazo.
Lo responsable es buscar soluciones de fondo. Por qué no trabajar, por ejemplo, en la profesionalización del arbitraje.
Los árbitros son locadores de servicios, es decir, no están en una planilla y reciben un monto de dinero por cada partido que dirigen. No entrenan sobre césped natural, sino en una cancha sintética en la Videna y, según diversos testimonios, carecen de un seguro médico, así que deben correr con sus gastos en caso sufrir una lesión. Como deben dedicarse a otros empleos para sobrevivir, apenas tienen tiempo para realizar su preparación física o ensayar jugadas controversiales sobre un campo de juego.
Winston Reátegui, ex presidente de la Asociación Profesional de Árbitros de Fútbol, cree que es hora de hacerle contratos a los árbitros, establecer un sueldo fijo y pagos variables por productividad. Esto, afirma, generaría competencia porque obligaría a los jueces a mejorar su preparación. Un viejo observador del trabajo arbitral dice que esa propuesta se planteó hace varios años y que fue rechazada porque los ingresos ofrecidos no llenaban las expectativas de los jueces, además de generarles una alta carga tributaria. “Y los convertiría en empleados de la federación, lo cual generaría mayores suspicacias sobre su labor”, añade. Pese a ello, coincide en que el tema de la profesionalización debe evaluarse. Al igual que Reátegui, considera que cualquiera sea la decisión que se tome, esta no tendrá resultados inmediatos.
El Perú ha sabido tener hombres que han prestigiado el oficio como Pedro Falcón, Arturo Yamasaki, Alberto Tejada (padre e hijo), Edisón Pérez, Enrique Labó o Gilberto Hidalgo. Algunos de ellos dirigieron mundiales, eliminatorias e incluso finales de la Copa Libertadores. Cometieron errores -algunos terribles como la famosa mano de Tulio que Tejada no advirtió en la Copa América 95-, pero también le dieron brillo a una labor que nunca ha estado lejos de la controversia. La mejora de nuestro fútbol no pasa solamente por elevar el rendimiento de los clubes o clasificar a un Mundial. Sin buenos árbitros, la distancia con la élite se hará cada vez más lejana.