OPINIÓN: Tiago Nunes: un técnico que deja alegrías fugaces, un camerino molesto y tres millones de dólares
La frialdad del análisis se resiste a cualquier sonrisa. Pero, me perdonarán, hay momentos en que el corazón manda. Y ordena. Hoy escribo con la garganta resquebrajada, con flashes del cabezazo de Valera asaltando mi cabeza. Y solo recuerdo el grito de gol que rompió la quietud de mi cuadra, a mi amigo escribiéndome que sus vecinos casi llaman al serenazgo, a mi sobrino feliz estrenando su camiseta. Y al Monumental hirviendo de abrazos, de lágrimas. ¡Cuántos hinchas nuevos habrá ganado la U con ese cabezazo! ¿Cuántos niños que pisaron por primera vez el estadio, que se impresionaron con su majestuosidad, su ambiente festivo, se hicieron discípulos de esta religión maravillosa después de ese bendito gol?
Lo mismo ocurre con los hinchas de Alianza, que acabaron con 11 años de una racha maldita que los había transformado en meme. ¡Treinta partidos sin ganar en la Libertadores! ¿Cómo se resiste eso? Con amor, suficiente para darle ánimos a la paciencia y ponerle freno a las burlas. ¿Cuántos hinchas nuevos ha ganado Alianza desde esa hermosa definición de Sabbag? ¿Cuánto le debe al club a Chicho, a Zambrano, a las manos de acero de Campos?
No, los problemas del fútbol peruano no han terminado. Nuestra historia enseña que estos instantes mágicos, por lo general son solo eso: instantes, y que suelen llegar de improviso. Son destellos que desaparecen con la misma rapidez.
¿Por qué a Alianza y a la U les está yendo mejor que otros años? ¿Por qué no sucede lo mismo con Cristal, Melgar o Vallejo? El campeón, después de tantas frustraciones, hizo lo que debió hacer mucho tiempo atrás: invertir en jerarquía. Su billetera gruesa alcanzó para traer a un defensor top como Zambrano, añadir kilos de fútbol con Andrade y ganar gol con Sabbag, un delanterazo que marca diferencias. Apostó, con cierta reserva, por un técnico joven, hiperactivo, que sabe que las huachas y los tacos solo sirven si terminan en gol. Salas se quiere comer el mundo. Tiene, además, un rasgo particular: es hincha. Y eso, en estos momentos de reencuentro con la tribuna, es clave. ¿Qué vendrá después? Los rivales siguen siendo duros y las posibilidades de clasificar escasas. Pero este triunfo ha hecho fuerte a Alianza. Ha parado las burlas. Le ha devuelto la fe.
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Lo que la crema vive es fruto de la estabilidad. Cuando se sabe quién manejará el club el mes que viene es posible planificar, soltar ideas, ganar confianza, invertir. No han sido pocos los tropezones, aunque el acierto ha sido mayor: Jorge Fossati. El uruguayo sabe cómo y con qué jugar. Y el jueves, cuando vio que el invicto se le resbalaba, que Calcaterra no daba un pase, que Corzo se desordenaba, apostó por una solución patentada en su tierra. Puso cuatro delanteros en cancha y al resto les encargó alimentarlos con centros. La vieja receta volvió a resultar efectiva.
Cristal tiene fútbol, pero se ahoga en la liviandad. En un país donde abundan las familias con padres ausentes, Melgar extraña a papá Lorenzo. El Vallejo de Abreu muere de inexperiencia.
El fútbol peruano sigue estando a cientos de kilómetros de distancia de la élite. A nivel de clubes puede acortar algo las diferencias si su dirigencia invierte con inteligencia y existe un plantel cuajado, que cree en sí mismo. La clave está en la jerarquía. Solo así es posible conseguir que esto que hoy nos hace tan felices pueda prolongarse en el tiempo.