Por Alexander Bustillos
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Francisco Pizarro aún conserva la humildad que en su barrio, Santa Clara, le enseñaron de niño. Los modales no se olvidan: ni en el día a día, ni en la cancha, ni para pelear. Por eso el exjugador, extécnico y hoy preparador de arqueros de Alianza Lima, le dio la mano a Flavio Maestri, segundos después de golpearlo en el camarín. El pómulo hinchado del ‘Tanque’ fue suficiente para saber quién ganó. Pero ‘Panchi’ no saca pecho. “Nos dimos los dos”, dice, y al toque sonríe.
Se te recuerda por tus atajadas y tu paso como técnico, pero por tus peleas también. ¿Dónde aprendiste?
En la calle, mi hermano. He vuelto a mi casa reventado, casi sin poder ver. Para dejarnos jugar gratis, el encargado de la cancha de mi barrio nos hacía pelear entre nosotros. A veces iban sus amigos de la ladrillera, y contra ellos era. Unos huev… grandazos que nos sacaban la conch… Así aprendí.
Estas experiencias formaron tu carácter. ¿Qué tipo de persona te consideras?
Te soy sincero: no me gusta pelear. Soy muy tranquilo, toda la vida he tenido perfil bajo. Pero hay un problema: no tengo término medio. Me joden, mi hermano, y yo no estoy para hablar ni para huev*nadas.
¿Eso pasó con Flavio Maestri? Tuvieron un roche que aún se recuerda (2006).
Algo así. Creo que Flavio tenía problemas familiares porque llegó al entrenamiento de malhumor y empezó a patear. Justo viene por mi lado, pongo el pie fuerte, me patea y se cae. Entonces le digo “¿qué te pasa?” y ¡pam!, le meto su ‘lapo’. Él reacciona y nos agarramos.
¿Ahí mismo se mecharon?
Gerardo Pelusso me sacó del entrenamiento. Me fui a un lado, se acercó y me dijo “boludo, ¿qué pasa? Ya sabes lo que tienes que hacer”. Escuché eso y le contesté “ah ya, listo”, y al toque fui al camarín.
¿Todo el equipo se ganó con la bronca?
Cuando llegó Flavio con todos, le dije a la gente que no se meta, que el pleito era entre los dos nada más. Él se tenía que ir en ambulancia, mi hermano, porque esa era la única manera de que me respete, de que sepa quién es quién.
Y empezó el ‘concierto’…
Arrancó y, cara a cara, le dije “aquí estamos, tú y yo”, y pum, pam, pim, pim, pim. Nos sacamos la m***da los dos. Nos dimos una verdadera paliza. Se metió Santiago Salazar y ahí terminó todo.
Qué, ¿y ahí quedó todo? Porque él siguió en el equipo, tú también y fueron campeones a fin de año.
Claro, nos sacamos la mugre y listo. Es más, me acerqué y le tendí la mano. Le dije “Flavio, por un par de puñetes no vamos a dejar de ser amigos, ¿no?”. Fuera conch…, me dijo (risas). Lógico, estaba molesto. Lo entendí y normal.
¿En serio le dijiste eso? Era obvio que te la iba a mandar lejos, pues.
Es que yo soy así. Me peleo y listo, chau, ¿ya sabes quién soy, no? Perfecto, no te metas conmigo nada más. Si ahora veo a Flavio, lo saludo sin ningún problema. Él no es un mal tipo, para nada. Yo lo conozco desde que era chiquito y jugaba en Cristal.
Hablando de Cristal, tienes mucha identificación con Alianza, pero ahí empezaste. ¿Cómo llegaste?
Era 1988 (‘Panchi’ tenía 17 años) y jugaba en la Tercera de la Liga de Vitarte. Yo ya tapaba, y se nos presentó la oportunidad de jugar un amistoso con Cristal. Fuimos a La Florida y me metieron seis goles, jajá. Aun así, el ‘profe’ Alberto Gallardo me preguntó si quería entrenar con ellos, y le contesté que encantado. Así empieza mi carrera en el fútbol.
¿Cómo así te preparaste para ese partido?
La verdad es que si no fuera por mi amigo Rodolfo Estrada, no se hubiera dado. Fíjate que yo calzaba 45 y era muy difícil conseguir chimpunes de esa talla en esa época . ‘Lolito’ hizo hasta lo imposible y me consiguió las ‘tabas’. Con eso pude jugar y luego entrenar con Cristal, pero todo el mundo me vaciló por ‘zapatón’ (risas).
¿Cuán difícil fue adaptarte a la disciplina del profesional?
Me costó. Yo no era un tipo que llegaba borracho a su casa a las 5 de la mañana, pero era de salir, me gustaba la fiesta. Y mi mamá nunca le puso peros a mi carrera, pero me advirtió de que debía cuidarme. Ella y la gente de mi barrio me ayudaron. Ahí, cuando un ‘chibolo’ está fuera de su casa y ya es más de las 10, los mayores al toque te mandan a dormir.
¿Hincha de qué equipo eres?
Soy hincha de Municipal. Luego le agarré un gran cariño a Sporting Cristal, pero mi amor, mi vida y mi pasión es Alianza Lima. No sé si soy el más feliz del mundo, pero me levanto todos los días contento porque me encanta mi trabajo y el club. Todas mis experiencias, como jugador y preparador de arqueros, me volvieron hincha.
¿Sientes que tuviste éxito como arquero de Alianza Lima?
No habré sido el mejor arquero del Perú, pero siempre lo intenté. Corrí, me tropecé, me levanté. He llorado y he reído. Siempre di lo mejor en mis clubes, sobre todo en Alianza. Somos familia. Tienes que estar aquí para entenderlo.
Pero, por cosas del destino, hubo un momento que le cerraste las puertas a Alianza.
Yo creo que la palabra es más importante que un documento. La palabra para mí es todo. Cuando Carlos Franco me pidió que vuelva (2005), le expliqué los motivos por los cuales no podía regresar.
¿Qué pasó?
Cuando recibí su llamada, yo estaba en La Florida a punto de firmar. Alianza me ofrecía 1500 dólares más, pero ya le había dado mi palabra a Cristal. No había forma de regresar en ese momento.
Pero un año después tuviste tu revancha.
Jajá, sí, y de qué manera. Yo salí de Cristal porque ya no estaba para esperar mi oportunidad (tenía 34 años). Carlos Carpio (dirigente íntimo) me contactó y me llevó a Chincha, donde hacía la pretemporada Alianza. “Profe, Joel Pinto se lesionó, ¿no? Este es el nuevo arquero”, le dijo Carpio a Pelusso. Y en mi cara, el ‘viejo’ dijo que no había pedido a nadie, pero que me quede a entrenar si quería. Y desde ese momento, mi hermano, estoy aquí.
¿Se puede decir que Pelusso ha sido el técnico que más te ha marcado?
De todos guardo un cariño especial. A todos los respeto, pero el ‘Viejo’ fue el que marcó mi carrera. Tras el título del 2006, me cogió del cuello y me dijo que me tenía que poner a estudiar si quería ser su preparador de arqueros. Me di cuenta de que lo empírico no lo era todo. Hay mucha metodología por aprender. Se lo agradezco eternamente.