Con 27 años, Christian Cueva, el ‘10’ inamovible durante 9 años de una selección mundialista y subcampeona de la Copa América, tendría que estar eligiendo destino entre clubes de las cuatro ligas más importantes de Europa. No es el caso. Su equipo, el Santos de Brasil, lo ha descartado de la plantilla y en la práctica lo tienen en venta. Una de las opciones, rumorea la prensa dedicada al mercado de transferencias, es que vaya al Inter bajo la idea de replicar en Porto Alegre la sociedad feliz que mantiene con Paolo Guerrero con la Blanquirroja. Parece una movida inteligente, aunque producto de la desesperación más que de la oportunidad. La pregunta es por qué el talento creativo más importante de Perú está en este limbo.
El saber popular recomendaría buscar razones en dos fuentes poco fiables. La primera es la gitanería, entendida como la libertad díscola e indisciplinada del talento innato. La segunda es la peruanidad, entendida como la tradición informal en la que se puede destacar incluso en ausencia de profesionalismo. Juntas forman un vaivén sorpresivo capaz tanto del brillo como de la nada, una intermitencia que vendría a ser el lujo forzoso de las selecciones menores.
El caso de Cueva cuenta con un agravante: las oportunidades perdidas. Su paso por Rayo Vallecano, Toluca, Sao Paulo, el Krasnodar ruso y el Santos llevan a pensar que ha tenido suficientes ocasiones para utilizar cualquiera de estas vitrinas como una plataforma para dar el salto que le falta al primer nivel. Pero no lo da. La crueldad del capitalismo futbolístico consiste en acortar y difuminar la frontera que separa la apuesta del saldo deportivo. Con el reloj en curso, es probable que dentro de poco el mercado empiece a entender al trujillano como una promesa eterna con valor a la baja y no como un activo que se rentabilizará a futuro. Lo que sigue son las ligas millonarias de tercer nivel (China, los emiratos) y, en un parpadeo, el retiro en casa.
El caso de Cueva cuenta con un atenuante: el momento familiar por la salud de su hija. La preocupación actual, sin embargo, no refiere tanto a su presente, pues las ligas están o han estado en para, sino a la reputación que ha construido en los últimos años. Un video bien editado con lo mejor de Cueva en las canchas solo puede ser contrarrestado con otro que reúna su comportamiento fuera de ellas. Parece un juego de suma cero. En el fútbol actual los caprichos y los defectos de carácter solo se consienten en los cracks absolutos, como lo fueron Ibrahimovic o Cantona en su momento. Para los demás la inconducta es un demérito que resta millones en la cotización.
Con 27 años, en lo que debería ser su plenitud profesional, el ‘10’ de Perú no tiene un escudo que defender. La historia de Cueva está en un punto de quiebre, pero también de corrección. Los hinchas peruanos no necesitamos más vidas convertidas en moralejas ni ejemplos de lo que pudo ser y no fue. Y así como es injusto recargar a un futbolista con expectativas ajenas, lo es también ser dinamita y no explotar. Christian, la vida es un penal que se patea todos los días.