Los Valdelomar vivían de la música criolla. Eran felices así. Abraham cantaba y tocaba la guitarra junto a dos de sus hijos, José Francisco y Félix. Reneé, la tercera hermana, bailaba, al igual que su tía Valentina Barrionuevo, anfitriona del Callejón del Buque y creadora del concurso La Valentina de Oro.
Junior, como lo llaman en casa, cumplía con la tradición tocando instrumentos de percusión y zapateando. Pero en sus ratos libres usaba los pies para hacer goles. Una tarde, mientras jugaba en la cancha de Mirones, recibió un volante de AFIS, una nueva academia.
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“Qué bacán, pero mi mamá no me deja”, respondió. Tenía recién 11 años, pero no mentía. Reneé quería que su hijo, Alberto Junior Rodríguez Valdelomar –huérfano de papá–, sea artista y profesional. Por eso le dijo a Iván Saavedra, el fundador, que lo descarte. Pero él insistió y hasta ofreció facilidades de pago. Hubo acuerdo. Y aunque por problemas académicos y económicos dejó de ir, a los ocho meses fue becado.
Sin embargo, ese niño flaco y callado que corría mirando el suelo, renegaba solo haciendo gestos y destacaba por su marca y anticipación, no había nacido para ser delantero, sino zaguero. Aunque lloró y rogó quedarse de ‘9’, su siguiente tarea fue caminar con un libro Baldor en la cabeza, para ampliar el campo de visión.
Aunque le costó, a los 13 –luego de hacerle dos goles de cabeza a la Academia Tito Drago– se convenció de que era lo suyo. El plato lo repitió ante Cristal y Alberto Gallardo lo pidió. El club rimense dio cuatro pelotas MiKasa y un bolso, a cambio del mejor defensa de AFIS.
El ‘Mudo’, quien en el Rímac hasta pagaba multas para no declarar, se consolidó, emigró y obtuvo un puesto en la zaga en la selección. Eso sí, fiel a sus raíces, de vez en cuando en las concentraciones toca el cajón y arma la fiesta. Por las puras no se apellida Valdelomar.