En Perú, el año futbolístico empieza con fuertes contrastes.
Por un lado, el torneo local se estrena de la misma forma en que acabó: habiendo inventado un nuevo deporte que se juega en mesa y que consiste en aprovechar la precariedad institucional y la ineptitud crónica de los dirigentes rivales para ganar puntos sin jugar. ¿Se supone que los hinchas deberíamos emocionarnos? ¿Esperan que paguemos entrada para ver qué abogado argumenta mejor? Por otro lado, la clasificación a Rusia ha sido el mejor vigorizante para los jugadores locales, que han levantado su rendimiento con la mira puesta en la convocatoria final. La motivación, a pesar de toda la autoayuda vertida día a día en las redes, sigue siendo una especie subvalorada.
Estas paradojas se extienden en todos los ámbitos y en cada uno dejan lecciones distintas. El torneo local sigue siendo pobre e informal, más allá de los esfuerzos que se hacen para enmendarlo. Vistos los primeros síntomas en Cajamarca, no hay espacio para pensar que este año será distinto. En palabras de Guillermo Oshiro: “Creer en una temporada sin partidos postergados, sin puntos ganados en mesa, sin comisiones de justicia tardando una eternidad para emitir un fallo… parece ser de ilusos”. Resulta sorprendente que este sea el torneo del que emigran tantos talentos a México. O la Liga MX está sobrevalorada o nosotros tenemos problemas de autoestima.
Si se levanta un poco la mirada, a la región, el paisaje no mejora. La Libertadores ha dejado de ser una obsesión para pasar a ser un martirio. La eliminación de Universitario ante Oriente Petrolero apenas tiene consuelo, más aun por lo cerca que se estuvo de la remontada y lo clamoroso del fallo de Fernández. Que en años consecutivos un equipo que se considera copero haya perdido contra clubes de cuarta categoría en ronda preliminar debería ser una invitación a repensar la historia. Por su parte, los characatos que vieron el empate de Melgar ante Santiago Wanderers, sí pudieron sostener la mirada en el televisor a lo largo de 90 minutos de tedio, al menos obtuvieron la extraña recompensa de ver a un club peruano rescatar un punto de visita en un torneo internacional. Finalmente, Alianza Lima debutará el 1 de marzo ante Boca Juniors. La única expectativa que se percibe es la de los detractores, que ya preparan los memes sin medir lo que el morbo anticipado dice de ellos.
Pero si el horizonte en clubes es pesimista, en el plano individual no es así. Los jugadores peruanos son protagonistas de las mejores noticias del 2018: Ruidíaz y Gallese destacan en México; Cueva parece entender por fin que también debe lealtad al club que le paga su sueldo cada mes; Benavente tiene un crecimiento plausible en Bélgica; Da Silva y Abram debutaron en Argentina; Tapia es indiscutido en Feyenoord; Zambrano busca minutos en el Dynamo de Kiev... El verano parece dar carácter de verdad a una vieja intuición: el jugador peruano está muy por encima de las instituciones que lo forman y cobijan. Lo que en otro escenario, el de la selección, solo redobla el agradecimiento al trabajo hecho por Gareca.
Una pregunta posmundial sería más o menos así: ¿se podrán sostener esas contradicciones luego de la resaca rusa?