Once poderosas razones tenía Alianza Lima para coronar este 2017 con el título nacional. Terminar su segunda sequía más larga en la era profesional más que un reto era una obligación, una necesidad que el pueblo blanquiazul requería para borrar las penas pasadas. Como aquella campaña de 1997, ganó el Descentralizado de punta a punta conquistando el Apertura y el Clausura, logros que certifican que fue el indiscutible campeón y el mejor del año pese a los disfuerzos de algunos rivales por desmerecer este logro.
Lo había advertido Bengoechea el día de su presentación: “Alianza necesita un título, no jugar lindo”. Y hoy no hay quien pueda discutir los pragmáticos métodos utilizados por el ‘Profesor’. Las urgencias por aprobar la materia pendiente lo justificaban. Pero más allá de las pocas similitudes futbolísticas con el equipo de Pinto, esta nueva versión íntima tiene un punto en común con aquel campeón que también debió sostener la pesada mochila durante toda la temporada: la disciplina. Ningún ampay, tampoco rumores de conflictos en el vestuario enturbiaron su camino al éxito.
Con un estilo de conducción opuesto al del colombiano, el uruguayo optó por ejercer su autoridad desde la sombra, no haciendo marca hombre a hombre a sus jugadores ni tampoco haciendo pública sus tácticas para alinear al grupo en el mismo objetivo. Esa sincronía entre comando técnico y plantel también se vio reflejada en el campo. Porque ahí también hubo disciplina, hubo un orden que habla bien de la capacidad profesional de los blanquiazules para adaptarse a una nueva metodología de trabajo en un medio poco propenso al rigor estratégico. Ese fue un plus en la consecución del objetivo.
Habiendo aprobado largamente el curso de comunicación en el vestuario, las matemáticas tampoco le fallaron al ‘Profesor’. La ecuación era sencilla como su apuesta futbolística: ganar en casa y robar puntos afuera para lograr que el promedio ponderado los llevara al éxito a fin de año. En ese ejercicio para hacer que Matute fuera infranqueable tuvo que ver el tema de las rotaciones, porque generó competencia en la clase y permitió que el equipo tuviera aire y piernas para mantener el invicto de local, porque generalmente en provincias apostó por otros elementos. Abrió también un espacio para que los más jóvenes –9.471 minutos en la bolsa no son poca cosa– se desarrollaran en la cancha, siempre arropados por la experiencia de futbolistas trajinados.
La base del equipo y la estructura de juego se fueron consolidando con los partidos. La continuidad en esa apuesta fue la indeclinable labor del ‘Profesor’, que encontró un terreno fértil para impartir sus conocimientos en alumnos ávidos por aprender las lecciones que incidieron en la fortaleza defensiva, equipo corto de la mitad para atrás, elaboración rápida y juego vertical para llegar al área rival. Apuesta sencilla, aunque con algunas complicaciones en pasajes de la temporada.
“Nos robaron el Apertura”, se queja Grioni por los 6 puntos que le quitaron y que a la postre le fueron devueltos a Garcilaso por el TAS. Con esas unidades igualaba la línea de los 30 de Alianza en ese torneo, pero no le alcanzaba por la peor diferencia de goles que tenía. Desmerecer el éxito del otro es siempre la forma más simple de excusarnos de nuestro propio fracaso.
Esta vez le toca festejar a Alianza con justicia. Ya el próximo año sus exigencias serán mayores. Deberá buscar la excelencia.