La goleada imposible ha llegado antes de jugar contra Nueva Zelanda. Y mucho antes de las maletas para ir al Mundial. La suspensión de 30 días a Paolo Guerrero “por un resultado analítico adverso en el control mencionado”, un textual más hecho para discusiones de médicos más que chateos de hinchas, es, sin duda, un mazazo terrible para un plantel –el peruano– que venía con toda la suerte del mundo. Por eso es sorpresivo y más doloroso, por eso urge la cabeza más fría posible y la menor lástima con nuestro equipo. Hasta ganábamos y éramos felices. Y aunque quedan semanas de angustia para saber la verdad, y escuchar los testimonios de todos los actores, y las vigilias en la puerta de la casa de la familia por una frase de alivio de Doña Peta, este es un momento ideal para convertir el error –si lo fue– en oportunidad, la frustración en combustible.
Paolo es único en el equipo por liderazgo, gol e influencia en el rival, pero no tapa ni defiende, no tiene los pulmones de Tapia o el pase de Yotún, es decir, otros también juegan. Eso que por meses discutimos y alabamos en los diarios y la TV –el colectivo por encima del nombre, “el nosotros antes que el yo” del que habla Oblitas– es ahora la única respuesta a esta tristeza nacional por la salida del capitán. Si no está uno, tienen que aparecer todos. Y no se trata solo de los once que jueguen.
¿Qué viene ahora? Primero, confiar en que la versión de Guerrero tenga los argumentos sólidos para liberarlo de una sanción mayor, que los abogados de la FPF corran de la mano con él y que, en consecuencia, quede libre para estar si la clasificación al Mundial de Rusia se concreta. Luego, no resetear y, más bien, tener memoria. Por una vez en la vida, usar los megas para cosas más productivas y menos hirientes. Por piedad –si prefieres– acordarte del delantero que hizo los goles que alguna vez soñaste hacer.
Paolo Guerrero es el capitán de Perú, quiero decir, de este equipo que después de mil años hizo que los niños durmieran con su camiseta puesta, de pijama. ¿No es suficiente para creer en su versión? Eso que parecía imposible –que la gente se identifique, que se sienta orgullosa– lo consiguió el equipo que hoy, en su desgracia, todavía lidera. Todos juntos: los goles de Paolo, sí, pero también la cara de Corzo, el pie de Flores y la mano de Gallese. No fue uno solo, aunque parezca que se va la vida sin él.
Con el viaje encima y el capitán caído, Perú se va a Nueva Zelanda este domingo con la misión milagrosa de meterse en el Mundial. Fue difícil en la primera fecha, por qué iba a ser diferente en la última. Ahora, si Paolo puso a Perú en el repechaje, le toca a Perú ponerlo en el Mundial. Por eso, el mejor mensaje para Guerrero no es hoy un tuit o un audio de messenger. Es un gol de esos 6 que ha gritado Guerrero en la Eliminatoria, más con bronca y rabia, para ganar lo que no sabíamos ganar. Hoy parece un golpe nocaut, que lapida, pero la historia sabe separar a los que se quedan en el suelo y a los que se levantan. Todos sabemos de qué lado está Guerrero.