Empecemos con un reconocimiento: ¡qué tremenda labor la del seleccionado peruano, que debe hacer equilibrismo con la expectativa nacional, los opinólogos que ingresan a lo deportivo para hacer sociología o política y los retos futbolísticos reales de la Eliminatoria más difícil del mundo! El homenaje es sincero; no hay otra disciplina a la que se le atribuya consecuencias tan variadas como la puesta a punto del ánimo patrio o las proyecciones del PBI del 2018.
En lo deportivo, toca superar ya el partido ante Colombia. No fue la mejor demostración de Gareca, aunque se pueden rescatar algunas virtudes: Perú no generó pero tampoco sufrió en defensa ante un equipo que lo suele complicar; se mantuvo el invicto del año, una marca insólita en los tiempos recientes; y se logró el resultado necesario para alcanzar el repechaje con sentido pragmático. ¿Hubo suerte? Sí. ¿Mérito? También. Hay que descreer de las posiciones maximalistas que toman ambos factores como excluyentes.
El azar es un valor intrínseco al juego y el juego es la base del deporte. Perú recibió tres puntos que no solicitó, se benefició de yerros de sus rivales y recibió el auxilio de selecciones ya eliminadas, como Bolivia y Venezuela, o ya clasificadas, como Brasil. Pero se olvida que estos tres conjuntos nos quitaron puntos en el campo y que la complejidad de la región consiste justamente en eso: no hay aquí Islas Salomón ni Luxemburgos ni Granadas. ¿Por qué nos debería avergonzar que los demás también fallen? ¿Por qué creemos que solo nosotros merecemos revivir ad infinitum el blooper de Mendoza?
El mérito es evidente: se logró construir una columna vertebral seria (Gallese, Rodríguez, Tapia, Cueva, Guerrero); se obtuvo resultados que eran imposibles hasta ahora, como los triunfos de visita en Asunción y Quito; se dibujó una narrativa de menos a más, la que mejor gratifica en las competencias largas; y se logró una conexión total con la afición, una materia que siempre sufrió la doble sospecha, hoy desmontada, del divismo bombástico y la farra vacacional.
La tarea no ha terminado y corresponde centrarse en un rival en teoría menor, Nueva Zelanda. Lo es por historia, plantel, técnica y ránking, pero sobre todo por juego. Se trata de un equipo físico y correlón, que cuando es bueno aspira al orden. No cuenta con figuras destacadas, no posee una liga profesional y disputa su chance al repechaje contra asociaciones folclóricas. La tarea de imponerse a un rival menor, sin embargo, la necesidad de asumir el protagonismo y demostrarlo en 180 minutos, es una empresa nueva para Perú y quizá esa sea el gran handicap de cara al playoff venidero. A Perú nunca le fue bien cuando se supo por encima de sus rivales, como lo probó Camerún en 1982.
¿Cómo afrontar, entonces, los dos próximos partidos? Gareca deberá conseguir que los jugadores sean conscientes de su superioridad, pero una superioridad humilde. El objetivo elevado a la categoría de trauma nacional, el Mundial de Fútbol, está finalmente a tiro de piedra. Ahora toca lanzarla fuerte, a tiempo y dar en la diana.